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"El Partido": Los Cebollitas

Me llaman como refuerzo o galleta para acompañar a unos amigos que son funcionarios bancarios a jugar una pichanga a 30 km de Santiago, en un sector llamado el noviciado, antes del túnel de lo prado. Acepto, hoy es “fomingo”, y no hay nada mejor que hacer. Llegamos al pueblo el cual consta de un par de cuadras, preguntamos a un lugareño por el fundo en cuestión. Nos indica, la cancha está ahí mismo, frente a nuestras narices, tapada, por una frondosa maleza. El equipo dueño de casa lo componen una serie de personajes, bastante particulares. Partiendo por el arquero, un anciano, sin dientes, y con la espalda curvada, que tendría un buen rendimiento pese a todo. El patrón, capitán del equipo, y me imagino que dueño de la pelota, lleva una indumentaria deportiva normal coronada por un cinturón de huaso amarrado al cintura; su capataz, goma, o lo que fuera, más humilde lleva puesto una especie de mantel sobre su pantalón corto y una chupalla de pita colgando de su cuello. El resto del equipo, son unos huasos, con nulo aspecto de deportistas. Por nuestro lado, los bancarios, muestran sus cartas: como emblema a un gordo de unos cuarenta años, cuyos pergaminos ostentaban el haber jugado en las divisiones inferiores del Ñublense de Chillán, creo.

A mí por ser tronco con los pies, me toca quedarme en defensa, de paso me libro de tener un contacto más directo con los huasos. Mi equipo permanentemente ataca, los huasos los reciben con sendas patadas, toreadas y arreadas como si se tratara de una domadura de potros. Yo me mantengo a resguardo atrás. Los huasos se refugian en su arco y no salen de ahí. El vejete arquero se transforma en figura, se despega del suelo como un saltamontes reseco y cubre bien su puesto.

En un momento, un par de toques de ellos les permiten llegar a nuestra área, veo a un huaso bien huaso que se viene, de hecho no lleva zapatos sino ojotas que no son impedimento para que corra con facilidad. Salgo a cortar su avance, cuando pongo la pierna firme para trancarlo, salimos los dos expelidos por los aires: Había evitado el gol, pero ahora estaba mal herido. Finalmente mi equipo gana por la cuenta mínima. Los huasos están molestos, pero al rato se les pasa. El anfitrión nos invita a pasar un sector aledaño a la cancha, un par de árboles que invitan a una buena comilona y a una reponedora siesta, pero faltaba para eso.

Nos sirven un agradable vino pipeño de la zona mientras preparan una vaquilla en honor de los visitantes. Empezamos a comer pebre, preparado con cebollas que son el principal producto de la zona, las poco conocidas (lamentablemente) cebollas sin tufo, que te las comes y no dejan mal aliento (de todos formas íbamos a llegar con mal aliento a Santiago, pero no por las onion). Comenzamos a comer y beber animadamente, nuestro jugador emblema, terror de cualquier comida compite con un huaso por quién come y bebe más. El funcionario cae rendido al suelo, al tiempo que comienza a dormir una roncada siesta; más tarde se recuperaría y seguiría comiendo para defender su honor de engullidor oficial.


El patrón, invita a su hija a acercarse a la mesa, los huasos bajan la vista en señal de respeto. Los capitalinos la miramos descaradamente, pero disimulamos un poco, considerando que se trata de un cliente importante del banco. No está nada mal la huasita, pienso para mis adentros, la hija del dueño del fundo, heredera de excelentes tierras agrícolas, un equipo de huasos buenos para la chupilca, y lo mejor de todo el aliento más fresco de la zona, porque aunque comiera cebollas todos los días seguiría teniendo ese aroma en su boca que más tarde me maravillaría.

Texto agregado el 24-04-2004, y leído por 158 visitantes. (0 votos)


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