Ya había finalizado.
Aquel hombre de la Oficina 306 guardaba todas sus pertenencias en un portafolios muy pequeño. Que aunque fuese pequeño, cabían todas las cosas que necesitaba llevarse. Lo demás, a la basura.
Ahora se estaba despidiendo. Todas las personas que lo vieron durante ese día, y los días anteriores, que lo habían saludado, ayudado, sonreído.
Salió al fin de aquella sofocante Oficina 306, que casi le dió claustrofobía en su décimo cuarto mes trabajando allí. Uno de los meses más complicados de su trabajo.
Lentamente, pero seguro, se dirigió a la estación de metro más lejana, para disfrutar de un camino jamás visto. Un camino de montañas y parques escondidos detrás de grices edificios.
Viajó en el vagón más oscuro, donde se le calleron los papeles del portafolios, y lamentablemente los primeros papeles que recogió fueron aquellos donde salían sus errores de su décimo octavo mes de trabajo. Pero luego tomo los papeles de las felicitaciones, y sus mejores trabajos del mismo mes. Así, la tormenta que partió de la nada en la calle, cesó para él, dejandole ver un sol radiante.
Se preguntaba por que había personas que no sonreían de viajar allí. Quizá, no terminaron su trabajo tranquilamente como él.
Finalmente, llegó a la última estación, donde lo esperaba la tranquilidad del cariño de su familia, que lo observaba desde arriba, viendolo con una sonrisa en la cara.
Al fin descansaba en paz. Y descansaría eternamente.