-Sabes que me tienes cuando quieras, porque eres la única que me lo hace tan bien.- dijo después de una pausa.
-Pero no es amor ni en sueños.- Apeló ella metiéndose una vez más bajo las ropas de la cama, testigo de sus aventuras.
-No, po’…¿ que más esperas?.- Preguntó metiéndose con ella bajo las frazadas hasta quedar totalmente cubiertos en una oscuridad.
-Está oscuro.- Dijo ella riendo, mientras le tocaba el pecho. –Me encanta que seas así de peludito.- Agregó con ternura.
Mientras él bajó su mano hasta su pubis y le dijo:
-Me encanta que seas así de peludita.
-No me obligues.- advirtió ella mirando a donde, se suponía, estaba su rostro.
-¿A qué?- pregunto riendo.
-A hacerlo otra vez.- Respondió bajando sus manos llenas de deseos hasta su pene.
-Eres rica, rica por completo y sabes que si me adviertes me haces preso.- Estremeciéndose.
-Tu también me tienes presa, sabes que cualquier día puedo llegar a tu casa, porque eres el único.- Dijo dejándose abrazar.
-Eso no es verdad, nunca fui el único.- Le reprochó alejándola de si.
-No me refiero a eso.- argumentó volviéndose a él otra vez.
-¿Entonces a qué?- cuestionó aún más molesto. – No te demoraste mucho en tener a otros que tocaran bajo la falda.- agregó.
-Si, lo sé.- Respondió cabizbaja, con una leve risa. –Pero tu eres el único que me encuentra entre las sábanas.- Agregó sonriente y lo volvió a abrazar.