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ABISMOS

Las vidas de algunas personas se pueden resumir a tal punto que no son màs que el golpe de una puerta que se cierra imprevistamente o la tos de alguien parado en una calle oscura en medio de la noche. Uno mira y la puerta ya se cerrò o la calle ya esta vacìa.
Algunos viven ignorados, nadie repara en ellos, sus vidas son tan efìmeras como una vela, tan pequeñas como algo invisible
Asi era la vida de Raùl.
Raùl era un español que llegò al Paìs y solo consiguiò trabajo lavando platos, ayudàndose mendigando monedas, comprando vino barato y no asomar la nariz en varios dìas para luego levantarse como los muertos merodean en la noche para lavar màs platos, mendigar màs centavos y sumergirse en el vino.
Nadie entendìa lo que decìa, a nadie le importaba.
Un dìa raro se despertò temprano, sorprendido de estar sobrio y que su mente funcionara con claridez.
Caminò hasta la plaza cercana y se sentò en un banco. Comenzò a pensar en su pobre vida añorando los paisajes de su pueblo allende Galicia, su gente, sus recuerdos.
Alguien se habìa sentado a su lado pero siguiò impasible sumido en sus profundas cavilaciones, acostumbrado a pasar desapercibido.
Por eso esas palabras le sonaron como el estampido de un arma de fuego.
-¿Hermoso dìa, verdad?
-¡¡¡
La persona que habìa proferido esas palabras era una anciana menuda, canosa que llevaba puestos anteojos redondos y portaba una bolsa donde sobresalìan algunas frutas.
-¿A mí me habla?
-Sì ¿Verdad que hace un hermoso dìa?
-No sè, es raro que alguien me hable
La Anciana lo mirò profundamente a los ojos.
-¿Por qué dice eso?
-Es que yo soy nada, a nadie le intereso.
-¡No diga eso! Siempre habrà una persona a quien le interese.
-Es que, desde que lleguè de España todo ha ido de mal en peor y eso que tenìa grandes esperanzas, ahora solo lavo platos, mendigo y me emborracho.
-¿No sabe hacer otra cosa?
-Allà yo era escritor, por cierto sin mucho èxito, pero lo que ganaba me alcanzaba para vivir dignamente.
-¿Entonces, porquè vino?
-Algo pasò ya no podìa vivir
-Vea dijo - sorprendido nuevamente de estar hablando con tanta fluidez – todo comenzò con un cuento que escribì.
-¿Un cuento? Ahora la sorprendida era la anciana.
Raùl se quedò un rato pensativo como hurgando en el baùl de sus recuerdos, luego continuò.
-Yo vivìa en mi pueblo felìz, casado con Marìa una mujer excepcional, cuando se me ocurriò escribir ese maldito cuento donde la protagonista enloquecìa y se suicidaba.
-¡Juro que jamàs le hice leer ese cuento a mi mujer! Pero ella seguramente en un descuido de mi parte lo hizo.
-¿Y què pasò?
-Tristemente mi mujer tuvo el mismo final que la protagonista.
-¿Puedo leer ese cuento? Requiriò la anciana.
Raùl se dirigiò hasta sus pobres aposentos y regresò con el cuento
-Mañana se lo devuelvo.
Esa noche la anciana leyò

EL ABISMO
No habìa letrero alguno; quizàs por eso siguiò la inercia de aquel cruce. Llevaba tiempo al volante, solo querìa conducir, devorar kilòmetros hacia un lugar sin nombre, por eso bendijo tanto el hallazgo de aquella villa. El caràcter atormentado que le perseguìa en los ùltimos años a causa de su adicciòn al alcohol la habìan transformado en una mujer hosca y solitaria. No le bastaban las respuestas de su mèdico el doctor Josè, instando con fingida profesionalidad a probar terapias psicològicas que le ayudarìan a fortalecer su acrecentado pesimismo ni tampoco iba a poner el resto de fe que le quedaba en los fàrmacos. Sin lazos afectivos sus sentimientos caìan desbocados en una voràgine sin fin de soledades, por eso tomò el vehìculo y se dirigiò sin rumbo por rutas poco transitadas. Al poco, la carretera se estrechò hasta borrrarse la lìnea divisoria que marcaba la doble direcciòn y comenzò a caer una lluvia copiosa y el movimiento ràpido del limpiaparabrisas le dificultaba conducir con seguridad. Una fuerte tormenta elèctrica se desatò en apenas unos instantes y su resplandor intermitente se reflejaba fantasmagóricamente entre los àrboles cercanos. Su preocupaciòn crecia a la vez que el temporal y la noche iban en aumento, hasta que con alivio, divisò las luces de la pequeña villa. Circulò lento por lo que asemejaba una calle principal, vacìa de transeúntes. Aguardò con el motor en marcha hasta descubrir la figura de alguien a quien preguntar. Por fin distinguiò al viejo pescador bajo un alero y aunque no le hizo mucha gracia abandonar su refugio por un momento contestò sin un mal gesto.
-¡La carretera no sigue, esta usted en la costa! O vuelve por donde vino o.........
Se quedò mirando la lluvia. Recordò las ùltimas palabras del doctor Josè.
-¡No se le ocurra abandonar el tratamiento! Siga tomando las pastillas.
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Al doctor Josè le avisaron a media tarde. Debido a lo escarpado del lugar, ya anochecìa cuando el mèdico forense llegò al abismo a levantar el cadàver del destrozado automòvil. El cuerpo inerte de su antigua paciente yacìa entre las rocas, sin señales violentas casi podrìa afirmarse con una expresiòn plàcida.
-Es raro, pensò el doctor Josè, la carretera conduce directamente al abismo y no hay ninguna indicaciòn de alerta.

La anciana al dìa siguiente se instalò en el banco de la plaza esperando a Raùl, para decirle lo excelente del cuento, para darle ànimos de seguir escribiendo.
Pero èste no vino, ni èse ni al siguiente ni nunca.......

Copyright ©: Carlos Josè Dìaz Amestoy

Texto agregado el 19-04-2004, y leído por 117 visitantes. (1 voto)


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