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TENDENCIAS Y GENEROS LITERARIOS



El final del siglo XIX ofrecía un panorama estético sumamente diversificado. Por un lado, el romanticismo se encontraba en plena decadencia: faltos sus simpatizantes de toda motivación revolucionaria y perdidas por completo las esperanzas de cautivar admiradores con embelesos de tierras distantes o especulaciones sobre la magia y la muerte, sólo les restaba agotar el tema amatorio al que se dedicaban sin solución de continuidad en versos plenos de lugares comunes y narraciones de desenlace más que previsible.
De la mano de la Revolución Industrial y de los cambios sociales que paulatinamente habían transformado la fisonomía de las naciones, el arte hubo de enfrentarse a un público cada vez menos ingenuo. Esa fue la cuna del naturalismo y del realismo, tendencias ambas que rescataron –sobre todo en literatura-, las problemáticas obreras y los grandes intereses nacionales. En América, los últimos románticos fueron contemporáneos de los primeros naturalistas, darwinianos, escépticos y con grandes expectativas cifradas en la ciencia y en los progresos tecnológicos.
Tal como señaláramos antes, los “ismos” empezaban a sucederse en lapsos cada vez más breves. Al ritmo que la vida de los pueblos iba asumiendo. Así se explica la coetaneidad del naturalismo y el realismo con el simbolismo que, afincado en la poesía, procuraba expresar en modos diferentes las crudas realidades que la narrativa se empeñaba en desnudar. No resulta extraño que la consecuencia del simbolismo haya sido el surrealismo, aparecido como violenta reacción al arte cada vez más aburguesado.
¿Y qué con los géneros? Para el teatro el realismo significó una apertura temática como nunca antes se había producido. Los problemas sociales, la situación de la mujer y los derechos de las masas pasaron a ser argumentos comunes con grandes posibilidades (revisar, por ejemplo, las obras de Ibsen y Shaw). La novela fue el género preferido para los naturalistas primero y para los realistas más tarde, quienes encontraron en la frondosidad propia del género, un amplio campo para proponer sus observaciones de la realidad, sus tesis y sus propuestas teóricas. Tal el caso de la colosal creación de Balzac y, años más tarde, de Zola. La poesía, lentamente, iba soltando las amarras de la métrica inflexible hacia formas cada vez menos canónicas, itinerario que podemos seguir desde Rimbaud hasta Mallarmé.
Con las demoras propias que ocasionaban las distancias y las diferentes coyunturas políticas, los escritores americanos se fueron haciendo eco de estos cambios que progresivamente ganaron terreno, sobre todo en los más jóvenes. Posiblemente, el mayor impacto lo haya ocasionado Rubén Darío al convertirse en el líder indiscutible de la vanguardia modernista que, con la incorporación de un amplio léxico propio de lo cotidiano, revolucionó por completo la lengua poética y los alcances de la lírica. Otro grande, el argentino Leopoldo Lugones, llevó la estética modernista a la prosa, redimensionando por completo al género del cuento.
Ya en las dos primeras décadas del siglo XX, la realidad política internacional acusaba conmociones sin precedentes que habrían de dejar honda huella en el espíritu creador de todo Occidente: la Primera Guerra (1914-1918) y la Revolución Rusa de 1917. Los cambios en el orden mundial golpearon duramente a los artistas europeos y americanos. Los pueblos chocaron con la dura realidad de la muerte, la miseria y el hambre; el arte, indefectiblemente, hubo de hacerse eco de una situación que, lejos de resolverse con pactos y armisticios, se prolongaría durante las décadas siguientes en otros hechos igualmente espantosos: la Guerra Civil española (1936-1939) y la Segunda Guerra Mundial (1939-1945).
Tales episodios, con su extensa secuela de muertos, heridos y víctimas de toda clase, abonaría en forma sustancial las tendencias existencialistas que desde años anteriores se mostraban como alternativa para panoramas de vida tan precarios. Fue lógico, en este escenario, el surgimiento meteórico de una reacción como el dadaísmo que, pese a agotarse en sí misma en un plazo muy breve, propuso lo inútil de cualquier creación lógica. También fue lógico el absurdo (en la obra de Kafka, por ejemplo), con su propuesta sobre la sinrrazón de cuanto el hombre intente. Y no menos lógico fue el nihilismo que Jean Paul Sartre alentara durante años.
Los géneros literarios se vieron enriquecidos por esta procreación de ideas. La poesía tradicional (medida y rimada) que de la mano de García Lorca recuperó el romance español convive desde entonces con el verso libre que alentaran los descreídos de las formas. El teatro admitió al mimo como alternativa posible y desde nuestros hermanos Armando y Enrique Santos Discépolo, incorporó al grotesco como medio ideal para ilustrar las mezclas étnicas que la guerra originaron.
La novela tomó de la psicología los nutrientes para desarrollar técnicas como el monólogo interior y la corriente de la conciencia (Faulkner, Joyce, Woolf), que permitieron desdoblar los tiempos, los personajes, los escenarios y las acciones y aproximarse a una visión hecatómbica de la existencia. En una menor escala, el cuento acusó el mismo impacto y hasta admitió como variante, la narración abierta que los surrealistas (creadores de palabras nuevas y de expresiones aparentemente sin sentido), procrearon.
Sin embargo, si revisamos a fondo –y ampliamos con mucha lectura lo que esta síntesis ha apretado tanto-, encontraremos que las especies siguen siendo las mismas: cuento, novela, teatro, poesía. Y sobre el deslinde con lo no literario, el ensayo. Tal vez nos reste pensar que no son los géneros los que en realidad cambian, sino los estilos, las perspectivas, las temáticas. No las formas, sino los contenidos...

Mario G. Linares.-

Texto agregado el 24-04-2004, y leído por 1580 visitantes. (4 votos)


Lectores Opinan
12-01-2005 Dos ensayos sobre los géneros literarios sin considerar los aportes que otros discursos han hecho sobre la literatura (periodismo, comics-historieta, y hasta recetas de cocina y notas necrológicas), me parece una omisión importante. Justamente, la irrupción de discursos supuestamente no literarios sobre los literarios ha puesto en discusión no sólo los géneros, sino también el canon. El análisis planteado en los ensayos comprende hasta mediados del siglo XX. Posterior a esa fecha, los cambios sucedidos son realmente trascendentales. Igualmente, todos sabemos que cuando se habla de géneros literarios se está hablando de una clasificación teórica imposible de llevar a la práctica en términos reales, dado que el cruce genérico es inevitable, en cualquier momento de la historia de la literatura. saraeliana
24-05-2004 Quería agregar las palabras del señor Unamuno en su prólogo de "Nada menos que todo un hombre" Una novela perfecta debe ser como un poema. Esto, porque es sabido que los cultores de géneros continuan en el eslabón artísitco sin aportar nada nuevo. Pero imáginese que pasó con los caligramas de Apollinaire o Huidobro. Ellos, escaparon de la normativa clásica de los géneros, y fueron capaces de crear sin restricciones. Por otro lado, me pareció soberbio su cuestión de los géneros, nada más quise agregar algo. Pablo_Rumel
24-04-2004 Ésta última parte de tu texto, me parece perfecta como reflexión: "tal vez sean los contenidos y no las formas..." . Te vuelvo a llevar a mi archivo. Gracias y un beso. Morana
24-04-2004 Muy buen artículo. Toda una síntesis de un siglo. margarita-zamudio
 
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