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Sentada frente al espejo observó, con cuidadosa atención, cada detalle de su rostro, esa noche quería causar la mejor impresión. Su pelo, de color oscuro, no tenía ninguna cana aún y resultaba fácil ocultar, con hábil maquillaje, lo oscuro de sus ojeras y la palidez de su piel, no así las líneas de expresión cada vez más profundamente marcadas.
Se sentía terriblemente cansada; los últimos días habían sido de intensa y devastadora actividad. Había tomado aquella difícil decisión y realizado, metódicamente, los trámites para llevar a cabo su plan.
Después de estudiar cuidadosamente todos los prospectos, que previamente había solicitado en varios negocios similares, escogió el que ofrecía las mejores condiciones para ser el lugar idóneo donde deseaba descansar.
Nada la retenía ya.
Hoy tendría como invitados a sus familiares más cercanos — hermanos, cuñados e hijos — a una cena de despedida, para estar reunida con ellos antes de partir y, quizá, pedirles que se hicieran cargo de sus cosas y del cuidado de la casa; una casa llena de recuerdos. Cada objeto — los observaba ahora con un renovado interés — representaba un pedazo de su vida.
Extendió la mano y abrió el alhajero musical, regalo de quien había sido su único novio y, después, apasionado esposo, escuchando, con los ojos húmedos y entornados la delicada melodía. Sacó el anillo de bodas que, por temor a perderlo, había dejado de usar, al quedar viuda, y lo colocó en su dedo, extendiendo el brazo para observarlo a distancia.
Vio que estaban ahí también, entre otras alhajas, los pequeños aretitos de brillantes, primer regalo de su esposo a Lucía, la hija primogénita, una adorable bebita rubia entonces y una mujer adulta, casada y feliz madre de familia ahora. Igualmente, conservaba también la pequeña esclava con el nombre grabado de Adrián, el segundo de sus dos únicos hijos, ya adulto, casado y padre de familia también.
En sendos portarretratos, sobre el tocador, podía observar su foto de matrimonio y otra, más reciente, en donde aparecía, con una cara radiante de felicidad, junto a su esposo, hijos, con sus respectivos cónyuges, y además sus nietos.
El sonido del reloj de péndulo la rescató de sus recuerdos. Recapacitó en que aún tenía cosas que preparar, hizo una última revisión a su maquillaje y peinado y, ya de pie, a su atuendo completo y salió de la recámara.
La cena de esa noche había sido elegida con especial esmero, buscando complacer a sus invitados, como si pretendiera hacerla inolvidable. Extendió el fino mantel y colocó, alrededor del artístico centro de mesa, la vajilla, cubiertos y cristalería que usaba sólo en las grandes ocasiones. Verificó, en la cocina, que cada platillo del menú estuviera precisamente a punto. Comprobó, igualmente, la temperatura de los vinos y, en ese momento, como si todo estuviese perfectamente cronometrado, sus invitados empezaron a llegar.
Después de los saludos y de un rato de conversación, esperando estar todos reunidos, pasaron a la mesa. Ya en ella, sin elogios — estaban acostumbrados a sus habilidades gastronómicas — empezaron a disfrutar el exquisito sabor de aquellas delicias.
En la sobremesa surgieron, como de costumbre, los recuerdos familiares. Se narraron las mismas anécdotas una y mil veces repetidas sin cansancio en cada reunión, celebrándose, como si se oyeran por primera vez, con estruendosas carcajadas. Por último, el esposo de Alicia, la hermana menor, viendo el reloj, mientras se levantaba de su asiento — ya es muy tarde. — dijo — nos tenemos que retirar.
Y, como si esa hubiera sido la señal para la desbandada del grupo, todos empezaron a despedirse, entre bromas y risas. La casa quedó sumida en un pesado silencio que la hizo sentirse terrible y abrumadoramente sola.
Recapacitó entonces en que el objetivo de la cena no había podido cumplirse. Había estado al pendiente del momento oportuno, pero, cuando este se dio, su cerebro se negó a encontrar las palabras para expresarlo. No pudo hacerlo.
Nadie se enteró de que esa era una cena de despedida. No pudo decirles que, tras una dura temporada de lucha y sufrimientos, le habían confirmado el diagnóstico definitivo, ineludible y cruel, que aún le costaba trabajo aceptar, pero del que no cabía ya ninguna duda… ni había esperanza.
No les informó que al día siguiente ingresaba a un hospital oncológico como enferma de cáncer, en fase terminal. Menos aún, que el desenlace estaba previsto para dentro de uno o dos meses, a más tardar. Ni que ese sobre que estaba sobre la mesa de la entrada, contenía su testamento debidamente legalizado, así como los comprobantes de los servicios que había contratado, esto es: la factura liquidada del hospital por importe estimado de la atención médica y la de la funeraria, por el costo del sepelio, incluida la incineración y la capilla para el depósito de sus cenizas.
Entró a su recámara y se desvistió lentamente. Ya en su cama, a pesar del intenso agotamiento, no pudo, al igual que en muchas noches anteriores, conciliar el sueño.

Texto agregado el 20-05-2008, y leído por 379 visitantes. (11 votos)


Lectores Opinan
25-05-2008 MAESTRO, OTRA VEZ DE PIE. UN ABRAZO! EMIHDEZ
25-05-2008 Imagenes que te revelan una verdadera escencia...Sr.Usted, hace maravillas y nosotros deleitaremos plemanente de sus letras... **** tuga
24-05-2008 De casualidad he llegado a este espacio y me ha sorprendido la calidad de cuanto he leído, más aún si el autor se autodenomina, sin razón como aprendiz. Me encantó leer este cuento con sus claros pasos de introducción, desarrollo y el esperado final que no por eso se hace menos interesante. *****. Un beso y mis sinceras felicitaciones. Pilef
24-05-2008 Un cuento exclusivo y espléndido a más no poder. Mil aplausos y mis respetos Don Alfonzo. Un abrazo. daywaskya
24-05-2008 Grandioso y sobrecogedor cuento. Lleno de emoción, los detalles de siempre, refleja el dolor de la despedida... Me recordó a tantas y tantas cenas similares, auqnue se intuía un final fatídico. Triste tema, pero muy buen texto. Perfecto, como siempre. Un gran abrazo y todas las estrellas del universo. nayru
22-05-2008 Señor aprendiz: Cerca de mi apartamento hay una panadería, siempre trato de llegar como a las 7, porque a esa hora sale el pan caliente, humeante... nunca resisto y lo voy comiendo apurado antes de llegar a casa. Algo así me pasa con sus cuentos... me siento al pie de su página para poder leerlos recién salidos, aún tibios, y siempre queda el sabroso gusto de sus letras. Una vez más felicitaciones. Muy bien narrada su historia yomismosoy
21-05-2008 Me ha gustado muchísimo la manera en la que nos has metido en la historia. Haces que el lector, al menos a mi me ocurre, viva el cuento en primera persona. Es como si estuviera alli viendo cómo ella se prepara para la cena, es como si viera cómo van llegando los invitados, es como reir junto al resto de invitados al escuchar las aquellas anécdotas y es como si en el momento oportuno de decir lo que quería decir también sientiera como la protagonista esa frustración de no encontrar las palabras apropiadas. Creo que este cuento brilla tanto por su continente como por su contenido. El tema es triste, es algo de lo que no me gusta hablar pero está ahi y no lo podemos evitar. Amigo, te felicito y dejo mis 5*. claraluz
21-05-2008 Un relato estremecedor, maestro. No sólo por el argumento, sino por lo bien escrito que está. margarita-zamudio
20-05-2008 Creo que ya es el momento de que cambies de nick. Lo de aprendiz creo que quedó atrás. Eso si, nos dices el nuevo para seguir disfrutando de tus textos. Un abrazo ollitsak
20-05-2008 De esta narración excelente rescato "vivir y morir con dignidad".Mis***** almalen2005
20-05-2008 Excelente texto!!!! La dignidad con que morimos quizá sea,a veces, la mejor desición de nuestra vida. Maj8
20-05-2008 MUY BUEN TEXTO Y GRAN MENSAJE.***** luna-azul
20-05-2008 un relato que te lleva mas allá de las palabras, hacia la esencia de las personas.Conmovedor divinaluna
20-05-2008 Espectacular relato que te deja pensando sobre la finitud de nuetra vida y de todo lo que hacemos a veces que no vale la pena. Aún en las peores circunstancias hay que seguirla peleando,pase lo que pase y en lo posible, como nuestra señora del cuento,tratar de afectar lo menos posible a los demas. un abrazo MCS
 
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