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Quiero escribirte una carta, una carta muy cercana, parecida a todas las cartas que he escrito para ti. Una carta que recoge el sentimiento de todas aquellas largas cartas que, desde hace años, has leído.
Si se quiere de verdad, la vida, son pequeñeces, nimiedades sin tortura. Primaveras sin sol con otoños luminosos, la vida huye con impulso volandero, el tiempo toma sus horas y la primavera renace, cuando de golpe vuelve un antojo colmado de bellas flores de amor y de aroma llenas ¡ Cuántos recuerdos intemporales ¡ ¡ Cuántas risas ya vividas ¡. Qué gracia me haces sentir cuando me dices que soy un hombre medio monje ¡ Y todavía escuchar que me dices, con inocente risita, que soy la sinfonía inacabada.
Inacabada es bien cierto, a pesar de que toda la vida, he de seguir intentando encontrar notas bien dulces para crear la melodía, notas de composición adecuada para fundir la soledad, tantas veces permanente.
Escúchame, vida mía, mi rosa, la princesa de mi honor, con cabello plateado me acerco al tiempo final. Antes de que llegue el instante de eminenciar el último suspiro, de irme hasta el purgatorio por tanto como te he hecho sufrir, quiero agradecerte las horas sacrificadas por mí, la generosidad de tu alma , tu invicto espíritu que en las batallas perdidas, ha convertido en valor, las dudas de toda clase, del temor y de las sombras, tan negras que no entendía, de tristes que las sufrí.
Ya sabes, seguro que lo sabes, que soy un guerrero vestido de paciencia, sin espada y sin escudo. He escalado las montañas y tengo lo que merezco. ¡ He saltado tantas veces sin llevar paracaídas ¡ También he recibido bofetadas devueltas con una mano.
Pero yo, soy el que soy, por la plena confianza, que tu corazón siempre me ha dado sin esperar recibir, todo cuanto merecía. Piensa en los besos, mi vida, los besos que yo te doy, son besos que dan los ángeles, son besos de ánima pura, de un alma pura nacidos, bendiciones que te doy, colmados de comprensión, besos de agradecimiento, gratuitos, de dulce serenidad.
¿ Qué más quieres vida mía ? Me queda la simpatía de la rogada presencia de tu dulce compañía. Ya no soy yo, ahora que ya soy tu, formamos los dos un todo. Moriremos de pié, los dos, limpios, vestidos, enamorados, felices y conformados. ¿ Qué más podemos pedir tesoro de esta mi vida ?
El día que diga adiós, no llores por mí, no llores. Llora, si es que has de llorar, por los niños y sus madres, madres de tu valentía, sacrificadas en vida, aquellas que han derramado miles de lágrimas vivas, lanzadas por las ventanas del recuerdo y de la ausencia; sin ayudas ni consuelos.
Se feliz, no sufras más. Este corazón que amas, nunca más sentirá frío...ni siquiera lejanía.


Robert Bores Luís
PdeA-14-05-2004

Texto agregado el 30-03-2008, y leído por 61 visitantes. (0 votos)


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