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Pacheco acababa de fallecer por enésima vez.
Encerrado en su hermoso sarcófago de cedro, muy tieso y muy serio, notó que le sonaban sus tripas y por muy occiso que se esté, el hambre es cosa viva, por lo que, con las pocas fuerzas que le quedaban, primero espantó una mosca entrometida que se paseaba por su rostro cetrino y luego se asomó para ver el entorno. Para su suerte, era la hora en que los demás habían ido a cenar, lo que aprovechó para salir en medio de una crujidera de huesos, se echó una manito de gato y se calzó unas pantuflas que debían pertenecer al acólito de la iglesia, ya que, una vez más, lo habían metido al cajón sin zapatos, -total para lo que va a caminar- había dicho una comadrona muy práctica que se quedó con sus amados calamorros para venderlos en la feria. Medio aturdido por los síntomas de la muerte, salió de la capilla ardiente afirmándose en las paredes y botó varias imágenes de santo que se fueron a estrellar en el piso rompiéndose en mil pedazos y ni su propia santidad las salvó del estropicio.

Ya en la calle, notó que hacía mucho frío y eso le extrañó porque era Octubre y en esta época hacen unos calores espantosos y hasta a los muertos los entierran con short y camiseta. –Debe ser que los fallecidos somos así: friolentos de corazón- se dijo, recordando a ese tío que saltaba y saltaba en la morgue y tuvieron que rematarlo antes de entregárselo a sus deudos.

El problema que lo acuciaba era su desmedido apetito pero no tanto como para comer carne humana igual que los espantapájaros aquellos de la película “Los muertos vivientes”, no. El lo que deseaba era comerse un buen bistec a lo pobre y babeaba que era un gusto al rememorar los exquisitos aromas del delicioso plato típico. Entró como pudo a un restaurante, se sentó en la primera mesa que encontró y pidió que le sirvieran lo mencionado o cualquier otra cosa que se le pareciera. Al poco rato, un humeante plato aparecía delante de sus ojos y haciendo tripas corazón se lo devoró en seis, es decir, en un dos por tres. A la hora de cancelar, miró con sus ojos tristones el garzón y le confesó que no tenía dinero para pagar la cuenta. El mozo le preguntó si se quería hacer el vivo a lo que Pacheco -inocente el pobre- le dijo que si y la patada que recibió en el trasero lo proyectó al medio de la calle, en donde quedó todo despaturrado y adolorido.

Muerto y todo, si uno no cuenta con recursos no es nadie, por lo que nuestro amigo se dirigió a una obra para conseguir una ocupación liviana ya que no estaba para asuntos de mayor envergadura. Se acercó donde el capataz, quien lo miró de pies a cabezas, como diciendo para sí: -Este pobre está más muerto que vivo. –¿Que edad tiene usted?- le preguntó con su vozarrón de hombre poderoso. –Trescientos años- le contestó el Pacheco, lo que provocó las groseras risas del tipo, quien le expresó burlescamente que por lo menos aparentaba unos mil quinientos años pero que eso no importaba porque mientras estuviese vivo, la Asociación de Fondos de Pensiones le seguiría descontando sus cotizaciones unos quinientos años más por lo menos.

Arriba de los andamios, nuestro amigo estaba encargado de entregarle las herramientas a un señor gordinflón que era, al parecer, un avezado maestro porque pasaba todo el santo día déle que suene, empinándose de cuando en vez una petaquita de pisco sour para enjuagarse la boca y tragarse asquerosamente el contenido.

A la semana, Pacheco estaba demasiado aburrido de la rutina por lo que se dijo: -Esto se acaba aquí mismo. Y se arrojó de cabeza desde el décimo piso de esa enorme jaula de pájaros que se construía para que vivieran allí después muchas familias de pájaros humanos. Mientras iba cayendo, Pacheco sonreía porque había aprendido otro oficio que estaba seguro que le iba a servir de mucho cuando decidiera resucitar por enésima vez…








Texto agregado el 22-04-2004, y leído por 407 visitantes. (5 votos)


Lectores Opinan
23-04-2004 WAO! Este cuento está fantástico...de dónde sacas toda esa imaginación? ¿Puedes volver a re-vivirlo? ¡quiero que siga la historia! luga
22-04-2004 Jajaja eres imaginativo y lindo, besotes AnaCecilia
22-04-2004 De zombies, vudú y revividos sabemos mucho en el Caribe, pero no comen bistec a lo pobre, sino sangre de gallina y cabro. Vamos, una morcilla cruda. Dame el remedio para revivir... Cinco morcillas enteras y un mortal abrazo para revivir. rodrigo
22-04-2004 He pasado un buen momento paseando con Pacheco, sobre todo cuando se cepilló ese suculento bistec con patada incluída. Otro, como todos, resucitando de vez en cuando ¡Qué remedio! maravillas
22-04-2004 ironía de la vida eh!! Escucha la voz de tu conciencia, a tu pepegrillo que te saluda todos los días en tu libro de visitas, mies estrellas "cachudas" anemona
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