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Es curioso que, como por definición de vida, convención impuesta por la sociedad, la cultura, la educación, e incluso algunas religiones, el ser humano tenga una misión intrínseca en esta vida. Esta épica y heroica misión es la eterna búsqueda de la felicidad. Digo épica, ya que corresponde a la persecución de una utopía, y a la vez heroica debido a que, pese a que consciente o inconscientemente, las personas saben claramente (o al menos lo intuyen) que es imposible la consecución del “objetivo de vida”, aún así se dedican, con total esperanza y con todo su esfuerzo y capacidad, a tratar de encontrar dicha felicidad.
Al tratar de imaginar las condiciones para una “felicidad” plena, es imposible separar dicho estado de otra de las concepciones culturales, el nunca bien ponderado estado de enamoramiento. Algunos, mucho más sabios y hábiles con las palabras que yo, han hablado de aquel sentimiento con más certeza de la que me siento en condiciones de lograr:
Pero el amor, esa palabra... Moralista Horacio, temeroso de pasiones sin una razón de aguas hondas, desconcertado y arisco en la ciudad donde el amor se llama con todos los nombres de todas las calles, de todas las casas, de todos los pisos, de todas las habitaciones, de todas las camas, de todos los sueños, de todos los olvidos o los recuerdos.

…cómo te gusta usar el verbo amar, con qué cursilería lo vas dejando caer sobre los platos y las sábanas y los autobuses…


Muchas personas tratan de concebir ambas condiciones humanas, la felicidad y el amor, como condiciones capaces de permanecer en el tiempo. Esas personas son claramente asociables a aquellas que se definen pertenecientes a alguna religión, aunque no cumplen, y muchas veces no alcanzan a comprender, o no saben los preceptos de la misma religión que tratan de profesar, pero eso es tema de otra conversación.
Si uno se logra abstraer de las situaciones que tiene más cercanas en su propia vida, de los temas social e históricamente coyunturales, y es capaz de analizar objetivamente las situaciones de vida que le han sucedido, es posible que se logre comprender que los conceptos de “felicidad” y “amor” no perduran más que por pequeños instantes. Es decir, hay momentos en que, debido a la superposición temporal de pequeños eventos que provocan efectos positivos en una persona se logra “sobrepasar un límite” de sentimientos (que, entre otros, conjugan alegría, esperanza, emoción, gozo, etc.), lo que permite hablar de felicidad. Pero el efecto de dichos eventos es efímero y la persona vuelve, al poco tiempo, al estado original, en el cual lo único que queda es seguir tratando de llegar nuevamente a ser feliz, por el tiempo que sea.
Algo muy similar ocurre con el amor. Hay pequeñas situaciones que se conjugan para lograr, temporalmente, un estado de comunión, complicidad, agrado y atracción por otra persona, que se puede denominar amor. Ese estado también es efímero y, por el resto del tiempo que dure la relación de pareja con aquella persona, se persigue lograr que dicho estado vuelva a hacerse presente.

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Al entrar sintió que el ruido de la gente, y la música, y el humo de los cigarros formaban un ambiente que le pareció hasta acogedor. Reconoció la canción que, al escuchar con atención, se iba dibujando frente a él, al alcance de su mano. “Déjame un poco de amor para este domingo…”.
Miró alrededor y vio que todas las mesas estaban ocupadas, pero ella llamó inmediatamente su atención. Estaba allí, enfrente, y era la imagen más perfecta que había visto alguna vez. Sentada sola en la mesa mas alejada del ruido, con un Casa Silva a medias y una copa llena. Bebía el vino como si se tratara de un rito, sagrado y personal. Estaba totalmente ajena a lo que pasaba a su alrededor. Ni siquiera sentía a los grupos bulliciosos que tomaban cerveza en cantidades industriales en las otras mesas, y que hablaban a grandes voces, y que ya estamos en Francia, y que Zamorano aquí y Salas allá. Tenía el pelo negro y un tanto ondulado.
Había algo en ella que inspiraba tristeza, como un aura, y Vicente sintió que ya la conocía, pero no sabía de donde. Se dijo que nada tenía que perder, y se acercó a su mesa y se sentó. Ella levantó la mirada y pudo ver sus ojos pardos. No era extraordinariamente hermosa, pero a Vicente le pareció que en su mirada estaba toda la belleza que necesitaba. Una canción comenzó a sonarle en la cabeza: “Te vi, juntabas margaritas del mantel...”, pero en el ambiente la música era otra.

¿Te has dado cuenta que estar solo es definitivamente estar sólo dentro de cierto plano aislado, y que otras soledades podrían comunicarse con nosotros, pero para ello se necesitaría que dos planos distintos se intersectasen, y eso sólo se logra con algo ajeno a los individuos, como un accidente o bien con un evento que provoque una emoción colectiva... como el fútbol?- dijo Vicente mientras sacaba un cigarro.

-¿Y eso qué tiene que ver conmigo?

-Sólo eso, que trato de forzar una intersección de nuestras soledades. Además, las penas se llevan mejor conversando con alguien.

-¿Y qué te hace pensar que yo tengo penas?, y si las tuviese, ¿por qué habría de conversarlas contigo?

-No estaba hablando de tu tristeza, sino de la mía. ¿Fumas? - le preguntó ofreciéndole un cigarro.

-Penas de amor, supongo – dijo ella, cogiendo el cigarrillo y tratando de encenderlo.

-“Pero el amor, esa palabra...Moralista Horacio, temeroso de pasiones sin una razón de aguas hondas...”- respondió Vicente, citando a Cortázar. Vicente siempre había hablado así. Siempre decía cosas que a él le parecía que venían al caso, pero que la gente no entendía, y a él no le importaba.

-Y además crisis existenciales- sentenció ella.

Un tanto desilusionado, porque ella no lo había entendido, pidió un schop negro y conversaron por un rato. Se estaba bien allí, con ella. El efecto del licor volvía lentamente y hablaban de la ciudad, del vino, y las miradas se encontraban de vez en cuando, y que he dejado a mis amigos en el hostal, y que el viaje, y sonaba ahora Soda, y que el último concierto, y, de repente, Vicente se dio cuenta que sólo él hablaba, y ella escuchaba. “Pero cuéntame algo de ti”, “me tengo que ir, ya es tarde”, “quédate un poco mas”,”no puedo, mañana parto temprano”.

-¿Alguna vez te volveré a ver?- preguntó Vicente.

-“Al despedirnos éramos como dos chicos que se han hecho estrepitosamente amigos en una fiesta de cumpleaños y se siguen mirando mientras los padres los tiran de la mano y los arrastran, y es un dolor dulce y una esperanza, y se sabe que uno se llama Tony y la otra Lulú, y basta para que el corazón sea como una frutilla...”- le dijo, citando el final del mismo capítulo, y se fue.

Vicente quedó perplejo por un momento. Nunca antes le había pasado. Realmente lo había entendido, ella, y ni siquiera sabían sus nombres. Pero él si lo sabía...

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Esta fue una situación idealizada de amor.
Otro aspecto que llama claramente la atención es la condición de subjetividad del concepto de amar. Es decir, cada persona tiene su propia y personal idea acerca de lo que es amar, que se ha ido formando durante el desarrollo de su propia vida.
Con lo anterior se invalida la extremadamente repetida pregunta entre las parejas, ¿me amas?, ¿estás enamorado de mi?, u otras varianzas de la misma. Es decir, dada la subjetividad del concepto, la respuesta mas sincera es un rotundo no, ya que el concepto de amar de la persona que hace la pregunta no es el mismo del de la persona que la responde. La respuesta anterior, claramente generará problemas o quiebres en la relación, por muy pequeños que sean; y la única manera de evitarlos es utilizar la respuesta políticamente correcta, que es un si que no genere dudas.
En fin, para muchas personas que hacen esta pregunta, debido a su inseguridad personal, la que se ve reflejada en sus relaciones, no puede haber una respuesta buena. Una es sincera, pero ruda y dolorosa, y la otra no es mas que un embuste de buena crianza.
¿No es mas sano no necesitar este tipo de confirmaciones?, ¿no es mejor basar la percepción de la relación en cuan bien se desarrolla ésta, en cuán cómodo, agradado, alegre y entusiasmado, o bien esperanzado uno se sienta con ella? Las relaciones de pareja no deberían basarse de forma determinante en las palabras, perras negras, como dijo alguien por ahí…

Sacás una idea de ahí, un sentimiento del otro estante, los atás con ayuda de palabras, perras negras, y resulta que te quiero. Total parcial: te quiero. Total general: te amo. Así viven muchos amigos míos, sin hablar de un tío y dos primos, convencidos del amor-que-sienten-por-sus-esposas.

Texto agregado el 16-05-2008, y leído por 193 visitantes. (0 votos)


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