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EL DOLOR DE MI MADRE

Eran las dos de la madrugada cuando Isabel Domínguez, entró a su apartamento y vió que encima de la mesa, el celular encendía y apagada una luz azul intermitente y que por unos instantes confundió con las luces de la discoteca de donde acaba de llegar con su esposo. -Tal vez será mi hermana para invitarme a la finca,- se dijo y caminó balanceándose hasta llegar al comedor. Levantó el celular, para escuchar el mensaje, pero al mirar el nombre registrado, frunció el ceño y sitió que la sangre velozmente navegaba por todos los rincones de su cuerpo hasta que llegó a su corazón.

Era el nombre del médico que dos días atrás, le había realizado una escanografía por los contínuos dolores de cabeza que estaba sufriendo y que le habían causado incapacidad laboral, y era el mismo internista que le había tratado una bronquitis a la madre de Isabel.

Aún un poco mareada por el licor que había ingerido, no podía entender porqué el médico la citaba urgente al consultorio y porqué de su voz había desaparecido la alegría de otras veces.
Sintiendo que el techo de su apartamento giraba a su alrededor llegó hasta su cama y se acostó. Su cuerpo daba vueltas en la cama, buscando la posición perfecta, estiraba sus pies y luego volvía a encogerlos, volteaba la almohada tratando de acomodarse. De pronto como sacudida por su angustia, volvió a sentarse. Debe ser algo realmente urgente para que el médico la llamara en ese 8 de diciembre. - se dijo. La cabeza empezaba a dolerle como en otras veces, pero ella asumió que era por licor, entonces buscó unas aspirinas y apagó la luz. Empezó a aquiertarse.

En medio de la oscuridad empezaron a caminar por su mente sus temores: - Sí, los intensos dolores de cabeza sólo tenían una explicación. Un tumor maligno, por eso el médico la había citado urgente al consultorio. ¡Qué mas podía ser ¡ - se dijo, mientras que imaginó como afrontar aquella nueva etapa de su vida. No quería que su familia supiera la verdad, y entre nostalgias y suspiros, Isabel, ideó su plan: Sólo su esposo conocería la verdad, realizarían un viaje al exterior para esperar que todo pasara. Después su esposo llamaría a su familia y diría que ella había muerto de un ataque al corazón y el se quedaría viviendo en el exterior con su familia como siempre había soñado. No quería que en especial su madre tuviera ningún dolor, y quería evitarle el sufrimiento de verla a ella padecer esa enfermedad. ¿ y si su esposo no aceptaba que pasaría? Se preguntó mientras que le dió un beso en sus cabellos, un beso que él no sintió, pues dormía como un niño después de una piñata. Lo miró y rechazó esa posibilidad él la amaba, había llenado su vida de amor y comprensión y no podía negarle su último deseo. Tendría que organizar sus cosas y dejar escrito a quién dejaría sus riquezas. Volvió a repetir riquezas pero en esta vez como si la palabra riquezas, le llenaron su corazón de regocijo.

Entonces dictó como si estuviera ante el notario: El álbum de fotografías para su esposo. Ahí en las fotografías estaba la historia de sus vidas y para que siempre que las mirara volviera a vivir los años maravillosos que habían recorrido juntos, las metas logradas, los viajes realizados Las fiestas de la navidad en el que él se disfrazaba de papá Noe y hacía vibrar a toda la familia con ese traje y esperar con ansiedad la noche de la navidad. Al recordar esa escena, sonrió levemente, era la mejor época del año. También las fotografías le recordaría que fueron cómplices de sus fracasos artísticos, de desvelos, de risotadas que habían dejado huellas en sus rostros. Además, para que siempre recordara su rostro sonriendo, como aparecía en todas las fotografías. Para Andrés, su sobrino preferido y al que veía como el hijo que nunca había podido tener, la colección de imágenes de ángeles que adornaban su apartamento. Su rostro sereno y la sonrisa que regalaba cuando no quería herir, lo hacían ver como un ángel. Mario, era el primer sobrino, le había enseñado a cantar las canciones de sus artistas y logró que al igual que ella llorara ante las notas de su violín o de los poemas hechos canción de su artista preferido José Luis Perales, por eso a Mario le dejaba toda su música, incluido el violín. Los cuentos que había escrito a su madre, a la navidad, al hijo que nunca tuvo y las poesías a medido terminar a Paula, ella a su escasa edad escribía pequeñas canciones que regalaba a sus compañeros del colegio y que terminan en la canasta de la basura y que ella luego recogía con la certeza que al menos había logrado que alguien leyera sus canciones. La biblioteca con sus enciclopedias con miles de historias de amores, de batallas ganadas, de consejos para la vida, de recetas de cocina que nunca realizó, de princesas encantadas, de brujas malvadas, historias de países sin descubrir, historias vividas por ella a través de las largas horas que pasó con los ojos fijos en la lectura de vidas y muertes ajenas, serían para sus otros sobrinos.

Y a su madre, ¿qué le dejaría a su madre? Buscó entre sus cosas queriendo encontrar el mejor de los regalos pero su mente le devolvió una pregunta ¿Qué diría su madre?, tampoco tendía derecho a privar a su madre y a su familia de no conocer la verdad, y como soportar aquella enfermedad sin el amor y la compañía de su familia. - ¿Pero, cómo decirle a su madre de su enfermedad, si apenas ella se estaba recuperando de una bronquitis, o tal vez … ya sabría?

Isabel, se quedó por unos instantes aletargada y esa misma sensación alimentó sus sospechas al recordar que estando en la última consulta dos días atrás para el control de la bronquitis de su madre y para su examen, el médico había evitado mirarla a los ojos, hablaba de los últimos acontecimientos del país, como si estuviera en una campaña política. Miraba a su madre como si quisiera transmitir un mensaje cifrado a través de sus ojos humedecidos y por primera vez, al parecer el dolor de sus pacientes se reflejó en su rostro.

El sol empezó a construir su nuevo día y encontró a Isabel Domínguez somnolienta y con sus pensamientos enredados.

Quería llegar a primera hora al consultorio, así en medio de su adormecimiento, se bañó y se vistió con el vestido que su madre le había regalado en su cumpleaños, perfumó su cuerpo como si fuera a cumplir la última cita de su vida.

A pesar de que las calles estaban adornadas de los colores de la navidad, ella sentía que en cada paso que daba para llegar al consultorio, era un paso más que le cortaba su vida. Sentía que sus pies se detenían en señal de protesta.

Al llegar al consultorio, se detuvo por unos instantes en la puerta como negándose a recibir la noticia que había esperado todo el amanecer. Lloró silenciosamente. Luego se sentó. Empezó a ojear una revista de farándula sin mirar. Al lado y lado de las paredes en cuadros grandes, otros más pequeños, con marcos dorados, estaban contados los años de estudios y todo el conocimiento adquirido en las diferentes universidades del país y del exterior y que no había notado en los dos días atrás cuando en compañía de su madre había visitado al médico.

El dolor de cabeza, volvió a interrumpir sus pensamientos y unas náuseas le llenaron su boca de una espesa saliva, al tiempo que Isabel buscaba el baño afanosamente. Ya no podía contener aquel líquido que subía por la garganta llenaba su boca y luego se devolvía, haciéndola estremecer y amenazando con salir por su boca. Estaba a punto de expulsarlo cuando fue llamada por el médico al consultorio. Isabel, exhaló un suspiro y con el desapareció todo el líquido.

El saludo del médico careció de los abrazos y risas acostumbrados. Le señaló con la mano la silla en la que debía sentarse. Era una silla que permitía reclinar la cabeza y casi hasta estirar sus piernas. Luego el médico empezó a hablar de temas entremezclados y no concluía ninguno. Isabel Dominguez, empezó a notar que su cuerpo empezaba a transpirar. El médico la invitó a pararse enfrente de un aparato, después encendió la luz y dijo:

Aquí está todo el líquido, está invadiendo todo este costado, al tiempo que hacía un círculo y lo marcaba con una luz roja. Esta parte ha disminuido de tamaño considerablemente, comparado con la última radiografía de hace quince días. Isabel, permanecía callada, se limitó a mover la cabeza de arriba abajo. - ¿En dónde están los ojos y las partes de mi cabeza? - se preguntó mentalmente- mientras que imaginaba, sería una posición diferente de su cabeza y del examen.

Mira fijamente las imágenes a través del aparato tratando de entender aquellas sombras blancas que el médico decía. Solloza. Sus pies, parecen no soportar el peso de su cuerpo y percibe un leve mareo que invade su cuerpo. Vuelve a sentarse en la silla. Su piel está fría.
Los recuerdos de su madre llegaron como chispas de luces organizados a su mente: La voz cansada de los últimos días, la delgadez de su cuerpo, su caminar pesado como tratando de derrotar el paso de los años, los ojos con un brillo expectante con la mirada esparcida en la distancia y el sueño que llegaba sin permiso en cualquier hora del día encontraron una respuesta al eco que empezaba a repetirse en su corazón y que Isabel no había percibido antes. Isabel se sintió por unos instantes vencida ante la tormenta desatada de dolor que inundó su ser. Lloraba. Quería sentirse niña en otra vez y recibir un abrazo de su madre.
El médico explica los cuidados que debe tener a partir de ese momento, pero Isabel, no escucha las recomendaciones que el médico dice, porque son ahogados por un llanto orquestado que sale de todos los rincones de su cuerpo y siente como si la alegría la hubieran borrado para siempre de su vida. El mundo de Isabel parece derribarse. No encuentra ya ningún aliciente para seguir viviendo. Ve como la vida, también a ella se le escapa en ese preciso instante en que el médico escribe el nombre de la medicina para que su madre no sienta los terribles dolores del cáncer de pulmón, que ya le ha destrozado más de la mitad de su cuerpo.

Texto agregado el 07-05-2008, y leído por 157 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
07-05-2008 Bellamente doloroso,mis estrellas para ti feluja
 
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