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Inicio / Cuenteros Locales / lauricuchy / “La vida de puño y letra”

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Quizás si la luna asomara en pleno amanecer.
Tal vez si el mundo volviera a gestarse, su suerte podría echarse de nuevo y su alma cabría tan justa con la felicidad y el orgullo de sentirse uno en si mismo… de saberse dueño, al menos, de su propio futuro.
Marta Cabrejas, mujer, soltera, madre de dos niños, argentina, pobre…
Como uno de tantos días fríos de invierno, Marta levantó a los chicos de sus colchones, despojados de cama alguna, para llevarlos a la escuela, lugar donde comerían la primera (y tal vez única) comida sustentable del día. Los arropó con las pocas prendas que tenía (incluyendo los abrigos propios), tomó su bolso de trabajo y fueron rumbo al colegio.
Legaron. Un beso en sus mejillas. Una sonrisa alentadora. Un deseo. Un pedido a Dios por un día más.
Aún con el estomago vacío y el cuerpo sediento de paz, la mujer prosiguió con su camino; el rumbo marcado por el destino, lo que le tocó en suerte, lo que no pudo elegir.
Las vías del tren. El ruido. Mujeres, hombres, niños. Llanto, lágrimas, dolor…
Llegó a destino, alguien la estaba esperando. Alguien o muchas personas. Uno o varios.
Marta Cabrejas, mujer, soltera, madre de dos niños, argentina, prostituta, pobre…
Abrió la puerta y entró. Se dirigió al baño. Cambió su ropa, su maquillaje, sus zapatos, su peinado. Cambió su vida. En ese momento dejó su alma, dejó de ser Marta para convertirse en Merlina: la burda mentira de una vida trunca.
Un día como tantos, al menos aún un día como tantos.
Primer cliente, segundo, tercero, cuarto…
En un momento, tras haber salido de la habitación (en la cual solía despojar su sol interior) logró divisar, con su mirada perdida, a un hombre: El hombre, su hombre. A quien había llenado su vida de esperanzas; a quien no tuvo reparo en desgarrarle el alma con un puñal de mentiras.
Marta se arrebató contra él ferozmente, como si estuviera poseída por alguna fuerza sobrenatural. Él no dio resistencia: tal vez esperaba esa reacción.
El dueño del aposento los separó y, con el más radical desinterés por lo sucedido, le pidió a Merlina que llevara al muchacho a la habitación. Él ya había pagado por sus servicios.
Merlina (Marta más bien) tragó un sorbo de saliva, con el cual arrastró el odio y la bronca que tenía aún a flor de piel.
Entraron. Se sentaron en la cama. Se miraron. Marta estalló en llanto; el hombre la contempló.
Medio turno había transcurrido y ni una sola palabra esbozada. Marta rompió con el frío silencio que inundaba de soledad la habitación.
-Sabías que nos ibas a dejar en la calle, ¡no te importó nada!- la mujer comenzó a revelarse- No pensaste en ellos, también son tus hijos. Yo no te pedía nada para mí. Yo me desvivo por los chicos, y lamentablemente les tocó un padre tan…-
- Y cómo mierda sabes quién es el padre- interrumpió el hombre- ¡¿cómo podes asegurarme que son mis crios?! Cómo puede saber eso una puta como vos-
Marta se calló. Agachó la mirada. Erró los ojos. Sufrió, como de costumbre…
El tirano prosiguió.-Te traje doscientos pesos y mas vale que te alcance y que no me jodas más. Ah, y no llames más a mi casa, ¡no rompas las bolas! Dejame a mí y a mi familia tranquilo, ¿estamos?- Tras lo dicho, tiró el dinero sobre la cama. Se paró. Acarició irónicamente sus cabellos y se fue, sin dejar más que la cruel humillación.




La mujer, sumisa aún, comenzó a proyectar dentro de sí todas las palabras que había oído, todas y cada una de ellas. Comenzó a preguntarse si acaso era ella la culpable de aquella relación ilegal, que solo la llevó al desquicio; si era merecedora de tantas agresiones; si sus hijos debían sufrir las consecuencias de un “amor de contrabando”.
No pensó más. No lo pensó.
Agarró sus pertenencias y corrió. Lo corrió. Se paró tras él. Abrió el bolsillo pequeño de su bolso tomando el instrumento que la llevaría a la libertad, a la única salida que creyó salvadora y, tan solo en un instante, puso en sus manos el fin de la hostilidad, de la subordinación, de su humillación.
Marta Cabrejas, mujer, soltera, madre de dos niños, argentina, prostituta, asesina, pobre…
Lo dejó tirado. Miró su rostro, sus ojos, su mirada vacía: sintió que ya no tenía alma.
La mujer sintió alivio. Se fue, con su vida a cuestas y su alma acarreando la cruz predestinada.
Las vías del tren. El ruido. Mujeres, hombres, niños. Llanto, lágrimas, menos dolor…
Llegó a su casa e inmediatamente cambió su ropa. Tan rápido se vestía y más de prisa dejó su vida… Salió corriendo, cerró la puerta: se cerró una puerta.
Fugazmente fue al colegio a retirar a los niños del colegio. Tocó el timbre y pidió por sus hijos.
Un beso en las mejillas. Una sonrisa alentadora. Un deseo. Un pedido a Dios por que los cuide…
Sin más pesar en sus espaldas, sin la opresión en el pecho y sabiendo que sus hijos en cualquier lugar del mundo, sea donde fuere, serían más felices que allí, consigo, los tomó de las manos y nuevamente caminaron, juntos, esta vez sin rumbo.
Marta paró la marcha. Cada instante era tan único como el tiempo mismo. Abrazó a sus pequeños; ellos detonaron en llanto, como si supieran…
La mujer tenía la mirada aislada cuan río en un desierto. Desierto de arenas movedizas, de caminos inciertos, de luna encendida en un mar de lágrimas.
Los niños la apretaban, sentía la presión sobre su garganta. Miraron a mamá, otra vez como si supieran: la miraron por última vez.
Marta Cabrejas, mujer, soltera, madre de dos niños, argentina, prostituta, asesina, prisionera de la justicia, más pobre que nunca…
Quizás si el viento soplara hacia el cielo.
Tal vez si las nubes retuvieran el llanto, el penar de los dioses.
Quizás así, y tan solo así, podría cambiarse el rumbo de las vidas… el camino escrito, la vida de puño y letra.

Texto agregado el 07-08-2008, y leído por 178 visitantes. (3 votos)


Lectores Opinan
07-05-2009 Un texto trágico pero muy bien escrito. Hay putas por necesidad, a ellas Dios a de perdonarlas. Mi duda la tengo con las putas regaladas, las que no tienen necesidades pero se acuestan con uno y con otro. logan5
12-09-2008 Felicitaciones, me ha encantado tu texto, las miserias de una mujer con tres hijos y la venganza que al fin y al cabo deja solos a los hijos es un final más triste todavía. doctora
12-08-2008 cómo una palabra detiene a seguir la lectura de un texto tan bueno.... no entiendo. en fin Soy madre, y realmente el texto tocó lo más profundo de mi interior interno de adentro... de verdad, lejos el mejor cuento que he leido aquí. anagria
07-08-2008 Qué bueno que pude seguir leyendo, aunque el cabería casi me detiene. Es un texto de rápida lectura, y de claro mensaje, la verdad me gustó bastante. Te dejo 5* Farren
07-08-2008 qué significa "cabería"? no puedo seguir leyendo! zetaequisye
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