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Él aparenta ser un hombre cálido, sereno, habla en un tono fluido y con una voz que es más ronca en cuanto es más baja, de manera casi inaudible le susurra a la mujer que reposa en su canto y que lo mira directo a los ojos. De ella sabemos su nombre, se llama Ana, tiene cabello negro y un olor salino esparcido por toda la piel, muñecas delicadas y dedos ocultos entre sus puños cerrados, labios rosa que con el frió parecen querer perderse en la inmensidad de su palidez, de su blancura. Algunos lunares regados por la cara, que más que puntos son pequeñas pinceladas.

Ana calla mientras que el hombre va enredando los dedos en su cabello hasta hundir completamente la mano y escarbar cariñosamente el cuero cabelludo, ella siente como se abren paso las puntas de los dedos por sobre su cráneo. Por segundos y cuando la sensación es más placentera ella deja de mirarlo para cerrar los ojos y dejar que el la bese en la frente, o en la comisura de los labios, o en la coronilla, o en los párpados, o en el dorso de sus manos cerradas. Mientras la besa el hombre se cala los pulmones con su olor.

Ya es tarde, la luna se asoma por entre los nubarrones tan negros como el cielo, y su lamento gris llega hasta la cara de Ana en trayectorias paralelas que, como gotas, caen por entre las hojas del árbol que susurra con el viento. El hombre tirita y su aliento se evapora en bocanadas irregulares, su mano se desliza ahora hasta la nuca de Ana, cierra ligeramente sus dedos para afianzar con fuerza meticulosa el tejido especialmente fibroso del cuello, advierte con la palma de sus manos las vellosidades que se desprenden desde la nuca, bajando y perdiéndose por la espalda, la temperatura del cuello de Ana desciende al tiempo que las mano izquierda del hombre se pone tibia, él se acerca de a pocos y siente el olor a frutas y a flores del té que Ana tomó antes de venir a perderse en la oscuridad de la noche.

Ella piensa que un beso es ahora algo apresurado, y quizá tiene razón, pero en medio de ese pensamiento sus labios sienten los labios fríos de él, que ahora la mira envuelto en nervios y con un par de lágrimas tras sus ojos cansados, la razón se desvanece junto con la bocanada que brotaba en el espacio que había entre los dos, el beso es torpe, es nervioso, pero es perfecto, con una duración precisa y con un ligero mordisco en el labio inferior. Ana cierra los ojos y se deja caer sobre el abrazo que él le ha tendido, cierra los ojos y duerme, para callarse y no volver a despertar.

Texto agregado el 15-05-2008, y leído por 91 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
15-06-2008 Es un escrito intimista, muy cercano, es como estar en un pequeño cuarto viendo la escena. Akeronte
01-06-2008 Una hermosa pincelada a cámara lenta que fluye con positiva sorpresa en la mente del lector. churruka
 
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