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Para Ana Cecilia

El teclado la seducía en cuanto instrumento de creación, aeropuerto de palabras que una vez compuestas en su pentagrama etéreo, se elevaban hacia los espirituosos confines de las ideas y allí flameaban transfiguradas en verdades y denuncias que como siempre sucede, a veces ingresan al continente yerto del oscurantismo, donde son expuestas impíamente para luego ser vilipendiadas, disectadas en groseros cuartos por rústicos orfebres que simulan ser expertos cirujanos. Pero la contextura carnosa, aquella que se iba hilando para transformarse en un tejido perdurable, un material que escapaba de sus propios versos para descender en la región de las nieves eternas, se difundía en la alba aurora enriqueciendo los líquidos que allí se concertaban para transformarse en ríos de caudal fecundo que iban inundando de sabiduría los valles combados de misterio…

Hacedora de milagros, mágica trasgresora de castillos oropelados, bastaba un vocablo suyo para desencantar maleficios añejos, para elevar miríadas de pequeños insectos irisados que se esparcían por los cuatro vientos difundiendo los ecos de sus frases apostólicas. A menudo sus textos se ovillaban como cochinillas y era difícil descifrarlos. Su séquito se devanaba los sesos tratando de bucear en las profundidades de su intelecto y no fueron pocos los que perecieron ahogados en la ineptitud de sus intentos…

El numeroso grupo de seres que la aborrecían por su pasión libertaria, aprontaron sus oxidados arcabuces, la acosaron y finalmente la apresaron. Fue encerrada en una oscura mazmorra y allí, solitaria, dialogando con los roedores que acudían a conocerla, adivinaba las horas sólo por los sonidos inciertos de la melancólica rutina…

Fue condenada a morir en la hoguera, instancia a la que apelan las almas primitivas que desean destruir toda prueba de raciocinio. Después de todo, las cenizas sólo son la materia prima de resurrección para la mítica Ave Fénix, ella sólo sería esparcida por los vientos de fronda para que nunca más sus dedos ágiles multiplicaran su pasión transformada en torrente de sabias palabras…

La liberación acudió de la forma más impensada: -Ella no es Juana de Arco- dijo el fuego y se negó a devorarla con sus lenguas incandescentes. El viento, amigo sempiterno e inseparable del fuego, dijo: -Yo no soplaré ni proveeré de hálito a la injuria que pretende escarnecer la altísima estirpe de esta diosa. Y dicho esto, desinfló sus descomunales carrillos, desalojando de ellos, brisas, tempestades y huracanes…

Todas las criaturas acudieron al llamado de la vilipendiada hacedora. Las aves desenfundaron sus más feroces trinos, las espigas se aglutinaron en torno a ella para construir una fortaleza de mieses, los gatos desenfundaron sus atroces garritas y millones y millones de voces corearon su nombre con tal ímpetu que ensordecieron a los temibles contrincantes, quienes, al percatarse de la inmensa convocatoria, arrancaron a sus respectivos avernos para lamentarse durante siglos de desolación por tan humillante derrota…









Texto agregado el 19-04-2004, y leído por 345 visitantes. (5 votos)


Lectores Opinan
19-04-2004 Gracias por tu dedicatoria, un beso AnaCecilia
19-04-2004 ¡Que bueno! Maravilloso cuento yoria
19-04-2004 Guauuuuu!! no se por que me late que conozco a esta heroína, mis stars gatunas anemona
19-04-2004 Guauuuuuu, no a la resurrección; sí al aquelarre. Escribes de maravillas, besos AnaCecilia
 
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