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Una vez más comienza el día
Buscando la alegría en esa tierra
De nadie, de todos,
En este espacio tan ajeno de mí
Donde la esperanza antes vivía.

Siento la ventisca de las almas perdidas
De aquellos entes que alguna vez vivieron aquí,
Sentados en una piedra, solitarios,
Como el perro del hortelano
Sin saber el porqué de su vivir.

Y es que este es solo un escenario vacío
Y nosotros miramos desde abajo.
Y el tapiz cada vez más lejano y más alto.
Y es que el barrio en donde vivo
No es campiña sino asfalto.

Y así veo como pasan los autos
Nublando en sí mismos el camino;
Sentado desde aquí, veo
Cómo es que se viven los cambios atrás de la fuerza
Por la que el corazón da saltos.

Busco acaso un encuentro de los mudos,
De los mudos de bondad
En cada pregunta que contestan
Las miradas que detestan
Su claroscuro de soledad.

Dígame usted, señor al volante,
Tan recio y distante,
Si conoce la sonrisa
De ese pequeño que iba deprisa
A quien usted, sin preocupación, hizo partir.

Cuénteme cómo está hoy, doctor.
Quizás verde de amor,
De dolor o ironía.
En un segundo de compañía,
Cuénteme cómo está hoy.

Dígame usted, mujer displicente,
Si sabe lo que hay en mi mente
Cuando me acerco a su ventana y su gesto duro
Y usted que piensa en diamantes
Y yo que vivo de mendrugos.

Nadie siquiera contesta.
Ni se dignan a mirarme, sólo saben maltratarme
Con esa cruel indiferencia
Que cierra la ventana abierta
“Es un Don Nadie de la calle”.

Y trato de pensar
En este mundo estéril, escéptico
Dónde está el amor.
Quizás tras las puertas que niegan lo que cubren
Señor, dónde está el amor.

Recuerdo que vi un día a un hombre
Que lloraba sin consuelo
Mientras manejaba con su duelo.
Y es que en un carro elegante se sufre también,
Seas mendigo o seas Monsieur.

Por eso Señor, ¡qué importa si yo sufro!
Al final si yo muero dudo que
Una lágrima al suelo resbale,
O que alguna risa se apague,
Señor, yo lo dudo mucho.

No pido descarado una fortuna,
Si es que a metales suena.
Te pido Señor una condena
De amor infinito, de paz eterna
A todos los que de luz el corazón llenan.

Y aquellas caras que se niegan
¡Quién soy yo para descifrarlos!
Ellos sentados en sus piedras,
Solitarios como el perro de hortelano,
Algunos irán descalzos, otros serán condes.

Yo seguiré buscando en esta tierra
de nadie, de todos,
la esperanza, la apatía.
Acaso encuentre mi alegría
Y quizás y de repente, las ganas de vivir.

Texto agregado el 24-07-2008, y leído por 88 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
22-09-2008 muy buen testo akemi, el amor esta donde uno no lo espera. Gamio
24-07-2008 La Vida Es Un Enigma Eterno. Es Un Hilo Dificil De Alcanzar. Pero Vale La Pena Esperar. VuelaEnJapones
 
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