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Trastorno Afectivo Bipolar.
Cecilia salió de la oficina del médico algo confundida y un poco molesta. No entendía por qué tenía que pasarle eso a ella, aunque explicaba muchas de las cosas que le habían sucedido desde su adolescencia; la depresión súbita y chocante, con su sentimiento de culpa y auto castigo, con la baja de la auto estima y los deseos de morir. Por otro lado estaba la euforia, la sensación de grandeza, de energía extra, las ideas faraónicas e imposibles, etcétera.
Al llegar a su casa, con ese molesto hormigueo en el lado izquierdo de su cabeza, se dirigió directamente al piano y comenzó a tocar. A medida que sus dedos golpeaban las teclas y las notas llenaban la habitación, cargando la atmósfera de energía y poder, Cecilia fue olvidando su molestia y se dejó llevar por la magia de la música. Sin darse cuenta, había dejado de tocar la pieza que originalmente tenía en mente y se encontró improvisando algo totalmente distinto. Su mano derecha tocaba una tonada suave y delicada, que invitaba a la meditación y la calma mental. Mientras tanto, y simultáneamente, su mano izquierda tocaba una delirante y agresiva melodía que exaltaba el espíritu y elevaba el ánimo hasta el límite del delirio.
Luego de casi dos horas sentada al piano se detuvo. Sudando se puso de pie y cerró los ojos para calmar los fuertes latidos de su corazón.
Trastorno Afectivo Bipolar. Recordó. “La enfermedad de las emociones”.
Caminó hacia el baño con las palabras dando vueltas en su cabeza mientras se desvestía. Llenó la tina, encendió sus velas de relajación, vació sus frascos aromatizantes en el agua y se sumergió sintiendo el poder limpiador del agua y el aire.
Mientras frotaba suavemente su cuerpo con una gran esponja marina, súbitamente se sintió angustiada y temerosa.
Salió del agua de un salto y se acurrucó en el suelo, llorando.
¿Por qué? Se preguntaba, y sólo tres palabras aparecían en su mente... Trastorno Afectivo Bipolar.
Comenzó a recordar los momentos más tristes de su vida hasta que llegó al momento cuando él, cuyo nombre no se atrevía a mencionar, terminó con ella.
“Trastornada” le había dicho él. ¿Acaso lo intuía? No, no había forma, sólo lo había dicho para herirla, por despecho. Y la había herido, pero estaba herida desde antes, desde siempre. Era parte de ella esa herida, esa cicatriz que se abría para recordarle que el dolor es algo real y no una invención de la imaginación.
Dejó de llorar y se puso de pie. Se miró en el espejo, desnuda y con el rostro enrojecido por el llanto.
No soy fea... Se dijo.
Podría tener a cualquiera... Se animó.
Trató de sonreír y lo consiguió apenas. Aspiró profundamente el aroma de las velas y dejó salir la pena de su cuerpo, limpiando su alma.
A la mañana siguiente despertó radiante. El sueño le había hecho muy bien. Se sirvió un contundente desayuno y comió mientras veía el periódico.
La taza de café con leche cayó de sus manos.
En una pequeña columna de la página de sociales vio la foto de una escultora recién llegada de una gira por el extranjero. La noche anterior le habían otorgado un reconocimiento por su aporte a las artes y la difusión de un programa piloto para crear talleres en escuelas de bajos recursos.
La noticia en sí a Cecilia no le importaba mucho pero el rostro de la expositora le dejó estupefacta. La artista en cuestión era exactamente igual a ella.
Reconoció en la foto la forma de su propia frente, el diseño de su nariz, la forma de su boca al sonreír, el tamaño de sus ojos, el color y la caída de su cabello, en fin, todo en ella era idéntico excepto el brillo de los ojos. Reconoció esa chispa como algo lejano en ella misma, como algo perdido. Y lo reconoció como su propia alegría, perdida en algún momento de su adolescencia, cuando cayó en el mundo del Trastorno Afectivo Bipolar.
Leyó cuidadosamente el artículo y anotó en una servilleta la dirección donde la escultora se encontraría ese día. El porqué lo hizo no lo supo ni siquiera cuando, esa tarde, se presentó en la galería aquella.
Cuidadosamente entró, cubriendo parcialmente su rostro con un pañuelo y su cabello con un sombrero. Caminó tratando de no llamar la atención y se puso de pie junto a un gran piano en un rincón de la sala. Entre un grupo de estirados expertos de arte vio a su doble, sonriendo y hablando como ella antes lo hacía, con alegría, fe y esperanzas.
Se quedó en su rincón apartado, fingiendo observar las obras, mientras esperaba el momento de acercarse a ella a solas. El momento llegó cuando la artista se disculpó para ir al baño un instante.
La siguió y entró tras ella. No había nadie más que ellas dos en el interior. Entró en uno de los cubículos mientras la homenajeada de la noche retocaba su maquillaje frente al espejo. Se quitó el sombrero y el pañuelo, los dejó sobre la tapa del retrete y sacó de su bolso un pequeño cuchillo para filetear pescado.
Salió del cubículo y se quedó de pie tras la mujer, que lavaba sus manos sin prestarle atención. Cuando levantó la vista y vio a Cecilia tras de ella, la escultora dudó un instante ante lo extraño de la escena. Frente a ella estaba el gran espejo y en él podía ver su propio reflejo y esa otra imagen de ella misma. Idéntica, pero a la vez diferente.
No pudo siquiera preguntar algo cuando percibió el rápido y decidido movimiento de la mano de Cecilia.
El cuchillo hizo un corte fino y profundo en el cuello de la escultora. La sangre saltó manchando el lavamanos y el espejo. El cuerpo cayó suavemente, casi deslizándose, hasta quedar tendido en el piso.
Cecilia vio su reflejo en el espejo un instante y luego el rostro de su víctima. Eran idénticos, excepto en el brillo de los ojos. Mientras en los de la escultora se apagaba toda chispa de vida, en los de Cecilia se encendía una llama que ella creía extinta.
Salió del baño y caminó entre los invitados que la miraban extrañados por su atuendo, distinto al que habían visto el resto de la noche, sin siquiera sospechar que se trataba de una persona totalmente diferente, de hecho, totalmente opuesta, a la artista que habían ido a ver.
Cecilia caminó lentamente hasta el piano y se sentó frente a él. Abrió la tapa y comenzó a tocar la pieza que improvisara el día anterior. La gente se reunió a su alrededor, confundidos y a la vez maravillados por esta súbita muestra de talento desconocido para ellos.
Cecilia pensaba en lo curioso que podía ser el universo, donde el bien y el mal, la luz y la oscuridad, el placer y el dolor, ganadores y perdedores, en fin, todo, se mezclaba y fluía en una perfecta bipolaridad.
El universo entero sufre de un severo Trastorno Afectivo Bipolar. Se dijo, mientras tocaba, sintiéndose cada vez más viva.
¿Cómo se llama esa obra? Oyó preguntar a alguien. Y se oyó a sí misma respondiendo una sola palabra, la que siempre había buscado sentir pero sólo ahora comprendía por completo...
Equilibrium.

Texto agregado el 26-06-2008, y leído por 226 visitantes. (5 votos)


Lectores Opinan
24-07-2008 extraordinariamente bien narrado. la personalidad coincide pero el diagnóstico del hecho final no. Tendrías que haber puesto, Border Line, Border Line, o.. Psicópata, Psicópata..., por ejemplo. Besos. Stelazul
16-07-2008 excelente texto...toa fondo..Besote tanabata
30-06-2008 Excelente!!! divinaluna
29-06-2008 Como siempre ...antes y ahora me dejas sin palabras, clap..clap..clap.. un universo de estrellas para ti, y un abrazote grande por tu regreso!!! kalanidhi
28-06-2008 Sin palabras. Disfrutado. electroduende
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