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No podía dejar de pensar en esa obligación, la de comprarle patines a Constanza. Busqué por todo Santiago hasta encontrar esas maravillas.
Muy protegidos, al alistarnos ya nos imaginábamos en la plaza y, en esa cancha, tan solitaria de queridas baldosas que sería toda para nosotros.
Patinábamos y nos reíamos, nos perseguíamos inventando divertidísimos juegos.
Las horas habían pasado lentamente y casi el sol estaba a punto de desaparecer cuando me di cuenta que en la caseta, a unos veinte metros de nosotros, una sombra nos miraba por la ventana.

Me acerqué y vi que era el guardia de la plaza y como poniendo tema le pregunté hasta qué hora trabajaba. Me dijo hasta las nueve y trabajo doce horas seguidas, sentado en esta caseta de vigilancia. Luego, Se produjo una interminable pausa hasta que Constanza se acercó y le preguntó el nombre. Nelson se soltó inmediatamente. Tenía 24 años y dijo que había sido bueno para patinar en su época. Yo seguía apenado y triste, pero mi hija entusiasmada le contó: mi papá tiene otros patines que te los puede regalar. Se sobresaltó mirando con avidez la pista y aclaró que mañana no trabajaba, porque tenía libre dos días seguidos. Entonces, pidió que se los llevara el jueves siguiente.
Al volver a casa, mi parlanchina hija hablaba sobre la maravillosa cena que nos esperaba. Yo callado, agradeciendo mi suerte, sólo pensaba en el próximo jueves.

Texto agregado el 11-07-2008, y leído por 293 visitantes. (3 votos)


Lectores Opinan
08-08-2008 Me encantoooooo....me senti tan identificada..senti la emocion en los ojos de ese joven que dia tras dia miraba sin poder, el mismo estar ficicamente disfrutando de la alegria, del amor de la fraternidad que veia dia a dia èl;encerrado en su caseta de soledad. y el padre tan emocionado que se dio cuenta... penetro en la fibra del alma de este ser solitario que veìa al fin una luz de solidaridad, de amor, en esa dulce e inosente niña que en su espontaneidad le regala una experiencia inolvidable a su padre y al joven gaviotablanca
 
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