Cada vez que alguien entraba a esa habitación, según me dijo mi abuelo, todas las penas se olvidaban.
Para un niño, ir allá era el mejor regalo que pudiese recibir; eso les incentivaba a portarse mejor.
Desde que mi abuelo me lo contó, yo he soñado y anhelado estar en aquel lugar, cada día de mi vida... solo tengo que cerrar mis ojos y dejarme volar.

Según me dijo mi abuelo, aquella magnifica pieza era tan magnifica que, solamente quien supiese de ella y que conservara al crecer su corazón puro, la recordaría.

Yo ya soy mayor, y he visto como cada uno de mis hijos a quien les he contado sobre esto, no tienen ni el más mínimo recuerdo de aquel magnifico lugar. Eso me duele, pues yo conservé ese relato, ya que aunque nunca la vi, aún tengo la esperanza de conocerla... la esperanza de que cuando ya no esté en este mundo la pueda ver, descubrir sus secretos y disfrutar de su magia, de sus dulces y juegos... de todo aquello con lo que sueña un niño.

Por eso ahora me dedico a contar esta historia a mis nietos, porque como es tradición, los abuelos lo cuentan, los nietos lo sueñan y si conservan el corazón puro, tendrán la esperanza de verla en un futuro. Se lo contarán a sus hijos y a los hijos de sus hijos y así seguirá la tradición para que aquella mágica pieza viva eternamente.