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CONFESIONES

El padre José era sacerdote, su vocación no era muy firme, lo fue en un comienzo, pero a los cuarenta y tantos la fe ciega y ardorosa de la inocente juventud empezaba a decaer. Por suerte para él la vida de sacerdote la gustaba, era cómoda y los votos tampoco eran mucho problema, la obediencia era algo a lo que estaba acostumbrado, la pobreza. ¿Qué pobreza? Él vivía muy bien, no era rico, pero su trabajo era estable, con sueldo fijo y tenía aparte casa y comida gratis. ¿Qué más podía pedir? Trabajaba en un colegio privado de las carmelitas, solo de niñas, desde los 6 a los 16, trabajaba pocas horas, algunas clases de religión, alguna misa ocasional y las confesiones…Las confesiones. El único voto que le costaba cumplir era el de la castidad, sobretodo la castidad mental, (No tener pensamientos impuros) Era tan difícil, él lo intentaba con todas sus fuerzas, no solo por obedecer, sino, porque así su vida sería más sencilla. Pero era difícil para él no pensar en ciertas cosas impuras…Y las confesiones de ciertas adolescentes se lo ponían aun más difícil. Las confesiones.

Ella estaba sentada en la última fila, lo hacía siempre que podía para tratar de evadirse del muermo de las clases, sobretodo, la más muermo, era la clase de religión, con el padre José, él era tan aburrido, tan vacío. Ella odiaba el asqueroso colegio de nenas al que iba, pensaba que cuando cumpliese los 12 sus padres le dejarían ir a un instituto normal, con gente normal y no este montón de pingüinos y de niñas encerradas, pero cuando su mojigata madre vio el instituto, con una pareja enrollándose en el pasillo, y dos chavales fumando en la puerta, se cerró en banda y dijo que hasta la universidad nada. Así es que ahí estaba ella, con 16 años, y encerrada en la guardería de las monjas…Si su madre supiera lo que hacía cuando salía con sus amigas…Allí se sentía aburrida, reprimida, no había ni un hombre, bueno menos el padre José, pero ese no contaba, la adolescencia le tenía las hormonas rebeladas y toda ella tenía ganas de explorar, de conocer…Y sus padres no lo iban a impedir, ¡Ella era una mujer!! ¡Odiaba el colegio, odiaba a sus padres, las clases, las misas y lo que más odiaba era…Las confesiones diarias!! ¡Y eran obligatorias! ¡Que rollo! Se aburría, allí no había ningún hombre, solo el padre José, pero ese no contaba, no contaba…Su perversa mente adolescente, más valiente y más perversa en cuanto que en realidad era aun algo inocente estaba maquinando una idea, una idea que de tan absurda y malvada le atraía, una idea en la que entraban las confesiones.

Era la 1 de la tarde, hora de confesiones, el padre José se acomodó en el confesionario dispuesto a escuchar a todas las niñas de secundaria, y parte de las de primaria, era un trabajo sencillo, pero aburrido, con los pecado de siempre, he mentido, le robe un euro a mi madre, me pelee con mi hermano… Tedioso, era la palabra adecuada para esas 3 horas, solo había algunos ratos, en los que las confesiones se volvían atractivamente peligrosas, era esos momentos en los que las niñas mayores le contaban sus pensamientos y (pocas veces) Actos impuros. Él se sentía incómodamente atraído por esos relatos, algunos con excesos de detalles, esos relatos le llenaban la mente de pensamientos propios impuros, ¡Era tan difícil el voto de castidad! Ver a las adolescentes con las faldas corriendo por los pasillos no ayudaba, pero oírlas…Era una dulce tortura.

Confesión tras confesión iba pasando el rato, se aburría y trataba de entretenerse mirando hacia la cola de niñas que esperaba turno, cuchicheaban, reían e intercambiaban cosas bajo la estricta mirada de la hermana Agnes. Allí vio a esa alumna de último curso ¿Cómo se llamaba? Era muy malo para los nombres, pero no olvidaba una cara y menos una como aquella…La melena rojiza le llegaba hasta media espalda, la llevaba suelta en rizos rebeldes a pesar de que la norma era una recatada trenza, solo eso ya definía a aquella niña, los ojos verdes de gata con la mirada desafiante que se tienen a los 16, también ayudaban, nunca colaboraba, era una rebelde, se notaba en las faldas (siempre algo más cortas de la norma) la camisa con los botones desabrochados y su contoneo al andar, sabía que él no debería fijarse en esas cosas, pero era inevitable, ningún castigo conseguía que la niña se abrochase la camisa o dejase de mover su culo respingón bajo la falda, al revés parecía que cada nuevo castigo la rebelase más ayudándole a plantarle cara a todo el mundo. Todo lo hacía a desgana, en las confesiones decía lo mínimo y se iba corriendo, pero esos ojos, le perseguían en sus impuros pensamientos.

Estaba en la cola, confesión, tras confesión se aburría, pero trataba de entretenerse con el plan que le rondaba la cabeza…iba a demostrar que no era una niña, que el tenerla allí encerrada no conseguía nada e iba a escandalizar… ¡Vaya que sí! Al padre José.

Por fin le llegó el turno. Entrevió la mirada del padre justo antes de entrar, se arrodillo y dijo la consabida frase:
- Ave María Purísima.
- Sin pecado concebido.
- Llevo 24 horas sin confesarme...
- Adelante- Contestó el padre José sin saber a qué estaba dando pie.
Empezó a hablar, al principio como siempre…pero cuando ya parecía que iba acabar añadió…-¡ Ah padre! Tengo un pecado más, pero, es que…. No me atrevo, me da vergüenza.
- Ánimo, hija, no debe darte vergüenza, somos humanos, pecamos, y yo estoy aquí para escucharte.
Ella se lanzó, buscó en su cabeza las pocas, decepcionantes y al mismo tiempo excitantes experiencias sexuales que había tenido, buscó la forma de magnificarlas para escandalizar más y comenzó:
- He tenido pensamientos impuros, me imagino con hombres haciendo cosas, cosas sucias que no deberían hacer las niñas.
- Adelante hija, que no te de apuro, cuéntame (era su obligación escucharla, aunque de ella más que de nadie era una tentación)
- Me imagino desnudándome delante de un hombre, él no puede apartar la vista de mi…coño (buscó la palabra más dura que conocía y oyó un suspiro de sorpresa que la llenó de satisfacción) porque como tengo los pelos rojos – continuó - los hombres se sienten muy atraídos.
- Sigue- tragó saliva- Era imposible no imaginarla, con sus pechos aun inmaduros pero perfectos, sus caderas firmes y la mata de pelo roja entre las piernas...
- Bueno –Dijo con una voz entre dulce y pícara que pensó podría asustar más al padre, también pienso en cómo los hombres me besarían así desnuda, me tocarían las tetas, me apretarían los pezones y luego me tocarían los rizos y el coño. ¿Y.. sabe? Siento que me excito y a veces me toco pensando esas cosas y más
- Debes continuar- La voz ahogada no expresaba el miedo que ella creía, sino el deseo contenido, la lujuria reprimida, la frustración sexual de la que ella estaba abriendo las puertas con su juego…
- Vale, si es necesario… Me toco el coño con los dedos húmedos de mi saliva, (oyó tragar al otro lado) porque imagino que ese hombre haría lo mismo, me cogería por detrás mojaría los dedos en su saliva y me masturbaría hasta hacerme correr como una loca (solo lo había conseguido una vez, ella sola). Ella fingió un suspiro de placer como los que dejaba escapar en sus momentos de placer solitario…Luego cuando yo me hubiera corrido, el hombre se desnudaría, me haría arrodillarme y me pondría su pene en la boca, a m i me cabe entero – Era demasiado inexperta para saber que eso era mentira, pero pensó que surtiría efecto.
Y lo surtió…El padre José no podía más, nunca, había estado tan excitado, en su cabeza el hombre de esos pensamientos era él, su sucia mente había hecho suyos los pensamientos lascivos de la niña y ello había contribuido a una erección dolorosa, lo peor es que la oía suspirar y pensaba que ella se estaba tocando y realmente él tenía que hacer grandes esfuerzos para no imitarla. Debería haber terminado eso ahí. Haberle dicho que parase, reñirla llamar a la madre superiora y contarle lo que hacía la sucia y lasciva bruja pelirroja del otro lado, pero una parte de él estaba disfrutando enormemente del juego y no estaba dispuesto renunciar, solo consiguió evitar tocarse y dijo.
- Sigue, hija mía sigue...En una súplica que casi parecía más parte de un diálogo entre amantes.
Ella se dio cuenta de que se estaba calentando, y que por un momento había tenido ganas de tocarse como hacía en la cama, como ninguno de los chicos con los que se había liado había sabido. Y también se dio cuenta, medio asustada, pero también muy satisfecha de que el padre José no estaba asustado, sino cachondo como los chicos con los que se liaba, pues sí, era un hombre a fin de cuentas. Debería haber parado, haber salido corriendo antes de hacer algo malo de verdad, pero una parte de ella estaba disfrutando mucho del juego y aunque no se tocó continuó.

- El hombre está muy caliente porque yo me meto su polla en la boca y se la chupo, gime así: ¡Ahhh!. Y luego me la mete toda, no me duele, porque yo ya no soy virgen (otra mentira) y me gusta que lo haga y le pido que me de ¡más, más, más!!! Dice elevando un poco la voz y pensando que a lo mejor el cerdo se esta tocando su pene, ella ha tocado algunos, son duros, calientes…
El se mueve muy rápido y me hace muchas posturas (lo ha visto en la película escondida en el armario de papá) y yo le araño la espalda y grito: ¡sí, me gusta! Ella pone voz de guarra y ahora sí no puede evitar que sus dedos se deslicen por encima del fino tanga, rozando solo el botoncito por encima de la tela y sintiendo un escalofrío y la humedad en sus dedos. Sus ojos se cierran y calla un instante.

El padre está loco de deseo, si hubiera estado en otro lugar hubiera cogido a la niñata esa y le hubiera dado una buena lección como hacía antes de meterse en el seminario, le hubiera dado lo que ella estaba deseando, le hubiera comido ese coñito rojo de niña hasta sentir los fluidos de ella bañarle los labios, hasta sentir su blanca espalda plagada de pecas curvarse y retorcerse de placer entre sus manos…
Y después le hubiera penetrado hasta sentir que ella se deshacía bajo su pene. Se la hubiera follado como un animal salvaje, hasta oírle gritar su nombre, hasta dominarla y convertir a esa niñata altiva en la mujer satisfecha que estaba deseando ser. Pero no podía, sabía que eso era una locura y sabía que nunca lo haría, pero, ahora sí, no pudo evitar tocarse el pene por encima de hábito, lo notó erecto, duro, palpitante… y cerró los ojos dispuesto a seguir escuchándola.
Ella se acaricia y aparta el tanga oye al padre José al otro lado e imagina lo que hace gracias a ella, le pone más caliente y le hace sentirse muy mujer. Continúa su relato:
- Cuando llevamos mucho tiempo follando y yo me he corrido muchas veces (no sabía si era posible, pero daba igual) Él me la saca, porque aun no se quiere correr, me coge en brazos y me lleva a la ducha, abre el grifo, el agua me corre por la piel, me estremece y yo juego a tocarme sola mientras él me mira y se acaricia (piensa en realidad en el padre acariciándose) Luego se mete conmigo en la ducha, apoya mis manos en la pared, y de pie con el agua cayendo me folla de espaldas mientras me besa el cuello y me acaricia las tetas…(otro aporte de la película prohibida de papá)
El padre ahora se masturba sin asomo de disimulo, esta jadeante, tenso, en su imaginación ve la piel blanca bajo el agua caliente las manos de él en esos pechos y el cuello, lleno de marcas de sus dientes y bombea inconscientemente practicando lo que su mente le dicta sobre su mano húmeda.
- Yo grito y grito porque me encanta que me folle así – Continúa mientras su dedo titila convulsamente su botoncito – le oigo gruñir detrás mío y decir que follo muy bien (el lenguaje soez la ponía más cachonda y junto con la imagen de su cabeza, en la que ahora el hombre tenía cara, conseguían que estuviera apunto de correrse) Él empuja muy fuerte y me la mete una y otra y otra vez…Se le corta la voz, casi no puede seguir con el cuento, la cabeza cae hacia atrás y su clítoris se contrae bajo su dedito.
Su pene esta a reventar, lo siente hinchado y a punto mientras su mano sigue moviéndose un gemido sale de su garganta sin poder evitarlo, la espalda se arquea, nota que esta apunto.
- Yo, yo, él….Las palabras no salen de la boquita roja y anhelante de ella, nota los pezones casi horadando la camisa, se estremece y susurra…¡yo… me corrooooo! Y sin poder ni querer evitarlo se deja ir, nota como todo su cuerpo se contrae, se muerde la mano para no gritar, ¡DIOS! Nunca había sentido nada igual. Luego relajación…Se le doblan las rodillas… Oye la respiración agitada al otro lado, suspiros, gemidos. Entre asustada y excitada, se va relajando mientras sigue escuchando.
El padre sabe lo que va a pasar y no evita que pase, al contrario eleva el ritmo de su mano y cierra los ojos anticipándose a la descarga de placer que le recorre la columna y le da espasmos, durante unos segundo pierde el mundo de vista, se marea un poco y se muerde los labios para no gritar, pero aun así le cuesta horrores y un gruñido se escapa con alivio de sus labios.
Ella le oye, susurra un apresurado: - Hasta mañana.
Sale corriendo con las mejillas sonrosadas, las boca entreabierta en una sonrisa nerviosa, el pelo algo desordenado y la blusa por fuera de la falda corre, atraviesa la iglesia y sale a la luz con las piernas aun temblándole. Pero una parte de ella, sabe que ahora vendrá con otro ánimo a las confesiones.

Él está aliviado y satisfecho, puede que la culpa le flagele la conciencia luego, pero no ahora, a partir de ahora vendrá con otro ánimo a las confesiones.

La hermana Agnes que vigilaba las confesiones hoy, observa sorprendida como sale la niña corriendo, se ha pasado dentro casi una hora, ¡Qué raro! Ella que huía de esas cosas. El padre José era un buen hombre. Puede que haya conseguido que a partir de ahora venga con otro ánimo a las confesiones…





Texto agregado el 01-04-2008, y leído por 10045 visitantes. (5 votos)


Lectores Opinan
19-05-2008 Amén! ;) cromatica
05-04-2008 Muy bello compañera. Impecable tu escritura, maravillosa historia. Un beso*****Pablo melenas
 
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