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El jugador

Era una de esas noches de verano en las que el casino se encontraba colmado, y el murmullo de la gente, con el tintinear de las máquinas tragamonedas, mas el humo de los cigarrillos encendidos, daban el justo aspecto de un hormiguero humano de vicio y apuestas. Miguel sentía el fuego arrebatador del jugador compulsivo, y pensaba que esa noche la suerte y la fortuna por fin lo recompensaría.
Se dirigió a la maesa del centro que era su favorita, sin saber cual era el motivo en realidad, pero esa mesa lo atraía como un imán, cambió sus fichas por un color, y comenzó a esperar el momento adecuado para dar según sus planes el golpe definitivo.
Mientras esperaba el momento oportuno, el cual solo dependía de su instinto, se escuchaba, el tradicional ─” no va mas” seguido de unos instantes de suspenso, en tanto la pequeña bolilla saltaba juguetona por el disco, para luego escuchar el número que define el triunfo o la derrota:
“colorado el veintisiete”
“negro el diez”
“negro el quince”
“colorado el treinta dos”
Esta magia de los números, que llegan a enloquecer a determinadas personas, dejándolas arruinadas, no es simple de darle una explicación lógica, pero sin duda seguirá siendo un atractivo entretenimiento y un interesante negocio solo para el casino, por supuesto. El azar parecería que se encuentra en el límite de poder adivinar un futuro inmediato, si el jugador tuviera la destreza de conseguir saber el futuro tan solo por ese instante previo al resultado, evidentemente no existiría el juego, pero el jugador piensa que esa posibilidad de adivinar es posible, y juega con la certeza de que en un momento dado la fortuna estará de su parte.
Después de la última bola, Miguel extendió su brazo y apostó, coronando con todas sus fichas, más de ochocientos pesos, al número veinticinco, luego se retiró unos pasos atrás, mientras sus manos comenzaban a sudar.
─“¡No va mas!”….., el tintineo de la bolilla se escuchaba con total nitidez, como si todo el salón hubiera quedado en silencio.
“¡Colorado el veinticinco!”
Miguel sintió que su corazón bombeaba sangre a su cabeza, como si fuera una máquina a vapor, y solo atinó a secarse el sudor de la frente con su pañuelo mientras se arrimaba a la mesa para ver una impresionante montaña de fichas, que se las alcanzaban con la destreza habitual de los empleados.
Estaba a punto de inclinarse sobre la mesa para recoger con sus dos brazos esa abultada cantidad de fichas, cuando un instinto casi irreflexivo lo detuvo, y no retiró su ganancia, solo las dejó allí en el mismo número, el encargado de la mesa lo miró a los ojos como haciéndole una pregunta obligada, y Miguel se quedó con sus dos manos apoyadas en la mesa como quien desafía al destino, y a la suerte. Los demás jugadores observaron inmediatamente esta actitud, y como un espontáneo contagio no realizaron apuestas, para dar lugar a esta aventura de Miguel, repetir la misma apuesta, en donde las probabilidades de ganar son tan improbables como de encontrar una aguja en un pajar, pero con los ojos vendados.
Una vez mas se escuchó el tradicional ─” ¡no va mas!”......, para dar paso al característico repiqueteo de la bolilla, y un silencio profundo rodeó a Miguel, sus ojos destellaban, y su corazón estaba a punto de estallar, por su mente pasaban aceleradas imágenes de su vida repleta de fracasos, tal vez el destino lo había marcado a él esa noche, para cumplir con el sueño de todo jugador, y allí su suerte estaba echada en ese interminable instante mientras la blanca bolilla saltaba entre los números.
─“¡Colorado el veinticinco!”………
Una aclamación general estalló en torno a Miguel, que resonó en toda la inmensa sala, un regordete hombre canoso con sus anteojos empañados, lo estrechó en sus brazos, como si hubiera sido él mismo el protagonista de semejante hazaña, una mujer muy mayor solo sacó un pequeño pañuelo y secó sus lágrimas, la emoción se había esparcido por todos los jugadores, que comentaban semejante triunfo.
Una vez más, una inmensa cantidad de fichas, eran acomodadas por los empleados, en la cabecera en donde se encontraba Miguel, eran varios millones de pesos.
Miguel sin separar su vista de aquel paño tapizado de números y colores, realizó la acción menos esperada de sus ocasionales admiradores. Apostó nuevamente al mismo número todo lo que había ganado.
─ ¡Está loco!, gritó un hombre, mientras subía a una silla para ver lo inexplicable, ─ ¡Que alguien lo detenga! Dijo una mujer en voz alta, de inmediato una multitud se agolpó producto de los gritos y corridas, Miguel seguía con sus ojos fijos en la mesa, pensando que lo que hacía era realmente una locura, pero una fuerza interior incontenible, no le permitía hacer otra cosa, era esa noche o nunca, ese era el momento, el golpe de suerte solo dura unos pocos minutos en la vida de un hombre, y todo le decía que había llegado para él.
A pesar que nadie apostaba por respeto, en esa mesa y que toda la gente de la sala rodeó la misma, para presenciar un hecho histórico, el reglamento del juego, continuó con su rutina. Miguel en el último instante recapacito de lo que había hecho y quiso retirar la apuesta, pero ya era tarde.
─ ¡No va más!......
Esos instantes fueron interminables, Miguel tenía sus ojos fijos en esa bolilla que saltaba ahora como en cámara lenta, como si se tomara el tiempo para pensar si beneficiaría o no a aquel pobre hombre, atado a su suerte.
Al fin se escuchó el resultado: ─“Ceeeeeeeeeeeeero……”






Texto agregado el 26-04-2004, y leído por 142 visitantes. (0 votos)


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