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Sueños de Baño

¡Ántero ya es tardísimo, levántate! ¿Acaso crees que esto es una maternidad o un asilo de ancianos para despertar tan tarde y a la hora que te plazca?, ¡te estás volviendo un verdadero haragán! ¡Despierta para que al menos hagas algo por tu casa en la mañana!, fueron las primeras palabras del discurso moral del padre de Ántero Montenegro en el tardío amanecer de su mañana de descanso; sobre sus ideas rebotaban las palabras de ira y pereza por el despertar desagradable al alba de las 8 de la mañana.

Aún sigue acostado en cama, tratando de dormir por lo menos una cuántica porción de tiempo las que fueron interrumpidas por el golpe de puerta autoritario e imperante que enérgicamente hacía su padre acompañado de su voz grave con tono semimilitar que aún rezagaba en la personalidad inescrutable de dicho hombre que por veces era tan sutil, pero por otras veces era tan paradójico, exactamente parecido al que en ese mismo instante toca la puerta: ¡A levantarse carajoo! – pronunció decidido. Pero ante mayores intentos, mayor era la somnolencia y se acrecentaba su incesante ansia de dormir para refundirse otra vez en aquel sitio donde su realidad es irreal, donde basta esperar lo inesperado porque lo inesperado nunca era esperado, y así recuperar aquellos episodios inefables de un sueño lleno de extrañezas, de ilusiones que galopan raudamente por la mente de Ántero, pero que son mitigadas con el silencio silencio inerte, tomado de la mano de un sepulcral pesimismo y temor. Era un sueño de esos que pocas veces pasaban, de esos que en los que por causas equis del mundo soñador él era el deslumbrado frente a la imagen de aquella, sí de ella, realmente estaba frente a ella: su ilusión autoahogada, su idea autodespreciada, su posibilidad autopesimismada ... ¡Pesimismo de mierda! – caviló.

Pero aún seguía recordando entre dormido y despierto, en ese estado en el que los ojos se cierran a la mitad, justo cuando la boca comienza a babear y la mente a recordar. Y estaba otra vez él, solo e histriónico, quizá mirando el eclipse estrambótico de su vida que se aclara y oscurece; sobre su hombro derecho colgaba un morral de lana color verde que le había comprado a una mujer cuzqueña en una feria artesanal a diez soles que fueron logrados gracias a su súplica regateante dirigida a la vendedora; dentro de ese morral había guardado un libro lleno de versos de autores que él admiraba y leía cada vez que deseaba sentir la música de un verso fluyendo, subiendo y empapando todos sus intervalos de vida; junto a dicho poemario también tenía una agenda de apariencia algo maltratada escrita con diversos tipos de tinta: tinta roja, azul, verde, negra, incluso con lápiz y con cualquier otra cosa con la que se pudiese escribir; su letra era dispareja, resultante de un ligero pero ansiado intento por mejorar su letra con la que escribía sus textos talvez tristes, quizá alborozados, a veces lozanos, también admirados, algunos marcados por el humor acuoso que algún día habrían fluido por sus pupilas y recorrieron discretamente su rostro en el silencio agudizado pero forzoso de su recámara; en la portada de dicha agenda figuraban los borrosos pero aún perceptibles números que forman el año 1989, sus hojas cada vez se tornan más amarillentas y frágiles. Junto a la agenda también hay una caja de cerillos de fósforos, que aun no sé porqué las usa ni para qué las guarda.

Él vestía un simple polo blanco de una marca comercial, un jean celeste, unas zapatillas negras que siempre suele usar y sobre su hombro se veía el tirante del morral. Miraba a ambos lado de la autopista, que por cierto siempre es muy congestionada; él tan solo quería cruzar, cuando frente a él logra ver la figura de su idea incógnita, de su interés intencionado, de su ironía llena de temor y pánico; tan pronto la reconoció quiso cruzar veloz, moría por ir a al otro lado de la pista; bajó un pié de la vereda, bajó el otro con decisión, esquivó un auto, después otro, solo falta poco… muy poco; levantó la mano desesperado, abrió los labios, balbuceó, ¡oye …!

¡Despierta! Fue lo que le desencajó después de sentir el chorro de agua que cayó sobre su rostro, - ¡Es tardísimo!, ¡qué holgazán te has vuelto!, ¡antes no eras así!, apúrate y ve a desayunar. Ese fue el final de talvez un sueño con una continuación edénica.

Poco a poco se reincorporó de la cama balbuceando enésimas lisuras por segundo, se sentó sobre la cama, frotó sus ojos, vio la hora: 8:30 am, soltó una sonrisa furiosa, caminó cuatro pasos, tomó una toalla blanca, se encaminó hacia la puerta, la abrió y entró al baño, el cual solía estar siempre pulcro ya que sus padres eran fieles devotos de la limpieza y decoro, aquel baño era de color azul con muchos acabados bastante decentes. Se paró frente al espejo ovalado que estaba colgado a la pared y miró su rostro arrugado, su ceño fruncido, sus ojos entrecerrados, su cara sucia, su aliento maloliente producto de sus largas pero soñadoras horas de descanso; tocó su pelo alborotado, quiso arreglárselo, mas fue en vano el esfuerzo, así que tomó su cepillo dental, lo llenó de dentífrico y procedió a limpiar lentamente sus dientes, se lavaba y frotaba suavemente la dentadura, añorando en el mismo momento su sueño entrecortado por la acción del agua; - ¡qué sueño aquel!, pensaba en ello y aunque trate de evitarlo no lo remuevo de mi mente; cómo quisiera cepillarlo como a mis dientes para remover sus residuos y expectorarlos fuertemente al vacío; pero… ¡solo es lo que es, un sueño, exacto eso es! ¡Y nada más!, no era verdad, además ella ya no existe, claro ya no existe, solo existe en ese sueño, me desespero al verla, me inquieto, tiemblo, grito en mi mente, no, no, no; es una reacción de mi subconsciente, solo soy yo, pienso luego existo, claro eso es.; quizá deba de comer menos antes de dormir, o debería de leer menos tonterías; sí debe ser por eso; pero aún así … ¡qué hermosa figura!, parece que expulsara un aura con un aire soporífero que entorpece mi cuerpo, que me deja absorto … no lo sé. ¡Pero qué estoy pensando otra vez!, era un sueño y bla, bla, bla, ya basta – pensó mientras se terminaba de cepillar la lengua para después escupir la saliva llena de residuos bucales.

Después de enjuagar su boca comenzó a desvestirse rápidamente, se sacó raudamente la chaqueta de la pijama; lo mismo hizo con el short, y en poco tiempo se vio desnudo, con su virilidad descubierta, con su dorso descubierto, sus piernas velludas, con su forma delgada. Era una desnudes seca, tísica, una desnudes juvenil que cubierta de ropa es esbelta y fuerte. Parecía que las túnicas de su vida lo convertían en lo que no es: Antero Montenegro, alumno de Antropología, callado, tajante, serio, frío y con un tinte de sabio que él solo sabe que sabe pero que a la vez sabe que aún sabiendo sigue sin saber pero a pesar de todo se esfuerza por saber; en eso se resumía su aporía vital. Era el joven calculador que debajo de sus ropas no podía calcular su vida; porque él también se acuitaba, porque muchas veces caía en los brazos amigos de Peter Pan y se hacía niño otra vez para caminar feliz, a la vez danzante tras el sonido hipnótico de la flauta de aquel flautista de Hamelin. A veces él se sentía El Principito de Antoine Saint Exupéry persiguiendo su vida de planeta en planeta, buscando algo nuevo que le den sueños cada vez más hermosos con sabor a infinitos.

Pero también habían episodios, sacados de esa vieja agenda del 89 escritos con multilapiceros, en los que relataba su propia Espergesia, porque se sentía un enfermo parido por otro enfermo, mientras ese enfermo parido se volvía más grave que el otro enfermo que lo parió y mucho más tísico que el menos grave, pero mucho más malo, airado como para lanzar sus dados eternos, apostando contra su mismo dios para descreerlo, para mitigarlo o para observarlo con sus ojos débiles y llorosos en afán de no saber qué hacer, de vivir simplemente su confusión, su desesperación, su miseria y su completa e infestada desolación interior que solo se ve detrás de sus túnicas de dormir, en su desnudez, en su pura, sensible, tierna, pero a la vez taciturna desnudez.

Comenzó a abrir la llave de la ducha y el agua empezó a caer sobre su cabeza de pelo corto, de un color cuasi castaño, tomó el jabón y lo frotó en sus brazos, luego en su pecho, en sus genitales, en sus piernas; mientras el agua disolvía todo el jabón espumeante en su cuerpo, tan igual como el tiempo acompañado del desdén disuelven el sentir de Ántero. Sí, la disolvían a ella, a la silueta esa, pero se desvanece tan despacio, el jabón es muy intenso, - yo quiero que salga de mi cuerpo repetía mentalmente Ántero, - yo quiero que al final de este inclemente sueño nada más sea una sombra y en su última temporada sea una pequeña mancha color rojo sangre en mi agenda del 89, ciertamente estoy tratando que sea eso y nada más. – Ya la he dejado de pensar, ya no la veo con ternura y ansiedad, ya no anhelo que sonría frente a mí, ya no me ilusiono con su mirada, ya no me hago ideas de nada, la estoy simplificando, sí, eso es, esa es mi intrincada ecuación; jamás se lo dije ni se lo diré; esto solo lo sabes tu cuarto de baño: tus paredes se lo llevan y yo sé que lo drenarás por el excusado, luego se irá allá, al desagüe, donde ya no la llegue a encontrar. – Se lo repetía a sí mil veces hasta delirar.
- ¡Putrefacto temor ¡ - exclamaron desde el fondo de las cortinas de sus guardados afectos todos sus sentimientos.


Volvió a cerrar la llave de la ducha, luego secó su cuerpo con la suave toalla blanca como tratando de soliviantar todos sus conflictos y sus sueños; queriendo cerrar el sueño de la noche anterior, y solo por esta vez cerró sus ojos y lo reanudó: Otra vez estaba ahí, en la misma autopista, imaginando cada detalle minucioso. Nuevamente esperaba pasar la pista congestionada; se acercó, un poco más, más, mucho más, caminó otro paso, la vio, se sentía tímido, abstraido, reaccionó, la tomó del brazo, la miró lleno de ternura, con un brillante resplandor en su mirada, estaba lleno de algo que jamás percibió ni en teoría ni en praxis. En ese instante iba a gesticular su primera palabra crucial y de súbito se encontró frente a nada, solo, sí solo; ella desapareció; la figura se desvaneció sin decir adiós.

¡Maldita sea! Exclamó Ántero mientras fruncía el ceño entremezclado de sinsabores. Abrió su morral verde, revisó la agenda vieja, y se detuvo en una página; ¡justo como lo pensaba!, he ahí la silueta transfigurada en una mancha roja sangre. Justo hoy. Sonrió ranciamente, mientras sacaba sus cerillos de fósforo del morral; prendió uno e inició a quemar cada parte del morral con todo el contenido que llevaba… - Adiós, muchas gracias- dio media vuelta y cruzó la calle que ahora estaba desolada y vacía.

Regresó a mirarse en el espejo, se puso la toalla alrededor del cuerpo, abrió la puerta del baño y salió a continuar y a caminar ... la vida.








Texto agregado el 21-05-2008, y leído por 74 visitantes. (0 votos)


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