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Inicio / Cuenteros Locales / criticoaspero / Abriendo caminos Cap 3

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La noche avanzaba lentamente mientras en casa de los Gatti todos duermen. No, todos no, Ricardo ha dejado el libro en el suelo y con los ojos abiertos sueña, por los ojos del cerebro se pasean piratas, tigres y un enorme elefante. Está el muchacho en esos menesteres cuando por la calle se escucha el ir y venir rápido de gente, cierra los sueños y pone sus oídos en alerta. Le llegan susurros de lo que parece una discusión, no puede precisar, finalmente, los ruidos se alejan dejando al muchacho perplejo; la imaginación poderosa de éste se dispara, se imagina a contrabandistas discutiendo por un reparto más justo, o tal vez discuten por donde escapar de la policía. Fuera como fuera, él disfruta de lo que él imagina como aventuras fantásticas, su nueva vida parece ofrecerle emociones desconocidas hasta entonces. En Lobos, lo único emocionante era visitar la biblioteca, el olor del viejo establecimiento parece llegarle de nuevo, es una confusión de hechos: el polvo que entra por las ventanas, la tenaz lluvia, la humedad, todo eso mezclado, hacía un ambiente de soledad que le gustaba. Se da la vuelta en la cama, dando la espalda al balcón en un intento de huir de la luz, cierra los ojos, es una invitación al sueño que no llega. Extraña la cama, el colchón parece tener piedras. Se mueve, busca la postura exacta para descansar, finalmente la encuentra. Son las once de la noche y Ricardo no logra conciliar el sueño tranquilamente, un chirrido de frenos debajo del balcón hace que se levante y mire a través del cristal. En la calle se ha detenido un camión de asalto, está descendiendo un pelotón que entra en una de las casas. Vuelven a salir con un hombre al que van dando empellones, le hacen subir en medio de dos policías y, con la misma velocidad con la que han llegado, se alejan restableciendo la paz de la noche. Regresa a la cama con la extraña sensación de familiaridad que la silueta del hombre le ha dejado en las retinas. Poco a poco, la luz entra en su cabeza, es el primo Luis, se sienta de golpe en la cama, inquieto, ¿qué tiene que hacer? Actúa con rapidez, se levanta de la cama y llama a su padre. Juan le responde adormilado, no entiende qué quiere su hijo, finalmente, aparece junto al muchacho.
-¿Qué pasa?, ¿te sentís mal?
-No, he visto algo en la calle. Paró un camión con policías y para mi se llevaban al primo Luis...
-A ver, hijo, ¿cómo es que se han llevado al primo Luis?, ¿estás seguro?
-Sí papá, primero escuché el ruido de los frenos de un coche, luego oí voces y mire por la ventana; vi a los policías, no tardaron casi nada entrando y saliendo de una casa. Al principio, no me di cuenta de que esa era la casa del primo, pero, cuando salieron empujando a un hombre, me pareció la figura de él...
Las voces de padre e hijo hicieron que apareciera Raquel preguntando que pasaba. Juan estaba explicándole lo que Ricardo acababa de contarle, cuando escuchó llamar a la puerta. El hombre miró a su mujer y luego se dirigió a abrir, cuando lo hizo, se encontró con el rostro demudado de Sara. Ésta, entre sollozos, se abrazó a Juan que intentó calmarla, mientras Raquel le acercaba una silla.
-Cálmate Sara, ¿qué paso?
-Ha llegado la policía federal al mando de un comisario, han dicho a Luis que se vistiera, los tenía que acompañar al central... Estoy muy asustada, a algunos compañeros les ha paso lo mismo y, luego, no se les ha vuelto a ver...
-¿Qué queres decir?
-Pues eso, que a algunos del sindicato les detienen por la noche y les llevan a la central, les dan un paseo. ¿En tu pueblo no hay periódicos?
-Sí, mujer, hay periódicos, pero no me imaginaba que Luis pudiera tener estos problemas...
-¡Pero qué problemas ni qué niño muerto!, ¡lo van a matar!...
La mujer prorrumpió en un llanto nervioso. Raquel le acercó un vaso con agua y le pasó la mano por la espalda intentando tranquilizarla. Juan acabó de vestirse, lavó su cara y peinó, se acercó nuevamente a la mujer y le preguntó dónde estaba el central. Ésta le dio la referencia e inmediatamente el hombre salió a la calle en dirección al barrio de congreso. No le fue difícil orientarse, cuarenta minutos después, entraba en la jefatura. Preguntó por el cuerpo de guardia, le indicaron y pronto se encontró en el despacho del comisario López.
-Usted dirá.
-Perdone que le moleste, me llamo Juan Gatti y soy primo de Luis Gatti. Hace apenas una hora, hora y media, lo detuvieron. Su mujer ha venido a mi casa muy alarmada, la policía no le ha dicho el motivo del arresto... No sé si usted podría decirnos alguna cosa.
-Veamos. Su primo se llama Luis Gatti...
El comisario remueve algunas carpetas mientras va moviendo la cabeza de modo dubitativo. Pasados unos minutos, el funcionario levanta la mirada y le dice a Juan que no, que su primo no ha sido detenido por la policía, o que al menos, allí no está. La alarma va subiendo enteros en el corazón del hombre, lo que había tomado como un alarmismo propio de mujeres ahora le parece realmente preocupante. El comisario, que parece leer en él le dice:
-Lo mejor es que se marche a su casa. Mañana y con la luz del día ya veremos qué se puede hacer.
Juan abandona la central con el ánimo confundido, no sabe qué pensar. Por un lado, la propia autoridad dice desconocer la detención de su primo, por otro no tiene dudas, Sara ha sido clara. Han sido los de ellos los que se han llevado a Luis. Pero entonces, ¿por qué la propia jefatura lo negaba?, ¿qué estaba pasando? La inquietud crecía por momentos en el corazón de Juan, todo aquello se parecía demasiado a lo que había leído en los periódicos: la triple A, grupos de pistoleros enviados por la derecha, asesinos dirigidos por López Rega se dedicaban a dar golpes en las dos direcciones; lo mismo les daba que fueran sindicalistas o estudiantes. ¿Dónde pararía todo aquello?
Sumido en estos negros pensamientos, camina de nuevo en dirección a la Boca. Llega y se encuentra con que Raquel está en casa de Sara haciéndole compañía mientras esperaban las noticias que él pudiera traer. El hombre sube lento los mismos escalones que unas horas antes había recorrido alegremente, no tiene que llamar a la puerta, le abre Sara con ojos llorosos y pregunta prendida en el gesto.
-¿Qué te han dicho?
-Nada. En la jefatura dicen que no saber nada de la detención de Luis, me han sugerido que esperemos a mañana...
La mujer se tapa la boca con las manos para callar el grito que pugna por salir, se arruga, cae, apoyada la espalda en el marco de la puerta, queriendo desaparecer. Raquel se aproxima y la toma por los brazos, la incorpora y la lleva a la pieza; la obliga a meterse en la cama, le arropa y le acaricia la espalda calmando los sollozos. Juan mira de modo instintivo el despertador que hay en la mesita de noche, son las cuatro de la madrugada, inútil seguir allí, no puede hacer nada. Es mejor ir al trabajo, al menos podrá explicar lo sucedido a Rosotto, tal vez ellos puedan sacar algo en claro. Le llama la atención a su mujer y cuando se acerca, le hace ver, hablando en voz baja, que él no hace ninguna falta, es mejor que se marche a la fabrica. Ella asiente con la cabeza. Se dobla ante el dolor de estómago que sufre, aprieta los dientes y besa a su marido, él agradece la caricia y sale a la calle.
Juan llegó a la calle Caboto y pronto encontró la entrada de la fabrica iba reconfortado por el beso de su mujer. Sonrió, hacía casi veinte años que se habían casado y eso era lo mejor que le había pasado nunca. Raquel era una típica mujer de campo, recia de carácter, fuerte y repleta de energía; cuando la vida les había tratado duro, ella, había dado el hombro y todo su ser, siempre haciéndole compañía, dispuesta a hacer cualquier cosa por los niños y por él. Se sentía afortunado, sabía que ella no quería trasladarse a Buenos Aires, pero había consentido, sin hacerle sentir que cedía. Ella no era así, le seguía, aceptaba sus deseos sin servilismo, por amor, por entender de ese modo la vida, sin más alboroto.
Las cinco y media de la madrugada cuando Juan llega había algunos hombres en un bar cercano, entró, pidió una ginebra y preguntó al dueño si conocía a Rosotto, éste le dijo que sí, todavía no había llegado. No pasó mucho tiempo sin que le hiciera una seña, el hombre al que esperaba acababa de entrar.
Rosotto tenía unos cincuenta años, era de complexión fuerte, rostro alargado y bigote grande; en contraste con su aspecto, una voz un tanto aguda. Juan se acercó a él y se presentó:
-Buenos días señor Rosotto, soy Juan Gatti, el primo de Luis...
El hombre giró la cabeza en dirección a la voz que interrumpía su primer trago. Miró indiferente al insolente, movió la cabeza afirmativamente y continuó tomándose la bebida. Juan pensó durante unos momentos, no tenía el aspecto de estar dispuesto a que le molestaran, pero los hechos acuciaban y no le quedaba más remedio...
-Perdone que le moleste, ¿podría hablar un momento con usted?
El capataz resopló, dejó el vaso en el mostrador y miró malhumorado al que le interrumpía.
-¿Qué problema tenes?, ¿no puedo tomarme el trago en paz?
-Lo siento mucho, pero paso algo y no sé a quien dirigirme. Detuvieron a mi primo esta noche...
Las palabras de Juan cambiaron el talante de Rosotto. Tomó a Juan del brazo y lo llevo a un rincón.
-Explícame eso, ¿cuándo fue?, ¿cómo fue?
-Alrededor de las doce de esta noche... Un pelotón llegó a casa de Luis y sin más explicaciones se lo llevaron. Yo he ido al departamento central, pero nada de nada...
El hombre se rascó pensativo la barba, sacó un cigarrillo y lo encendió parsimoniosamente, como buscando tiempo para pensar, tosió un par de veces, luego levantó la voz y reclamó otro trago. Una vez que lo tuvo ante sí, dio un sorbo y después de lanzar una bocanada de humo miró a Juan.
-Malo...muy malo... ¿ decís que fueron los de la federal?
-Sí señor, bueno, eso fue lo que me dijo mi prima.
-¿Y en el central no te dieron razón?
-No. El comisario me dijo que esperase hasta esta mañana.
-Malo...muy malo...Me parece que a tu primo lo han secuestrado. Luis un buen Muchacho ambicioso, pero a veces molesta a los peces gordos.
-Pero señor Rosotto, ¿qué quiere decir usted con eso?
-Debes haberte caído del nido ¿no? Tu primo, aparte de sindicalista, contrabandea cigarrillos. Eso despierta el instinto de algunos, los de arriba han tomado cartas en el asunto. Si Luis se hubiera estado quieto, no tendríamos que preocuparnos, aquí hay de todo, a ninguno de nosotros nos falta dinero en el bolsillo, pero él quería más, no tenía suficiente, se las daba de gran hombre... Si tomaba un poco abría demasiado la boca y aquí tenemos el resultado.
Juan rascó su oreja, cuando no entendía nada lo hacía. Todo sonaba a cuento chino, al fin, articuló palabra.
-Y... ¿qué puedo hacer?
-Me parece que no mucho, ¿has conocido a Irene? Es la "amiguita" de tu primo, si hay algo que se pueda hacer ella lo sabrá. Ahora nos vamos al trabajo, a eso de las diez terminas y te vas a verla.
Cuando Rosotto se levantó, varios parroquianos abandonaron el lugar y lo siguieron. Durante las siguientes cuatro horas, José sudó la gota gorda; el capataz le puso a acarrear unos enormes bolsas. Finalmente, llegó el momento de almorzar, los obreros sacaron sanguches y vino, él no había llevado almuerzo, así pues, se dirigió al comió un emparedado. Cuando llegó el momento de reintegrarse al trabajo, Rosotto le dijo que podía irse. Abandonó la faena y caminó en dirección al sindicato.

Texto agregado el 25-06-2008, y leído por 116 visitantes. (0 votos)


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