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UN CÍRCULO
(Discurso Pronunciado por el connotado escritor Manuel Antonio Irrazabal en el Ateneo de Madrid, al momento de recibir el premio Rafael Canssinos Assens a la mejor novela, año 1974.)
La idea del círculo es una de las fantasías que siempre ha fascinado a nuestras literaturas. Creo que es esa fascinación, mas que la triste ejecución de ella, la que justifica el premio que me ha otorgado el jurado del concurso de novelas Canssinos Assens, premio que desde ya agradezco.
Como dije, la idea de los ciclos ha fascinado a distintas literaturas. Múltiples han sido las formas de recepción de esta idea. Por un lado, podríamos hablar de la idea de la perfección del círculo y de cómo esta sería la mejor manera de representar a Dios. Esta noción, y las distintas metáforas que sobre ella se han hecho a través de los siglos, son recogidas en ese hermoso ensayo de Borges llamado “La esfera de Pascal”. La idea central de esta metáfora es que Dios es una esfera cuya circunferencia está en todos lados y su centro en ninguna.
Otra de las fascinaciones por el circulo se ha manifestado en esa idea tan propia de oriente que denominamos metempsicosis, o de la trasmigración de las almas. Ya Pitágoras decía haber reconocido el escudo con el que combatió en la guerra de Troya. Empédocles también dice recordar que fue doncella, que fue rama, que fue un ciervo y que fue un mudo pez que surge del mar. No pretendo agotar las menciones occidentales del concepto en el limitadísimo ámbito de este discurso. Baste saber que está en la base del budismo, y que además de los mencionados han tocado el tema autores tan disímiles como el celta Taliesi, Plotino, Dante Gabriel Rossetti y Nietzsche.
Antes de referirme al tema que nos convoca quiero manifestar una última fascinación con el círculo, esta vez con la idea de una novela circular, que mi amada Carolina que está hoy entre ustedes, ejerció inocentemente en su niñez para entretener sus ocios de hija única, y que ya había intentado el gran Joyce en su obra “Finnegans Wake”.
Ahora vamos a mi novela, que la mayoría de ustedes no ha podido leer aun. Evitaré obviamente los detalles, en los cuales quizás está el mérito de la obra, pero que requieren la lectura total de la novela, acto que para agrado de la concurrencia, no pretendo acometer en este momento. Evitaré entonces, vuelvo a repetir, los detalles.
El relato, contado desde una estricta tercera persona, cuenta la historia de un joven de promisoria carrera y de su relación amorosa con una muchacha de su edad. Los altibajos de dicha relación ocupan la primera mitad de la obra hasta que ese amor bruscamente se corta por un crimen. Pero este crimen perpetrado por el muchacho no es un crimen penado por las leyes de los hombres. Es un crimen de muy distinta laya. Nuestro héroe, si es que podemos llamarlo así, le es infiel a su amada acostándose con la hermana de ésta. Al descubrir el engaño, obviamente se termina la relación.
Pasa el tiempo y nuestro personaje cree superar esa ruptura sin mayor problema. Prosigue su carrera francamente ascendente, conoce otras mujeres, pero una circunstancia o una serie de circunstancias como el sabor de un beso o de un atardecer, le hacen caer en la cuenta que su felicidad o su posible felicidad, está con la mujer que lo ha dejado. Infructuosamente trata de reestablecer su relación con ella. La naturaleza de su engaño es tal que no permite el perdón. Ella está con otro, tiene un hijo, tiene una vida ya hecha o desecha.
Nuestro hombre por fin desespera. No cree encontrar contento alguno en este mundo de apariencias, lee los místicos medievales, lee las enseñanzas del Buda, y concibe un plan para estar cerca de su amada. Primero se hace mendigo. Y luego, cuando su aspecto ha cambiado lo suficiente, se instala frente a la casa de ella a solicitar su limosna. El frío, el hambre, el sufrimiento, en fin, la miseria, han cambiado tanto su rostro que ella no lo reconoce.
La fantasía de mi novela requiere ahora que ella, producto de una culpa que no sabe reconocer, se acerque a este mendigo con el pretexto que todos usamos para acercarnos a los mendigos: ya es una moneda, ya un plato de comida. Los cambios de éste hombre no impiden que la mujer vuelva a enamorarse de nuestro personaje, eso sí, de la manera ideal y platónica en que una mujer puede enamorarse de un mendigo. Son muchas las conversaciones que se desarrollan en aquellas tardes y que espero no hagan desfallecer a mi futuro lector.
La mujer, luego de transcurrido un tiempo tiene la torpe idea, o el gran sentimiento de decirle la verdad de su filial amor al mendigo. Ante dicha declaración el hombre descubre su verdadera identidad.
La audiencia se peguntará ¿lo perdona? ¿Lo vuelve a condenar? Para desentrañar dicho misterio lamentablemente deberán leer la novela. Eso si me rehúso a callar la última escena de mi relato que por lo demás es tan obvia que creo ya la habrán adivinado
En las páginas 284 a 287 de mi libro, el hombre abandona definitivamente su condición de mendigo y se dedica a la escritura primero de poemas y luego de cuentos, con diversa suerte, hasta que gana el concurso de novela Canssinos Assens año 1974 y comienza su discurso de agradecimiento con la frase: “la idea de los círculos es una de las fantasías que siempre ha fascinado a nuestras literaturas”.

Texto agregado el 24-04-2004, y leído por 152 visitantes. (0 votos)


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