Estimado amigo.
Qué extraños pliegues tiene el universo que sus inquietudes y consultas coinciden con las mías aún después de tantos años y en esta, mi nueva realidad.

Tiene razón en su descubrimiento, yo lo hice en los tiempos en que charlábamos y escribíamos con Bioy en la casona de Ramos Mejía, aunque mi entrañable compañero nunca se enterara y debatiera conmigo sólo lo del vicio malsano que tienen los espejos y que usted ya conoce.

En una de esas tantas veladas pergeñando a Bustos Domecq me entretuve en mirar el espejo de la sala donde escribíamos. Admiré el marco oval de caoba y el remate tallado con motivos florales. Todavía la noche no había caído sobre mis ojos y con esfuerzo y mis dedos pude sentir el delicado bisel que rodeaba el cristal azogado.

Repasé la habitación del reflejo y sonreí pensando que Carroll debió hacer esto muchas veces antes que yo, mientras llevaba a Alicia a las tierras de las maravillas. Miré a través de la ventana de la habitación del reflejo y me entretuve en las sombras de los árboles sobre el empedrado del patio. Claros y oscuros como la piel del tigre me dirá usted. Quizás sí, o tal vez simplemente la copia del patio de este lado del espejo, si es que es el real.

No fue poco mi asombro cuando noté la falla y supongo que debió ser equivalente al suyo; si es una persona tan observadora como lo era yo. Estaba ahí a la vista de cualquiera y tan evidente como para pasar desapercibido. En el reflejo, el reloj de péndulo entre las dos puertas de salida al patio, atrasaba 5 minutos.

Al principio creí que eran mis ojos, mis pobres ojos marchando hacia las primeras nieblas de mi ceguera. Después corroboré que no había error, que de alguna manera el reloj del reflejo atrasaba respecto del de mi realidad.

No dije nada a Bioy esa tarde ni las siguientes, varias veces me preguntó si quería que dejáramos el trabajo para otro día y varias veces le dije que no. Corroboré que las otras imágenes eran simultáneas a la realidad y me asaltó otra inquietud. Si el reflejo está a cinco minutos para la hora; ¿todo lo que veo en él es pasado? Y, por consiguiente, ¿existirá un monstruoso espejo que muestra lo que sucederá a cinco minutos en el futuro?

Bioy nunca supo de mi descubrimiento. Por las dudas, hice mover el reloj de frente al espejo para que no me recordara en forma obsesiva esta distorsión del espacio y el tiempo. Tampoco me atreví a escribir sobre este caso porque me abrumaban otras cosas referidas al infinito.

Verá usted mi camarada de letras, que su observación es tan cierta como mis antiguos temores. Los espejos acarrean en su existencia, una falla imperceptible para la mayoría de los hombres. Algunos hasta se dice que poniéndolos uno frente a otro, corrigen las fallas mutuas. No he querido verificar ningún caso. Ya de solo enfrentarlos como lo hacen en los ascensores me producía un vértigo horizontal que solo pude experimentar en los desiertos y en las pampas del sur.

Estos objetos replicantes son conflictivos, recuerde a mi querido Bioy cuando citando al heresiarca de Uqbar decía que “los espejos y la cópula son abominables, porque multiplican el número de los hombres”.

Quizá, si mi miedo y mi cobardía no hubieran sido tan grandes, él, mesurado y discreto como era, podría haber agregado que además tienen la perversa malignidad de tergiversar la realidad en detalles, para demostrarnos su dominio final.

De todas maneras mi amigo, y para tranquilizarlo en la inquietud que lo llevó a consultarme; qué importa al cabo que su espejo no refleje a las visitas que llegan a su casa. Cada hombre está irremediablemente solo en este mundo y para darse cuenta de ello, no hacen falta espejos.



Atentamente.


J.L.B