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ALTURA ELOY

Es la tarde de un hermoso día estival. Caminamos tomados de la mano con mi joven mujer por el sendero que bordea la costa. Ella linda, delgada y curvilínea. Yo viejo, chico, guatón, hipertenso, impotente y celoso; fumador para más desgracia, pero no bebedor (no te creo dice mi ello).

¡Que lindo todo! comenta emocionada mi señora. El paisaje marino, el nítido horizonte, un bote vacío pintado de amarillo que se ve cerca de la orilla y se mece suavemente. Las altas rocas que cortan la playa en pedazos. Ni una sola nube. El cielo y el mar pintados de azul intenso. Y lo mejor, los dos solos con la naturaleza, comenta alegremente mi señora y termina con un: ¡Estoy feliz! Yo no digo nada. Bajamos por un caminito a la playa. Me invita a subir una altísima roca. Me ayuda. Ella ríe. Yo no. Jadeo, y le pido un descanso. Seguimos. Ahora, estamos en lo alto, al borde del precipicio ¡Qué paisaje! ¡Qué hermoso! dice ella. Yo callo. La tomo desde atrás, la abrazo por la cintura. Me empino y le muerdo fuerte, muy fuerte por dos veces el cuello. Ella se queja de dolor. Saco mis mano de la cintura y se las pongo sobre su espalda … Sorpresivamente: ¡La empujo bruscamente! ¡Con fuerza! ¡Con mucha fuerza! … Vuela por los aires dando un tremendo y largo grito de horror … Ella muere con el primer golpe que se da en la cabeza contra una roca saliente. Sigue cayendo dando largos tumbos. Otra roca le arranca de cuajo la parte del cuello donde yo le había mordido y dejado unas feas huellas rojas con mis filudos colmillos. Continúa velozmente avanzando, dando verdaderos saltos mortales. Así como se va golpeando se le van quebrando los huesos de su esqueleto. Suenan estrepitosamente. Ni un solo grito más de ella, porque esta muerta. Queda atrapada abajo entre dos rocas.

La miro desde lejos sin remordimientos. Lentamente bajo. Sin apuro. Paso al lado de ella sin mirarla, como si no existiera. ¡Lo que es cierto! No siento cargo de conciencia. Rehago el camino. Me entrego a Carabineros del lugar y doy cuenta verídica de los hechos. La justicia investiga. No cree en mi versión. ¡Se me ve tan tranquilo! No hay testigos. No hay pruebas de mi autoría:

Me declaran inocente. Me dejan en libertad.

¡Soy libre! ¡Gracias Dios mío por el favor concedido!
¡Sólo Tú sabes porque pasan las cosas!

Texto agregado el 26-05-2008, y leído por 73 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
18-06-2008 Interesante relato, te faltó hacer un pastel de jaiba con los crustaceos que se comieran su cuerpo, jajajajaja, Bien, saludos desde Iquique Chile. esposo_de_mitsy
26-05-2008 me esperaba otro final... sin palabras *** pero bueno. beto-cultura
 
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