CAPÍTULO 2
La familia Gatti vivió las dos semanas siguientes esperando al cartero. Finalmente, llegó la respuesta de Luis, una carta de pocas líneas decía que en Buenos Aires tenían su futuro.
Dos días después abandonaban para siempre Lobos y emprendían la peregrinación hasta Buenos Aires. Raquel tenía el gesto alegre, o al menos, eso era lo que sus hijos notaban en ella. Sin embargo, para Juan no pasaba inadvertido el aire de tristeza que notaba en sus ojos, en esos momentos rodeaba sus hombros y la apretaba contra su pecho, entonces, ella coqueta lo apartaba al tiempo que exclamaba:
-¡Sal hombre, me arrugas el vestido y no quiero llegar a Buenos Aires desaliñada!
Por fin llegaron a la Ciudad Capital, lo hicieron después de estar seis horas en el tren. Los niños habían dormido un rato y ahora tenían los ojos abiertos de par en par, asombrados por el paisaje urbano. Cuando hicieron su entrada en la estación Constitución, salieron al andén con su padre para ver si veían al primo Luis, fue inútil, el hombre no aparecía por ningún sitio. Raquel miraba de modo interrogante a Juan, éste sacó la carta de un bolsillo del pantalón y se la mostró.
-¿Ves?, aquí lo dice, hoy, día 3 de noviembre.
-¿Y qué le pasa?
-Nada, ¿qué tiene que pasar? Seguro llega en unos momentos...
Las palabras de Juan se vieron interrumpidas por una voz femenina que sonó a su espalda.
-Perdonen que les moleste. ¿Son ustedes los primos de Luis?
Juan giro en redondo y fijó los ojos en la muchacha que les hablaba; no tendía más de catorce o quince años, llevaba cabello recogido en un par de trenzas y tenía un gesto de agobio en la mirada.
-Sí, somos sus parientes. ¿Vos quién sos?
-Una vecina del señor Luis. Él no ha puede venir, ha tenido que ir al sindicato por algo urgente y como la señora Mirta no podía dejar sola a la niña he venido yo...
-Muy bien, jovencita, ya estamos listos. Cuando quieras nos puedes llevar a casa de mi primo.
Se pusieron en marcha, salieron de la estación y cruzaron la calle en dirección a la plaza de la Constitución, torcieron a la izquierda y enfilaron hacia una parada de colectivos. Los niños miraban como las mujeres voceaban sus mercancías. Ricardo preguntó a la muchacha qué era lo que éstas vendedoras, decían. La adolescente miró al muchacho con ese gesto de suficiencia que sólo estos saben componer y le contestó con cierta displicencia:
-Gritan lupines en agua. Eso es lo que dicen...
-¿Qué son lupines? -preguntó Ricardo, que había pasado por alto el gesto y el tono de la muchacha-.
-¿No sabes lo que son los lupines?, ¿de dónde saliste vos?
-De la ciudad de Lobos.
-¿Y dónde queda?
- Cerca de Cañuelas, pero decime, ¿qué son los lupines?
- Son como porotos.
- ¿Y de dónde lo traen?
-¡Y yo qué sé! ¡eres un preguntón!
Ricardo guardó silencio, la muchacha estaba parada delante de él toda airosa, luciendo sus caderas. Tomaron el colectivo 168 y al llegar al cruce de Almirante Brown y Olavarría descendieron. Se detuvieron frente a un edificio de paredes descascaradas.
-Es aquí, en el segundo piso. ¡Adiós!
-Adiós linda y gracias -dijeron al unísono Raquel y Juan.
Se miraron el uno al otro y rieron de manera nerviosa. Juan empujó la puerta de la calle y seguido por los suyos entró en la casa. Subieron por unas escaleras que filtraban humedad y llegaron rápidamente al segundo piso, un pasillo angosto conducía ante una puerta pintada de color verde botella con un llamador de latón. Juan lo levantó y lo dejó caer, el ruido pareció atronar en medio del extraño silencio. Lo primero que contestó fue el llanto de un niño en el interior de la vivienda, se abrió la puerta, una mujer con los cabellos recogidos por medio de unas pinzas doradas les sonreía.
-¡Pasen, pasen, adelante ! Ustedes son los primos de Lobos... yo soy Sara, la mujer de Luis.
Raquel se adelantó y con una sonrisa en el semblante dio dos besos a la mujer, después, fue Juan el que tomó la mano que le tendía ésta y la estrechó, mientras ponía la mejor de sus sonrisas.
-Encantado de conocerte Sara. Ella es Raquel mi esposa y ellos dos, Ricardo y Mabel, mis hijos.
-Pasen no se queden en la puerta.
-¿Quieren un café con leche?
-No queremos molestar, si nos decís dónde está la casa que alquilo Luis nos iremos a instalar.
-Como quieras Raquel, es dos puertas más para la izquierda. Aquí tengo la llave.
-Gracias. Niños despídanse tenemos mucho que hacer.
Dieron media vuelta y salieron de la casa. No le cayó bien Sara ¿Cómo podía haber gente así? Hizo un esfuerzo, recuperó su semblante habitual y se volvió para tomar de la mano a Mabel quien rezongaba porque quería un vaso de leche. La madre le hizo una caricia y le habló al oído convenciéndola.
La vivienda era un cuarto de diez metros cuadrados con balcón. Hacía las veces de comedor, cocina y sala de estar, separado por una cortina, estaba el dormitorio de matrimonio y al lado, una minúscula habitación donde dormiría Mabel. La casa tenía cuatro muebles, la visión de esto puso un nudo en el estómago de la mujer, que recordaba con añoranza la suya en Lobos. Hizo el corazón fuerte, respiró profundamente y puso manos a la obra. Envió a Ricardo a buscar leche, luego, encendió cocina con garrafa de gas y desempaquetó la ropa de cama que traía y se dispuso a hacer las camas. Ricardo regreso con un litro de leche, entonces, la mujer cayó en la cuenta de que no tenían pan y el muchacho volvió a salir para traer unas flautitas, de aspecto diferente al que estaban acostumbrados. El niño explicó que el panadero le había dicho que era pan de francés. Raquel miró de modo crítico el pan pero se conformó, habían llegado a un mundo distinto al de Lobos, tenían que adaptarse y aprender las costumbres.
Entre las idas y venidas, la mañana transcurrió rápidamente. Juan inspeccionó los alrededores, pronto encontró un bar donde comenzó a hacer las primeras relaciones sociales, tomó un par de vasos y conversó con algún parroquiano; pudo comprobar que su primo Luis era un hombre conocido y respetado en el barrio de la Boca. Cuando regresó a casa ésta había sufrido una transformación, Raquel había obrado un pequeño milagro. Ahora parecía mayor y luminosa, platos y ollas que habían acarreado desde el pueblo estaban encima de la mesada y colgadas de los ganchos que había en la pared; el aroma que salía de la cacerola ponía el punto final a aquella sensación de hogar, la comida resultó una pequeña fiesta. Mientras Juan había estado fuera, Luis se había presentado con una colita de cuadril, papas, cebollas y un montón de frutas y verduras, todo eso redondeado con una botella de vino tinto, yerba mate y azúcar. Luego, se había despedido, no sin dejar antes el recado de que después de comer, Juan se acercara por la sede del sindicato, allí se encontrarían.
Juan miró el papel que Luis había dejado explicándole cómo llegar hasta el sindicato. Preguntando a unos y otros fue a dar por fin con la calle Necochea, buscó el número y pronto dio con el Sindicato Metalúrgico. Entró y se dio de bruces con un cartel donde rezaban las palabras del General Perón. El mítico revolucionario había dejado este escrito para la posteridad:
"Mejor que decir es hacer, mejor que prometer es realizar".
Juan quedó con la boca abierta ante las palabras del extinto líder. Esta refrán apresura su corazón, entra en el recinto y pronto encuentra a su primo Luis sentado frente a una mesa, éste discute acaloradamente con otros compañeros. Al notar el golpecito en el hombro que Juan le da para reclamar su atención, gira la cabeza, y al descubrirlo da un salto y le abraza efusivamente dándole sonoros besos en las mejillas. Luis apenas mide un metro y sesenta centímetros, el rostro no es el de un hombre de cuarenta años, aparenta no más de treinta; los ojos castaños le ríen ahora, cuando abraza a su primo. Con ademán de mando, presenta a aquellos con los que compartía el debate en aquel momento.
Se lleva a Juan a un escritorio, invita a su primo con un café. Ambos festejan la llegada y el encuentro. Luis pregunta por la gente del pueblo.
-El pueblo es un cementerio sólo los viejos quedan allí. Si ahora cierran el molino será la muerte definitiva.
-¿Qué contas de Lito, Adrián y Ramón?, ¿siguen brutos como siempre?
-De acuerdo a tu prima, no tienen ambición, pero sabes mi mujer es así de especial. No son mala gente, al contrario, son unos buenos compañeros de los que no arrugan. Por cierto, Ramón me dijo que a ver si había algo para él por aquí...
-¡Este Ramón!, ¡excelente tipo! La verdad como se están poniendo las cosas, se necesita gente con huevos, vos me entendés... bueno, decime, ¿qué te ha parecido lo que has visto de Buenos Aires?
-He visto poco, es grande, sí, demasiado grande. Tengo miedo de perderme.
-¡Que va!, en unos días te orientas, además, todo el mundo sabe donde está la Boca. Este barrio la fundaron unos italianos que venían de la ciudad de Sicilia. ¿Necesitas algún dinero para estos primeros días?, si precisas no dudes en decirlo, los parientes estamos para eso. Mañana por la mañana antes de las seis, te presentas en la calle Caboto 734 y allí preguntas por Rosotto. Es el encargado de la fabrica, sabe que irás, he hablado con él esta mañana. Cobraras ochenta mil pesos al mes. Ahora haremos tu carnet del sindicato, cuando recibí tu carta te inscribí, a falta de tu firma, ahora firmarás y pagarás la primer cuota. La cuota luego te la descontaran directamente de los haberes. Será bueno que comiencen a verte en la semana por la seccional; si hay asamblea, la asistencia es más que deseable, cuando pase un mes o dos, tendrás que dedicarte a alguna actividad en el sindicato y no tengo que decirte que si tenes algún problema me lo hagas saber. Rosotto es un poco bruto, pero noble, si tenes algún roce con él me lo decís de inmediato que yo le paro el carro. Por lo demás, irás poco a poco... ¡me olvidaba!, mañana te llevarán una bolsa de papas y una garrafa de gas para ir tirando estos primeros tiempos.
-Pues no sé qué decir, me dejas mudo. No esperaba ni en sueños este recibimiento...
-Ni media palabra más, vamos a por el carné, después nos tomamos otro café.
-Perdóname Luis, pero, ¿cuánto tengo que pagar?
-El primer mes y la afiliación la pago yo, ya nos invitarás a comer en tu casa. Eres mi primo. Entre nosotros la palabra gracias está borrada, hoy por ti y mañana por mí. ¡Y no pongas esa cara de gorrión!
-¿Qué cara pongo?
-De asustado. Tranquilo, somos compañeros, nos ayudamos, cada uno según sus necesidades y según sus posibilidades...
Los dos hombres se levantaron y se dirigieron a las dependencias en las que se encontraba la administración. Una vez allí, se aproximaron a una mesa en la con un cartel que decía "AFILIACION", una mujer de unos treinta años se peleaba con los números. Luis le saludó de modo afable, ésta levantó la mirada de los papeles y sonrió.
-¿Es él?, ¿tu primo?
-Éste es, el de Lobos. Primo, ella es Irene, la tesorera...
-Mucho gusto Irene. Mi nombre es Juan Gatti.
-Encantada de conocerte compañero, ya sé tu nombre, tu primo no paro un minuto de hablarnos de ti.
-¡Vaya a saber qué habrá dicho de mi!
Los compañeros rieron animados, la mujer sacó del archivo el carné y la solicitud de ingreso. Juan firmó la solicitud y se guardó el carné; Luis abonó los gastos.
Juan, regresó a la casa a las siete de la tarde. Lo hizo alegre, varios vasos de cerveza se habían sucedido y notaba mariposas en la cabeza. Cuando Raquel le abrió la puerta, solo tuvo mirarlo para percatarse del hecho, le preguntó si quería cenar con gesto adusto. Juan negó con la cabeza y le enseñó el carnet del sindicato, ella apenas si lo miró, los niños quedaron embobados mirando la credencial. Ricardo preguntó a su padre detalles del sindicato y si había conocido a Lorenzo Miguel. Le confesó que sólo había estado con su primo Luis y había conocido a compañeros, pero no a Lorenzo, aunque añadió, seguramente no tardaría en hacerlo. Raquel envío a Mabel a la cama, la niña, se fue refunfuñando, Ricardo, ayudado por su madre, abrió la cama turca que había junto al balcón y no tardó en meterse en el lecho. El muchacho tomó el libro que estaba leyendo y se enfrascó en lectura.
Mientras tanto, Juan encendió un cigarrillo y lo paladeaba mientras la mujer trajinaba por la casa. Poco después y con la excusa de que había de fregar un poco el suelo, también era enviado a la cama. No había hecho más que introducirse en ella, la mujer entró para preguntarle si trabajaría al día siguiente.
-Sí, tengo que ir a la fabrica. Pondré el despertador a las cinco para estar allí antes de las seis de la mañana. ¿Sabes cuánto ganaré?
-¿Cuánto?, espero no se te trabe la lengua al decírmelo...
-¡Cómo sos Raquel!, sólo unos pocos vasos celebrando la suerte que he tenido... Ochenta mil pesos.
-¿Al mes?
-¡No! Va a ser a la semana...
- ¿En qué líos te metiste?, ¿cómo se puede ganar semejante sueldo honradamente?
-Pues como se me lengua la traba, te lo contaré mañana.
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