Llevaba yo puesto ese día mi traje corte italiano azul marino, una camisa gris con una corbata del mismo color anudada tipo Windsor, combinados perfectamente con mi sombrero estilo Borsalino, además de unos lustrados zapatos cuya marca no recuerdo pero presumen elegancia. Toque especial al conjunto era la loción Aqua Genova que habíame aplicado en abundancia. Mi compañero de charla ese día era un buen amigo cuya apariencia provoca a la vista una desagradable sensación. Como indigente que es, llevaba puesta una camiseta que le regalara un candidato priista mucho antes de que yo naciera, un pantalón roto de tal forma que si no se sienta correctamente puede verse su miembro, y unos tenis deportivos por los que se escapan sus amarillentas uñas. Digamos que su aroma es una mezcla de orina y vomito. Platicamos cerca de una hora sobre temas de regocijante profundidad, con la elocuencia digna de un senado romano. Pasó por ahí otro amigo al cual decidí acompañar, despidiéndome del indigente no sin antes proveerle cinco cigarrillos. Sorprendido mi amigo por la naturaleza de mi anterior acompañante de charla, me preguntó "¿cómo es posible que te puedas sentar a platicar con ese tipo?", a lo cual respondí "fácil, es un hombre de estómago fuerte, hace tiempo que me perdió el asco".