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Caminaba el indefenso, por los caminos que nadie le había indicado,mas uno, por los caminos que nadie había caminado, solo uno, mas no sabía, a dónde, aquel camino lo conduciría, pero él, inconfundiblemente fiel a su caracter, no dispuso ninguna negación, para seguir caminando, por los caminos sin destino de su tierra.


Mas, se recogía el sudor con sabor a sol, de su cobriza frente, con las manos de un fiel obrero, ni un tituveo en su rostro quemado por el sol, ni un quejido de abandono, mientras empuñaba su mano diestra en signo de darse fuerza; en su caminar incesante e infinito, en las estepas de las llanuras más algidas que en su mente pudo imaginar.

Coreaba los cánticos más famosos que su infancia pudo escuchar, cánticos de historia, y que ahora vagamente recordaba, a cuanto mayor esfuerzo que hacía. Cánticos que escuchaba de su recordado padre, en tiempos de derrota y desolación de su patria, en tiempos en que su padre, fiel caminante, de quien heredó, errante por convicción que transportaba los dichos conspiratorios, se su postura revolucionaria.

Profesor, igual que su padre, decidió errantemente, concluir con las desdichas que su padre no logró terminar. Seguía entonando aquellas canciones que le inspiraban corage, valor y fuerza, y todo el futuro que a lo lejos, él decía venir.

Botas polveadas, pantalón, con sabor a tierra soleada, casaca de cuero, que ahora parecía marron y no negra, chalina de alpaca en el cuello, guantes desgastados, gorro soviético, que adornaba su cabellera junto a la barba amontonada en su rostro y un morral que se agustaba a su cuerpo formado y endurecido por la vida nomade que llevaba. Era el caminante.

Caminaba kilometros tras kilometros, a veces sin comer, sin aullar de angustia, sin gemir de dolor o cansancio, caminaba. Era el CAMINANTE, aunque otros le llamaban loco, pero, para la mayoría era el caminante, el errante, el insurgente, el que cambiaría alguna vez nuestra tan putrefacta sociedad, era el llamado, decían, y yo lo repetía.

En el pequeño morral que llevaba, increiblemnte contenía de todo y lo necesario, pero lo principal eran sus libros, y el que más recuerdo, cuando lo vi pasar por mi tierra, tenía en lsus manos delgadas "Los Siete Ensayos", libro que alguna vez me enseñaron y me hicieron creer, que era literario.

aquella imagen que hoy describo, y que hasta ahora está impregneda en mi mente, es la imagen de aquel caminante, que de infante vi; de voz gruesa, caracter indomeble ante los que querían su sumisión, pero noble, elocuente y solidario, ante sus encandilados alumnos, que él esclaricía las mentiras de su historia, de la historia que a todos nos cuentan.

Aquel caminante, desapareció, nunca tuvo fin, ni nunca tuvo triunfo, nunca se supo que fue de él, ninguna publicación de su desaparición, algunos, junto a su familia y yo, le lloraron, otros, afirmaban el predestino de su fin, otros, esos otros, afirmaban su deceso, con ironías de su clase, pero los más sercanos a él, dijeron que se había ido al extranjero, especificamente a Rusia, y algunos como yo, sigo pensando que todavía camina, por estos linderos, viviendo en cuevas, dejando escritos, llorando el olvido, susurrando penas, de aquel caminante, que todos olvidaron. Mas yo me alisto en busca de él, en busca de sus pasos, de sus huellas, de sus libros, de su enseñanza, pues como él ahora, soy Maestro. Un caminante más, un errante que mi patria necesita, para cambiar esta historia, esta tierra, esta patria mia.



... Invierno, 2008 - Canta.

Texto agregado el 30-04-2008, y leído por 262 visitantes. (0 votos)


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