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Entraste al cuarto. La luz tenue te recordó a aquel lejano atardecer en el país de tus sueños, pero había algo más que te decía que en el fondo todo era muy diferente. Haciendo un esfuerzo con los ojos, lograste distinguir ese objeto que tanto te cautivaba. Desde aquel día lo habías dictaminado prohibido, y era por eso tal vez que te resultaba tan atractivo. Algo en su fuerza interior te llamaba, te seducía como lo hacía el aroma de su perfume, la belleza de sus labios. Era más pequeño de lo que lo recordabas. Sólo alcanzaba tu cintura pero aún así te hechizaba, te hacía desear que fuese más grande, ahogándote así en su trampa. Su borde de oro con madera de pino estaba cubierto por una magistral telaraña, que le daba esa tonalidad de misterio, de historia de terror en dónde lo único que quieres hacer es descubrir el secreto. Le temías, pero a la vez lo amabas. Querías que te rebele sus más profundos secretos, pero sabías que huirías apenas te diera pista de ellos. Desviaste tu mirada para no caer en la cruel tentación de acercártele, ya que sabías que significaría tu fin. En la pared, tres polvorientas fotografías que parecían pertenecer a otra vida, a otra dimensión mundana que ya ella había olvidado, pero sólo ella, porque esa voz en tu alma te venía repitiendo que tu aún no habías tenido esa dicha. Te acercaste para verlas de cerca. Con el dedo pulgar, y haciendo el esfuerzo más grande de tu espíritu, sacudiste lentamente el polvo de la primera. Poco a poco se iba descubriendo la belleza bajo el vidrio, el rostro hermoso de ese ser que algún día fue tuyo, y que hasta entonces había permanecido olvidado tras la ceniza de las horas, días, meses, y finalmente años. Quedaste perplejo con su mirada, fija y hechizante como siempre lo había sido. Aún era lo mismo, después de tanto tiempo todo en tu vida seguía igual. Te sentiste tan estúpido como el hombre puede sentirse, atorado de sentimientos que ya no debían estar ahí, pero por alguna razón se habían aferrado a ti y a tu sangre, sin dejarte ir. Nuevamente volteaste la mirada, esta vez con la esperanza de tener el valor de salir de este cuarto al que en tantos años no habías podido entrar. La puerta tras de ti se había juntado. Sólo quedaba una pequeña zanja abierta por dónde veías el mundo exterior. Mundo que ahora te parecía ajeno y desconocido, frío y sin razón de ser. Pensaste en las terribles limitaciones del ser humano, y soñaste con convertirte en fluidos que pudieran huir por esa zanja de luz sin pensar, ya que sabías que ese espacio ahora ajeno era en realidad lo que debías de hacer. Te había costado la vida abrir esta puerta, y ahora, como un niño engreído, ya no querías salir.

Nuevamente, tu mirada se vio arrastrada hacia el objeto cautivador. Tenías que hacerlo, ya no todo podía recordarte a ella. Hace tres años que no salías, que hacías hasta lo imposible para no toparte con uno en el camino. Ahora, habías tenido el coraje de venir a enfrentártele, y ya no podías dar marcha atrás. Viste el aleteo de un picaflor a través de las polvorientas cortinas. No se abrían hace más de mil días, pero aún a través de ellas la sensación era la misma. Recordaste esas mañanas en las que lo único que hacían era revolotear en esa ahora estática cama. Hacer el amor mirando esa ventana, admirar su belleza una y otra vez, sin cansarte jamás. Entonces, te diste cuenta de quién eras. Cada una de las piezas de la habitación formaba una parte de tu ser, eran tu esencia, ese yo verdadero que no encontrabas hace tanto tiempo. Te volteaste bruscamente. Tus manos cayeron sobre el temido objeto. Lo sujetaste con fuerza por detrás. Estabas decidido a voltearlo, a ver una vez más eso a lo que hacía tanto tiempo venías huyéndole. Tu frente sudaba, tus manos temblaban. Los recuerdos invadían tu memoria como bombazos atómicos que estaban a punto de destruirte. Pensaste en ese día. Recordaste tu carro azul marino, tiene el color de la profundidad del mar, te solía decir ella. Imaginaste su voz, la reprodujiste en tus entrañas. La carretera, la infinidad del paisaje, el amor, sus manos sobre las tuyas, sus labios tocando tu piel. Y de pronto, todo acabó. Llegó el fin, trajiste el fin a sus días, ¿cómo pudiste hacerlo?. Era tan buena y hermosa, todos te repetían como si no lo supieras. Habías acabado con todo, y ahora te merecías acabar contigo mismo, sabías que sí, pero nunca habías tenido el coraje de hacerlo. Por eso estabas encerrado, por eso ya nunca salías, por eso ahora le temías a tu propio reflejo. Pero esta vez tendrías que pagar. Miraste al frente. Sus ojos te miraban desde su foto, te reprochaban lo que hiciste. El objeto se empezaba a resbalar de tus sudorosas manos, y tu rabia fue perdiendo pasión. Otra vez temiste, te ahuyentaste de lo que significaría volverte a ver. Pero lo que no sabías es que ya era muy tarde, y ya no tenías la fuerza para luchar contra ti. El espejo cayó de tus manos, tocó el suelo y violentamente estalló como lo hace el más temido volcán. Mil pedazos volaron por el cuarto, y destruido, caíste tras ellos. En tu agonía, uno de ellos llegó a tus manos. Sin pensarlo lo levantaste lentamente y con el miedo de tu vida encima. Antes de que te dieras cuenta tus ojos se reflejaban en él. Después de tanto tiempo te volvías a encontrar contigo mismo, cara a cara, tu y él. Lo miraste con desprecio, ¿por qué la mataste?, ¡Hijo de puta! El rencor llenó tus venas y finalmente el odio llegó a tu corazón. Aplastaste ese trozo de espejo entre los dedos de tu mano derecha tan fuertemente como pudiste. Veías la sangre correr. Poco a poco las capas de tu piel se iban abriendo, trazando un canal para ese fluido que tanto despreciabas, que tan malos recuerdos te traía. Los espejos por todo el cuarto te acechaban, maricón, te gritaban entre todos. Y tu, vulnerable como eras, lo creías. Volteaste tu mirada asustada hacia arriba en busca de una salida. Sus ojos helados te miraron una vez más. Ese verde azulado que siempre te cautivó ahora te hacía odiarte exponencialmente con cada segundo, consiguiendo finalmente su dulce venganza. Te dio el valor para aborrecerte infinitamente y así, te atreviste a dar un paso mas: la fuiste a encontrar al Más Allá.

Texto agregado el 16-04-2004, y leído por 524 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
10-08-2006 que buen cuento, me gusto mucho aunque el final fue un poco decepcionante aqui_estoy
10-08-2006 que buen cuento, me gusto mucho aunque el final fue un poco decepcionante aqui_estoy
 
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