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Con ojos del color del mar y pelo como espuma de olas, veía pasar el tiempo, minuto a minuto en el mismo banco del mismo jardín. Siempre el mismo tiempo, siempre el mismo banco, siempre el mismo jardín. La vida pasaba delante de ella sin detenerse. La vida jamás se detiene, pensó, siempre transcurre a su propio e inalterable ritmo. Somos nosotros los que la vivimos más aceleradamente o más pausadamente. Como delfín que juega con el barco, unas veces delante, otras a la par, las restantes detrás. El barco de la vida sigue su rumbo, a velocidad constante, y somos nosotros, los delfines, los que queremos devorar futuros, disfrutar presentes o revivir pasados. Pero ella ya era un delfín varado en la playa, que solo mira el barco pasar. Siempre desde el mismo banco, del mismo jardín, el mismo tiempo, día tras día.

En estos pensamientos se encontraba cuando reparo en dos gorriones que revoloteaban y jugaban en la pequeña fuente del centro del jardín. Sintió deseos de ser uno de ellos, volar libre, sentir de nuevo el vértigo que produce la libertad. Los gorriones levantaron vuelo y llevaron su vista hacia las nubes. Pensó, “quizás lo mejor fuese ser nube, emprender un ultimo viaje allá donde el viento me llevase, para terminar, empapando la tierra. El mismo destino que me espera, pero con una brillante traca final”. Sola, en el mismo parque, del mismo jardín, esperaba una vez mas que se agotase su tiempo.

Oyó una voz a su lado,
-¿Me permite sentarme en el banco?-, le dijo.
Con apenas un ademán de desinterés dio su consentimiento. Un elegante hombre se acercó al banco, con pasos poco firmes pero ademán resuelto, se sentó al otro extremo del banco y soltó un suspiro, como de descanso, de objetivo alcanzado. Me ha gustado este lugar del jardín, le dijo, parece fresco, por la sombra del sauce digo, y el jazminero de ahí mismo lo llenará de un agradable aroma, ¿no?. Ella no contestó. El tiempo siguió su ritmo, la vida el suyo y el silencio, también.

Trascurrida más de media hora, los gorriones volvieron a la fuente y siguieron con sus jugueteos. Fue entonces cuando el hombre dijo,
-gorriones golfillos, lo que daría yo ahora mismo por ser uno de ellos, tener su vitalidad, sus ganas de disfrutar y el cielo entero para volar-.
Ella giró la cabeza y reparó en él por primera vez.
-¿Sabe?-, dijo, -hace unos minutos estaba pensando lo mismo que usted-.
-¿En serio?-,
contestó el hombre, como por educación. Los minutos siguientes volvieron a ser de silencio, de ver la vida pasar.

Una leve brisa refrescó sus rostros y les regaló el aroma del jazminero cercano. El hombre pensó en lo agradable de esa sensación y en el delicioso aroma a jazmín que el viento le regalaba. Ella dijo:
-que agradable sensación y que delicioso aroma trae esta brisa-.
El arqueó las cejas y le contestó:
-¿Sabe?, es justo lo que estaba pensando ahora mismo-.
Ella rió levemente y le dijo:
-Quizás seamos hermanos gemelos, dicen que son los únicos que piensan igual.
-No quisiera pensar eso, por que entonces nuestros padres, me reservaron a mi la fealdad y a usted la belleza.
Ela por primera vez río con ganas en muchos meses, no esperaba tal contestación. El añadió:
-Pero creo que deberíamos aclarar cualquier duda ¿no cree?. De donde es usted.

Comenzó así una charla que ocupó el resto del tiempo que hasta entonces siempre había sido mudo, solitario.

Una voz se escuchó en todo el jardín,
- ¡Señores, señoras, acabó el tiempo de sol, vayan entrando en la residencia!-.
Ambos ancianos se levantaron con esfuerzo y dirigieron sus pasos hacia el edificio, moderno y frío, que les aguardaba en el otro lado del jardín. Cuando pasaron a la altura de la fuentecilla, el le dijo,
-Hoy es mi primer día aquí. Me ha encantado ese lugar del jardín y me ha encantado su compañía. Si a usted no le importa ¿podría volver a sentarme mañana en el mismo lugar?-.
-Por supuesto- contestó ella –estoy deseando que llegue mañana-.
-Es lo mismo que estaba pensando yo- contestó el.
Entre risas, ambos se despidieron y cada uno se dirigió a su ala de la residencia.

Llegó el día siguiente. El banco ya no era el mismo. No era el lugar donde ver la vida pasar. Era otra cosa. Un lugar deseado donde llegar. Una promesa de buena compañía y tiempo feliz. Se volvieron a encontrar. Se volvieron a contar sus vidas, su niñez, su educación, los corsés que les impusieron desde pequeños, sus errores, sus aciertos. A cada confesión le seguía un momento de sorpresa, de incredulidad, al ver cuan paralelas habían sido sus dos vidas, y a la vez, cuan distantes. Poco a poco la distancia que en el banco existía entre ellos se fue acortando. Cada vez se sentían más unidos. Volvían a vivir. A sentir la vida, el deseo del mañana, la seguridad de la felicidad.
Transcurrieron meses, en los cuales, el consiguió que fuese trasladado al mismo ala de la residencia que ella. Desde entonces, los momentos del jardín fueron imperecederos, continuos. Siempre juntos. Inseparables.

Cierto día, el no bajó a desayunar. La silla junto a ella permaneció vacía. Preguntó por él y le dijeron que había decidido desayunar en su habitación. Pasó la mañana sola, esperando la hora de comer y sentarse junto a él. Pero tampoco bajó a comer. Llegada la hora del sol, se sentó como siempre en el banco, sola, nerviosa, expectante.

Lo vio acercarse con sus pasos vacilantes y su porte decidido, como siempre. Lo miraba mientras se acercaba y el tiempo le pareció milenios. Por fin lo tuvo ante si. Pero el no se sentó. Balbuceó un hola. Serio, muy serio, carraspeo y dijo:
-Tengo algo muy importante que decirte.
Y ella, sin pensarlo, le contestó:
-Si, yo también te quiero-

Agarrados de la mano pasaron el resto de la hora del sol, amándose, simplemente con sus manos agarradas y charlando sin parar. Se amaban, y eso que hacían era amor.

No podemos viajar como lo hacen los gorriones, pero podemos soñar, le decía ál a menudo. Y soñaban juntos, viajaban a maravillosos lugares, cenaban en los mejores restaurantes, asistían a los mejores espectáculos. Bastaba con leer el periódico, se miraban, y ya sabían a que obra de teatro, exposición o concierto deseaban ir. Al fin y al cabo eran gemelos. Y dejaban volar sus sueños compartidos, un solo sueño para dos. Felices, como jamás lo habían sido, disfrutaban de su vida, de sus sueños, bajo la sombra del sauce y perfumados de jazmín, deseando el mañana juntos.

Aquella tarde el le dijo:
-He tardado casi noventa años en encontrarte, pero ha merecido la pena. Eres el amor de mi vida. La única mujer a la que de verdad he amado. La que siempre he esperado.
Ella entre lágrimas de felicidad beso su carrillo arrugado y le contestó:
Te esperaría mil años mas, una eternidad gastaría, si supiese que tu me esperabas al final. Se amaron, como ellos solo hacían, con las manos enlazadas, con el azul de mar de los ojos de ella acariciando el marrón de la arena de los ojos de el.

Aquella mañana la despertó en correr por los pasillos de los asistentes de la residencia. Salió al pasillo y vio que el revuelo era en la habitación de el. Asustada se dirigía ahí cuando una asistenta la detuvo.
-¿Dónde va?
-¿Qué ha pasado, está bien?-
- Ha fallecido - fue la corta y destrozadora respuesta que recibió.
Diez minutos en el pasillo. De pie. Ajena al ir y venir de médicos, asistentes y demás personal de la residencia. Para, sin una lágrima, dirigirse a su habitación después.


Se acicaló lo mejor que pudo. Se vistió con su mejor vestido. Cuando estuvo segura de que estaba mas bella que nunca, salió de su habitación, recorrió los escasos metros que la separaban de él y se recostó a su lado.
- ¿Por que no me avisaste? –
- No lo esperaba – pensó que le contestaba él.
- Me hubiese comprado algo más bonito para irme contigo-
- Estas preciosa, siempre lo estas-
- Quiero soñar contigo, el sueño eterno, a tu lado. Quiero hacerte eternamente feliz-
- Ya lo has hecho mi amor –
- Soñemos pues- le respondió ella en su mente.
Y juntos emprendieron el sueño de la eterna felicidad.

....................

-¿Que ha pasado?-
-Nada, la vieja, que ha muerto junto a su viejo-
-Ay la demencia senil, los vuelve como niños-

Debajo del sauce, el aire junto al banco seguía oliendo a jazmín.

Texto agregado el 28-07-2008, y leído por 140 visitantes. (0 votos)


Lectores Opinan
30-07-2008 El amor compartido, siempre hermoso, siempre vivificante; no importa el lugar donde se presente ni el tiempo que tarde en alcanzarnos. Bello tu relato, lleno de ternura y de imágines marinas. El final esperado, pero no por ello real y expresivo.*****Afectuosos saludos. sagitarion
29-07-2008 que emotividad hay en cada letra...Hermoso tanabata
28-07-2008 Hasta aqui llego el olor del jazmin..! Q bonito, realmente el amor nos vuelve niño. Felicidades. un beso unadesabina
 
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