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Desde la muerte de su muy estimado marido, la señora Luisa, no había vuelto al pueblo en donde nació hacía cincuenta años. Las tierras de la heredad las trabajaba un labrador amigo de la familia.
El labrador llamado Ernesto, un hombre de mediana edad que seguía soltero, padecía una otitis que en el transcurso de los años, a pesar de que los médicos le habían pronosticado que no era una enfermedad grave, fue perdiendo el oído hasta no conseguir oír nada.
El llamado Ernesto acostumbrado a leer los labios de todos aquellos que se le acercaban para saludarlo. respondía siempre lo mismo.
---,Buenos días Ernesto – leía en los labios – y enseguida respondía atento y educado, - igualmente los tengan ustedes. –
Una tarde del mes de Septiembre, encontrándose en la propiedad, un huerto que para complacer a la señora Luisa la propietaria, lo cuidaba como si de un jardín se tratase, se encontraba limpiando el camino, cerca de la verde higuera. Un rosal, de lado a lado, perfilaba la idílica entrada. Las margaritas crecían para lucir fragantes.
Hacía años que, la señora Luisa le pagaba un escaso sueldo, por eso pensaba en dejarle el huerto y el jardín en propiedad, pues la dedicación y entrega de aquel hortelano amable y voluntarioso, se merecía una compensación, un premio por su amor a la tierra.
Esa fidelidad del inalterable recuerdo de la melancolía producida por la ausencia de su estimado marido que como en otras ocasiones, se le hacía presente y dolorosa cada vez que su nieta, la cual seguía viviendo en el pueblo, le describía la belleza del huerto que las flores habían convertido en jardín, le preguntaba – ¿abuela, por qué no vamos al jardín -?. Hoy hace un día maravilloso. Podríamos coger un ramo de rosas para que te las lleves.. Es demasiado tarde. Hace demasiado calor... repetía la abuela con el fin de evitar los dolorosos recuerdos que, a pesar de los años, no conseguía olvidar.
Por fin en esta ocasión, la abuela, la nieta, su tía y una vecina, decidieron acercarse para conseguir unas tiernas flores. Paseando, ungidas entre los distintos perfumes de cada una, desacreditaban los aromas de la naturaleza que por fin las envolvía.
Habiendo llegado, el jardinero, que se encontraba situado bajo la frondosa higuera, alzó la cabeza mientras se enderezaba, sin conseguir leer los labios de la inesperada propietaria, la cual como saludo dijo;
---, ¡ Qué higos más tiernos ¡- sin recordar que en Septiembre, las dulces brevas, suelen abrirse.
El siempre atento jardinero, con una risa impensada contestó:
---, ¡ Igualmente las tengan ustedes !
---,¡ Mal educado ! – gritó enojada la señora Luisa – volviendo de inmediato ante la sorpresa de sus compañeras, hacia el pequeño pueblo.
El jardinero, que seguía soltero y sorprendido, en un suspiro, sólo fue capaz de decir:
---, A las mujeres... no hay quién las entienda.....

Robert Bores
P. de A. 13-12-1996
De – “Mis cuentos rurales”.-

Texto agregado el 17-07-2008, y leído por 74 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
17-07-2008 Fino humor y muy bien llevado. Te felicito. peco
 
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