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Cae, cae lentamente, asustándome. Nunca había visto aquello.
Un poco cayó sobre mi hombro, no pude evitarlo. Seguí caminando más rápido, observando al resto de la gente, a quienes parecía no importarle aquella sustancia que caía sobre todos nosotros.
Me habían advertido sobre eso, pero yo no les hice caso; ahora sólo quería estar de vuelta en mi hogar, muy lejos de ahí.
Levanté la mirada al cielo y vi cómo caía, cómo escurría aquella extraña sustancia. Era del color de la sangre, más espesa aún, pero un par de personas me dijo que salía rápidamente de la ropa, que no me preocupara, que pronto me acostumbraría. Yo sólo tenía la sensación de caminar bajo un cielo agonizante, un cielo que se desangraba poco a poco. Un cielo que parecía gritar, suplicar ayuda y que nadie quería escuchar.
Me desesperé – fue mi peor error – y me puse a correr bajo aquella asquerosa sustancia, a correr entre toda aquella extraña gente, quienes ni siquiera me miraban, quienes no despegaban la visa del suelo, ignorándome por completo.
Corrí, desesperado, solo, asustado, perdido. Corrí por aquellas avenidas infectadas de sangre de cielo, corrí esquivando a la gente, escapando de aquel lugar. Corrí hasta que no pude seguir, hasta que mis pulmones parecían querer estallar y mis piernas no podían sostenerme. Corrí hasta caer rendido en el pasto, junto a un árbol, todo pintado de rojo.
En el suelo, ya más tranquilo, observé nuevamente el cielo, observé aquellas nubes rojas, como algodón empapado en pintura escarlata, que escurría sobre mí. Pequeñas gotitas espesas cayeron sobre mi rostro, recordándome que en ningún lugar podría escapar de aquello, así que me deslicé un poco más cerca del árbol y me tapé los ojos con una mano. Recordé imágenes grabadas en mi mente, imágenes infantiles sobre cuentos olvidados, imágenes en que unas cartas pintan rosas blancas y un tornado se lleva casas completas, bajos las que quedan zapatos rojos…
¿Me despertaron unos hombres? Eso creo… parece que me arrastraron nuevamente hacia la ciudad, hasta mi hotel. Creo que me decían que debía tranquilizarme, que quizás lo mejor sería que me fuera de ahí. Que había gente que no lograba acostumbrarse nunca. Que inclusive algunos se volvían locos. Creo que les dije que yo no estaba loco, o por lo menos lo pensé, dando por sentado que aquella conversación realmente ocurrió.
Sea como sea, desperté en mi hotel, ya de noche. Estaba en la cama, en aquella habitación de punta en rojo. Pensé que quizás todo era rojo para no tener que limpiarlo después… o que dejaban las cosas mojarse para no perder dinero en pintura… no lo sé, daba igual. Me levanté, empapado de aquella cosa, ahora que lo pensaba, era igual que la sangre. Completamente igual. Corrí hacia el baño, quitándome la ropa, manchando todo a mi paso. Me observé al espejo con la respiración agitada. Pequeñas gotitas manchaban mi rostro. Horribles escenas volvieron a mi mente sin poder evitarlas.
Un disparo, un corto grito. Un niño tendido en el suelo, mirándome horrorizado, sus ojos ya sin vida no se despegaban de mí. Su sangre manchando mi rostro. El arma en mi mano... Toda su familia enfurecida corre contra mí, con palos y picotas, yo ya no tenía balas, sólo un cuchillo. Los maté a todos, a todos. Aún puedo verlos tendido en el suelo, con sus expresiones de furia y odio contra mí, acusándome, persiguiéndome. La sangre de aquellos cadáveres aún mana de mis heridas. Todos en la unidad me felicitaron, perfecto, perfecto, increíble, mataste a todos aquellos bastardos tú solo… tú solo…
Me metí a la ducha, donde terminé de despojarme de mi ropa. Limpié la sustancia carmesí de mi rostro, de mis manos, pero no salía, no salía de mi piel, me miraba en el espejo y veía como escurría aquella sustancia, como caía desde mis manos, cómo manchaba mi ya inmunda alma.
Corrí hacia mi habitación, recordando el arma, la única bala que siempre traía conmigo. Siempre supe que iba a usarla, pero no pensé que sería tan pronto. Tomé la pistola con ambas manos, y la puse en mi boca.
El último disparo de mi vida…

Se suicidó, le dije al coronel. Intentaba no parecer asustado, pero era la primera vez que iba a una escena, estaba muy nervioso. Apenas si me asomé a ver el cadáver. El coronel sólo asintió, indiferente a todo. Volví a hablarle: Era el último que quedaba, señor, todos se suicidaron ya. Nuevamente asintió, sin prestarme atención. Intenté nuevamente: quizás sabía que lo seguíamos, por eso lo hizo… ¿señor? Sí teniente, me respondió secamente, dándome a entender que no necesitaba mi ayuda para pensar.
Alguien vino de la habitación y le pidió al capitán que entrara, pero él me envió a mí, no sé por qué. Yo entré, intentando parecer seguro, la verdad era que casi no podía retener las ganas de salir corriendo de ahí. Me dijeron que debía llenar las formas y me las pasaron. Casi no podía pensar junto al cadáver. Lo miré nuevamente. Su rostro reflejaba desesperación, culpa; era escalofriante. Pensé si el día que yo muriera tendría la misma expresión, espero que no.
Me habían dicho que el último era el mejor de todos, que mató a muchos, y sobrevivió perdido mucho tiempo solo, con sólo unas pocas armas hasta que lo encontraron en aquella terrible guerra. Era también el más joven de todos, no mucho mayor que yo. Lo compadecí por todo lo que tuvo que soportar, todo lo que tuvo que ver esos oscuros años. Quizás su peor error fue esconderse en aquella escalofriante ciudad, donde el cielo parece morir desangrado. Debió recordarle aquella aldea, donde lo encontraron, rodeado de cadáveres. Decía que los había matado, que los había matado él solo, que era un asesino. Que había matado a aquel pequeño niño, manchado de sangre junto a él. Creo que nunca supo que era sólo un juguete.
Un muñeco de trapo.










(vieeeejo)

Texto agregado el 17-05-2008, y leído por 189 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
18-05-2008 I like itttttttt!! está genial, muy bueno, el color que emana de todo, de los recuerdos, del interior y sobre todo del cielo, es escalofrianta y acertado, hasta me hubiese gustado escribir algo así, lo mejor de todo fue cuando se suicidó y comenzaste a concluir, pensé que lo del cielo sería una metáfora, pero no, en una ciudad perdida en algún punto perdido de este mundo (o de cualquier otro) llueve rojo, el cielo desangra su tristeza literalmente, fantástico. Smile-like-you-mean-it
 
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