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Claroscuro

Nunca le presté demasiada atención a lo que me rodea. Pero aquel mármol amarillento y deslucido, colocado en una pared cercana al ingreso de la sala, mostraba apellidos de italianos que no eran familiares a mí, seguramente de personas pudientes de la época, que habían colaborado con dinero para la construcción de esta ala del hospital. Lo único que me atraía era la fecha, 1889. Año en que se inauguro este pabellón. Tengo la leve impresión que es una de las pocas cosas que todavía siguen en pie de lo antiguo. Leyendo su historia, descubrí que aquí se realizaban internaciones para niños y los imagine correteando y trepándose por todos lados; y de la mano de sus padres caminando por este largo corredor; alegres y sonrientes a pesar de sus dolencias. Pero de repente por mi memoria, cruzan reflexiones, sin respuestas. Entre tantas, una que se relaciona con la ignorancia en ciertas cosas de la vida; fundamentalmente en todo lo que atañe a la salud de los indefensos niños, y el no darse cuenta de lo complejo que es el sobre llevar ciertas enfermedades terminales, pero todo tiene un limite y este se termina cuando la realidad esta frente de ellos y es allí donde verdaderamente toman conciencia. Pero a veces es demasiado tarde y lo que se podía haber prevenido, luego se sufre y padece.
Pero a pesar de todas estas dificultades estoy aquí tratando de colaborar con todos ellos y observo a mí alrededor y veo un escenario todo dispuesto para su atención, salvo en el centro de aquella pared, en penumbras con un aplique con tulipas descoloridas; con una leve luminiscencia que se filtra por las ventanas, y debajo de él observo en un cuadro los rasgos de una mujer con ceño fruncido y adusto. Según me decían dicha imagen conmemorativa correspondía a una de las más importantes damas de caridad de esa época. Donde el pabellón lleva su nombre como homenaje. Cosas de antes... Detrás de dicho cuadro ornada una gran mancha de humedad multiforme, digna de la creativa imaginación de algún pintor surrealista. Mi pregunta siempre fue, ¿Por qué, a pesar de los años, todo eso estaba en aquel lugar?, el aplique antiguo, una pared vieja y parcialmente derruida por la amenazante mancha de humedad, y con una penumbra demasiado deliberada, sabiendo lo importante que es la pulcritud en los hospitales. Un día mi curiosidad excedió los limites y averiguando llegue a dar con una monja que vivió parte de su vida aquí, ya hace aproximadamente unos 50 años. Entre una menuda charla, me contó la verdadera historia. Que muchos querían ocultar a pesar del tiempo transcurrido. Con prudencia y artimañas pude obtener la información que celosamente guardaba, Sor Narcisa. La mujer del retrato resultó ser la hermana del que por aquellos años había sido el presidente de la benemérita institución. Que luego falleció en hechos nunca esclarecidos por completo, cargando de sospechas la reputación familiar. Y según versaba la monja, la fotografía, había sido colocada desde aquel nefasto día.
Desde ese suceso se tejieron entre susurros, historias de venganza entre Doña Elba – esposa del hermano-, hacia su virginal y pulcra hermana. Se decía que un desmedido odio se cosechó por varios años, entre ambas.
Supe también a hurtadillas que Doña Elba, había fallecido al querer reemplazar el foco de aquel artefacto, al recibir una descarga eléctrica que la fulminó instantáneamente. El consternado esposo se paralizó de espanto y enmudeció ya qué el olor de la muerte lo aterraba y al ver lo sucedido, sólo atinó a enfocar su escalofriante mirada en el cuadro de su hermana y Doña Elba chamuscada, tirada en el piso.
Se comentó a viva voz, del suceso en todo el hospital. Tiempo después, electricistas especializados pudieron corroborar el correcto funcionamiento de cables, conexiones y llaves.
Luego del luctuoso suceso, el esposo no articulo palabra. Para luego quedar internado en la sala de psiquiatría por un largo tiempo. Sor Narcisa por aquel entonces, le llevaba la comida al mudo anciano y contaba que escuchaba el suspiro de Doña Elba, rodear el pasillo, donde permanecía colgada la foto. Al pasar por ese lugar, sentía un cosquilleo, proveniente de su interior, mezcla de escalofrío y ansias incontenibles por encender específicamente esa luz y hacer que esa oscuridad descarnada, desapareciera al fin. Y por su mente se sucedieron muchas formas de realizarlo, agua bendecida, crucifijos y Rosarios provenientes del Vaticano, pero temía que el capellán se enterase y que por ello la trasladen a otro lugar. Pero al final concluía diciendo que esa travesía le traería problemas. Y siempre desistía del intento.
Se había transformado ya en un mito todo aquel asunto, y más cuando el nuevo presidente electo, falleció de un ataque cardiaco al poco tiempo de comentar las intenciones que tenía de querer sacar el cuadro y el aplique de esa avejentada pared.
Cada mañana al entrar al antiguo pabellón, observo ese escenario y todo se exacerba y los signos de tranquilidad que tenía antes de la charla con Sor Narcisa, no los puedo encontrar y veo ahora en el cuadro, gestos demenciales, como el de una esquizofrénica, como advirtiéndome algo.
Mi esposa me sugirió que deje de asistir a ese lugar y que pida traslado a otro. Pero para mí es una determinación difícil de tomar teniendo en cuenta el tiempo que llevo allí.
Mañana prepararé las herramientas, y una vez retirado el aplique y el cuadro, voy a tomar la decisión.

Texto agregado el 09-05-2008, y leído por 79 visitantes. (1 voto)


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