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Confieso que he bebido
por: Lynchador


Desconfía del que no bebe solía decir Oscar Wilde allá por el siglo XIX con su postura arrogante de Dandy amanerado. Claro, esto es bastante cierto, pero también habría que recordar que más vale desconfiar de todo y de todos, aunque el alcohol se transforme muchas veces en un gran vaso comunicante con uno mismo y con los demás.

Siempre he tenido la certeza de que una verdadera amistad se afianza en el momento en que se comparte la primera borrachera, que después de compartir unas copas de alcohol nada podrá romper los compadrazgos que ahí se crean. Y eso es bastante curioso, porque puede que al día siguiente de una borrachera no reconozcas a la chica que tienes al lado, ni recuerdes como fuiste a llegar ahí; puede que quieras marcharte enseguida, y de que estés a punto de hacerte un araquiri al ver al monstruo que tienes a tu lado, mas la mirada cómplice, que encontrarás en un compañero de farra es difícil de negarla, de hacerle el quite; puedes “traicionar” y hacerle la desconocida a una mina, pero no sería bien visto si eso se lo hicieras a un compañero de farra. Ojo, que no es una cosa media ambigua o gay, sino más bien un asunto de verdaderos machos, la complicidad que te dan unas copas de alcohol (en esos momentos no importará de cual tipo sea) puede ser más duradera, que una chica por una noche en el bar de la esquina.

La solidaridad entre parroquianos de un mismo bar es algo completamente demostrable, de eso no tengo dudas. Hace algunos años me encontraba en una peña folclórica en el barrio universitario de la ciudad de La Paz en Bolivia. Viajaba con un amigo, pero ese día no me acompaño. ¿Qué hay de beber?. Me traen un Ron casero, que comienzo a beber gustosamente. Al frente hay un grupo de músicos interpretando temas como Hijos del sol luminoso, canciones de los Jaivas, entre otros. Después sabría que los muchachos eran chilenos. Me pongo a conversar con un sujeto que dice ser un guerrillero del MIR boliviano, el tipo cuenta algunas historias y asegura que aún lo buscan los militares. A estas alturas el alcohol ya ha hecho sus efectos en mí, dos o tres jarras de ron casero, me han dejado tambaleando. Me siento mal, converso algo con los músicos, que resultan ser ariqueños y dicen conocer a un primo mío que también hace música andina, con su grupo, Marka maru, mi primo ha grabado discos en Perú e incluso alguna compitió en el Festival de Viñammm. La cosa, es que los muchachos me ven en mal estado, y me acompañan a la puerta del local, ahí me encuentro de lleno con una torrencial lluvia altiplanica, son cerca de las tres de al mañana. El hotel (es una exageración llamarle así a una pocilga de un peso boliviano la noche) queda a muchas y empinadas cuadras de ahí. Los muchachos hacen parar un taxi y le dicen donde llevarme. Me habían salvado la vida, de otro modo no habría llegado vivo a mi hospedaje, en semejante estado.

Al día siguiente, sin saber cómo, aparece en mi hotel, el sujeto que decía ser guerrillero, me traía la parka que había olvidado en la peña, sin que yo me diera cuenta. Como agradecimiento lo invito a almorzar. Me habían salvado la vida dos veces en una noche; del frío y rigor del invierno boliviano; y de terminar botado durmiendo entre unos cartones a cuatro mil metros de altura sobre el nivel del mar.

Texto agregado el 24-04-2004, y leído por 182 visitantes. (0 votos)


Lectores Opinan
24-04-2004 Lo primero que me llamó la atención del texto fue el título, un claro ejemplo de que lo primero que engancha es el título. Después su originalidad, su pizquita de humor dentro de la sordidez del ambiente. Me recuerda a las canciones de Joaquín Sabina. margarita-zamudio
 
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