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Adda no tenía que fingir. La vieron llegar del camino del sur, fatigada, con su vestido raído de color verde, y su pelo flotando como una maraña de nubes.

Nadie le preguntó dónde había estado. Ya conocían sus ausencias. También sabían del vacío de su boca, siempre cerrada. Sus pasos, sus movimientos, también eran mudos.

Aquel ser merodeaba por el pueblo, entre los demás, rozando apenas la vida, sin dejar impresión clara a su alrededor; como una sombra a la que súbitamente se le descubrieran dos ojos.

Más que un animal, menos que un ser humano. Sólo un poco más que la noche. Todos pensaban que su persona no podía haberse engendrado de la unión de la carne, sino de la de los granos de arena.

Qué le dejó sin voz. Era un enigma. Algunos cuentan cómo a los cuatro años contempló el degüello de un cordero, y que por ello cerró los labios. Es posible que ante aquella cabeza atenazado por dedos de acero; ante el golpe rápido que hizo manar la sumisión roja del cuello, o ante la muerte manejada como un montón de cebada, sí, es posible, que la niña se escondiera de por vida. Que huyera del olor cetrino de aquellas paredes sin cal, amarillentas, tristes como el sudor, la rutina y la sangre derramada.

Pasó el resto de sus días ausente, perdida y sin rumbo. Hasta el día del huracán.

Dicen que junto al pozo, anclada a un barrote de hierro, Adda volaba.

La arena formaba un torbellino gigantesco, ansioso por devorar las casas, nervioso y aullante. La ira se empecinó contra aquel pueblo, escupiendo millones de dardos de arena que se fueron clavando en las lágrimas de todos.

Cuentan que Adda, aferrada a aquel pozo, reía por primera vez. Con una risa que no sonó, pero resultó más violenta que el mismo ciclón. Entonces todo acabó. Se detuvo el viento y la tierra volvió a su sitio: los gritos de los niños pudieron detenerse.

Cuando vieron el cuerpo inerte de Adda fueron a mirar su cara: seguía sonriendo.

Por eso dicen que su vida sofocó la tiranía del huracán, y se convencieron de que un ser del cielo había estado viviendo entre ellos, y empezó a tejerse la leyenda de que un ser del cielo había estado viviendo entre ellos.


Texto agregado el 23-05-2008, y leído por 63 visitantes. (0 votos)


Lectores Opinan
26-10-2009 Como la mayoría de las obras humanas tiende a ser perfectible. Es una suerte correlacionarnos co el mundo. dragontraidor
 
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