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‘Se llamaba Wolf’’ (R)

Siempre les tuve fobia. Y eso que ya cumplí doce años. Cuando veía uno me cruzaba de vereda. Es la secuela de un encuentro que tuve con una bestia de fauces hoscas que me hizo conocer de un zarpazo las peores intenciones del mejor amigo del hombre, cuando me arrancó un pedazo de tela de lino de mis pantalones. Ahora me quedo paralizado al ver cómo uno de estos ejemplares se desayuna con la carne triturada de sus víctimas, ante el pedido de su amo y señor de la majlaka, el lugar en el que los nazis nos tienen detenidos.
Miller, el alemán encargado del campo, ha entrenado a su perro para que se devore a los prisioneros que se sublevan o por simple capricho. Masca cada tesoro conseguido, con placer, les da tres vueltas y adentro: se zarpa trozos de seres vivos.
Su dueño, lo premia entregándole pescados crudos, mientras se ríe mostrando sus caninos manchados de nicotina y whisky.
Lo miro, y me imagino que las manchas de sus dientes son de sangre y que en realidad es él quién se come un puñado de hombres, niños y mujeres de mi pueblo, Gorlice, aunque ya han traído aquí a otros habitantes de Europa.

Soy uno de los veinticuatro habitantes de la pieza trasera de la majlaká, la comparto con dos de mis hermanos, un primo, y otros adolescentes como nosotros. Cuando termino mi trabajo afuera del gueto, me convierto en el fregón del lugar; lavo los pisos, hago las camas, me encargo de que el ambiente lugar esté limpio y lustro las botas de los oficiales. Es el recurso que encontré para que me vean siempre ocupado.
Cuando se desataron las epidemias, Miller hizo traer remedios y equipo médico de Blashow para mantener al área libre de enfermedades, pero no por que le importáramos nosotros, sino porque no le convenía en absoluto que los Jefes de la Gestapo supieran que había aparecido alguna peste. Esto demostraría su ineficiencia y correría peligro su designación como encargado de esta sección. Y Miller, le tiene miedo atroz al combate y tiembla ante la posibilidad de que lo envíen al frente a luchar como un simple soldado.

Hay una pequeña milicia formada por judíos que, con tal de sobrevivir, son capaces de cometer más atrocidades que los mismos alemanes. Es una realidad que nadie ignora.
Uno de ellos, Vasileff, un ex secretario como profesion, le prendió fuego a medio gueto. Como premio, lo ascendieron de grado y se convirtió en uno de mejores asistentes de Miller. Este, se pasa horas dando vueltas por la majlaká junto a sus inseparables compañeros; Wolf, su bestia asesina, el asistente y su arma. Vasileff, a quien nombró, le es tan fiel como su perro tan bien entrenado.

Si a algún prisionero se le ocurre rebelarse por cualquier causa, Vasileff le da una cachetada tan fuerte en cada mejilla, que el ruido que hace se escucha en todo el recinto. Pero es lo mejor que le puede ocurrir al insurrecto. Ya que de lo contrario, Miller, de acuerdo a lo que le dicte el capricho del momento, desenfunda el armay le dispara varios tiros en la sien, o suelta a su perro, quien se lo devora y así termina con el asunto.

La misma suerte corrieron, el farmacéutico y Pola, su mujer, camaradas de Miller, quienes se encargaban de mantener el lugar libre de catarro, fiebre, difteria, y otras enfermedades.
Al crepúsculo, Miller tomaba el té con Moshe, y su esposa Pola.
Una tarde, en medio de un acalorado discurso, llevado por el entusiasmo levantó los brazos. Inmediatamente, el animal se puso alerta y cuando Moshe, para ilustrar sus conceptos, comenzó a moverlos en el aire como aspas de molinos a diestra y siniestra, el perro se lanzó contra él y le arrancó un pedazo de brazo.
Su mujer, horrorizada, comenzó a gritar, entonces, la fiera se dirigió hacia ella y le arrancó un trozo de la pierna.
Miller, también a los gritos, le dio la orden al animal de soltar a sus víctimas, pero como no le hizo caso, con tres tiros, acabó la cordial visita. Cosas como éstas pasaban todos los días, aunque ahora que lo pienso bien, de todas, fue la mejor época que nos tocó vivir en los campos: teníamos algo para comer y la esperanza de seguir con vida. Por ello, era preferible mantenerme dentro de la habitación con mis camaradas y familiares, antes de conocer de cerca los dientes sádicos de Wolf, su nombre de pila…

*majlaka, ‘sección’ en hebreo, donde estaban detenidos homosexuales, lesbianas, negros, indigentes y judíos, en los campos de concentración nazi.

Texto agregado el 27-05-2008, y leído por 254 visitantes. (5 votos)


Lectores Opinan
13-07-2008 Pues que perrito más simpático ..¿ No?...Por el estilo mis respetos... elcocodrilotaimado
28-06-2008 No sé bien cómo decirlo, pero siendo un texto muy bien escrito, me dejó la impresión de algo irreal, como si se hablara del mal y del horror en forma aséptica y excesivamente fría e impersonal, sin aferrar su verdadera naturaleza. Sin duda que en la realidad sucedieron horrores que superan todo el mal posible, y que es muy difícil describir estas cosas. El texto es algo equivalente a una pesadilla de horror, que no expresa la realidad, a mí modo de ver, naturalmente. Espero de haberme explicado. Saludos! mandrugo
28-06-2008 Duro ehh. Relato exquisito como lo poco que leí de vos. Muy bien llevado. Impacta el estilo. No todo es amor en el mundo. Existen los malos, aunque no se crea. deojota51
07-06-2008 Trágica historia y muy bien llevada, aunque hasta un pastor alemán puede ser un corderito, si no hay nazis por medio, y otros bestias de estado que masacran a los "débiles", y se ensañan con sus minorías....Muy buen trabajo. churruka
04-06-2008 Víctimas y torturadres todos formamos una misma camada. Así parece ladrar el perro que no distingue a unos de otros y a todos muerde con la misma rabia. azulada
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