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BIENVENIDO

Cuento dedicado a los caídos en el terremoto del 15 de agosto en Ica – Perú.



En el limitar del concreto de la autopista erguía un vano aviso descolorido, al que nadie le prestaba la mínima atención, salvo quizás el piloto. A mi me emocionó mucho, pues apenas despertaba de un exótico sueño cuando vi el cartel: Ica 2 klm. Una entrañable alegría abordó todo mi ser, estaba radiante y en un jolgorio interior que prometía estallar en lágrimas y carcajadas. En el corto trayecto canturreaba enérgicamente canciones de mi juventud, al rato que recordaba épocas de colegio e infancia. Mi madre y mi padre saltarían de emoción al verme después de casi seis años, ya hecho un hombre maduro y profesional, un señor licenciado en ciencias políticas en una universidad exterior; indudablemente mi presencia sería su orgullo.

Ya en el terrapuerto serené un poco mi radiante alegría, y me dirigí a casa a pie, aspirando el rancio polvito iqueño. No había cambiado mucho el lugar; una mediocre arquitectura de barro aguardaba desde antaño; pero mi juicio de político permaneció sigiloso hacia enorme felicidad y dicha de volver a pisar el terral del barrio donde nací y jugaba las escondidas y la chapada.

Pensé que se trataba de mí-los ligeros vértigos no son sucesos paranormales, ya se sabe en que terminan los viajes de emoción- No, definitivamente no era yo; era un terremoto que vibraba con una bizarra malevolencia, tumbando todo lo que pálidamente erguía; bailando un tango fúnebre recorría el barrio. Mientras saboreaba un pavor sazonado con una intensa alarma, eché a correr a casa, obviando el temblor y las solicitudes de auxilio, las voces infantiles, y moribundos cuyas miradas me chantaban una espesa culpa la conciencia.

No podía creerlo. No había umbral por donde ingresar y respirar a hogar y familia, no había pared donde colgar el sombrero y el saco, no había muebles donde reposar; todo estaba sepultado. El pollo al horno que esperaba darme la bienvenida tendía junto al cadáver de mi madre aplastada con fragmentos de adobe. Mi padre no surgía; guardé una vana esperanza para su vida; al poco rato oí su voz desde el sótano, antaño taller de artesanía; oí una voz arrugada, lánguida y pausada, que decía entre intervalos de silencio: “bienvenido hijo mío. La injusticia de la naturaleza suele ser más lastimera que la del hombre. Te amo señor político, nunca lo olvides. Adiós”. No oí más, lo entendí todo; lo entendí todo con una hiper-agonía que aumentaba su volumen a mil por hora en mi garganta. Caí de rodillas y sentí un golpe rígido en la cabeza…

Texto agregado el 16-05-2008, y leído por 89 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
16-05-2008 Genial. Logras transporar al lector a la vivencia de esa catástrofe. Dolorosa experiencia. Y buena dedicatoria... y mejor honra a su memoria. Saludos! ***** Sayven
 
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