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EL PRETIL


El cielo amenazaba lluvia, algunos relámpagos lo pintaban de color plata y las primeras gotas gordas comenzaban a caer.
Se embriagó con el olor a tierra mojada, subió al pretil y desde allí divisaba el mar que se perdía con el cielo o el cielo en el mar, nunca lo supo...
No podía mirar hacia abajo, tenía vértigo, si lo hacía, sentía que esos 30 centímetros que lo sostenían se desvanecerían lentamente y caería estrepitosamente hasta escuchar un ruido seco y luego el silencio, el silencio eterno y sus sesos quedarían esparramados en la vereda, su sangre se escurría entre las baldosas hasta mezclarse con el agua sucia de la alcantarilla.
Todos sus pensamientos, sus sensaciones, sus miedos, se irían también en ese desagüe.
Sacudió la cabeza para quitarse esa idea funesta y el movimiento brusco lo hizo tambalear, en ese vaivén miró hacia abajo luego hacia arriba, a un costado, al otro y al fin volvió a su posición inicial. Se acomodó las ropas, respiró hondo y retomó la marcha.
La lluvia ya dejó de ser unas simples gotas de agua refrescantes para hacerse casi insoportable, el viento comenzó a soplar más fuerte y el mantenerse en pie era casi imposible.
Recordó sus clases de gimnasia en el colegio, estiro los brazos en cruz para mantener el equilibrio, intercalando los pasos, igual no dejaba de balancearse.
El pelo caía sobre sus ojos limitando su visual, si se lo quitaba perdería la estabilidad, así que trato de soplarlo, pero como estaba mojado no se movía.
Siguió caminando, no podía ver bien cuánto tiempo le faltaba, pero el pretil era casi infinito o eso le parecía a él.
Un bullicioso trueno lo sacó de sus cavilaciones sacudiéndolo hasta quedar con un solo pie sobre el hormigón. Se agachó, apoyo las dos manos en el piso y despacio se fue incorporando.
Faltaban unos pocos centímetros para llegar hasta la pared que lo sostendría, apuró los pasos, estiró las manos y al fin ese muro que tanto había anhelado.
Recostó su espalda, los pies casi sobresalían de la cornisa, metió las manos en el bolsillo buscando un cigarrillo, estaban mojados, igual quiso encender uno, los fósforos también estaban empapados. Miró la cajilla inútil que sostenía en su mano izquierda, la arrugo y la tiró al vació, ese movimiento tan mecánico, mínimo lo hizo trastabillar con una pequeña piedra y de pronto el mundo estaba pies a cabeza.
Un ruido ensordecedor lo sacudió despertándose tendido en el suelo de su dormitorio mientras su perro le lamía las orejas.

Paula

Texto agregado el 14-08-2002, y leído por 352 visitantes. (0 votos)


Lectores Opinan
27-08-2002 El final es muy viejo, trillado y retrillado. averastudis
 
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