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Poco antes que amaneciera el jueves, sentadita sobre la mesa de las verduras, estaba la papa, silenciosa y pensativa.

A su costado, yacía dormida una cebolla gorda, roncando de lo más bien, como si no le importara que dentro de pocas horas la hicieran pedazos para convertirla en una deliciosa ensalada.

-¡Quién como ella! Sabe que pronto se la comerán y está de lo más tranquila- reflexionó la papa, alumbrada por los primeros rayos de sol que penetraban por una ventana.

Toda la madrugada no pudo dormir por pensar -con una melancólica sonrisa-, en los juegos mecánicos que los disfrutó la noche anterior, y por renegar de su mala suerte: ser papa, el alimento favorito de todo el mundo.

Con ella, ¡uuufff! cuántos platos suculentos se podían preparar.

Y para colmo, se lamentaba de ser una papa bonita y grandecita, tal como le gustaba a esa señora que la compró en un mercado ambulante el miércoles por la mañana.

-¿Por qué no fui una papa fea?- se preguntó amargamente, cuando se la llevaban dentro de una bolsa junto con otras papas, con la cebolla, el arroz y el pollo.

Pero al menos, tuvo suerte esa mañana, porque a la hora de cocinar, la mujer escogió otras papas y no a ella. La papa dió un suspiro de alivio. Podía vivir, al menos, un día más.

Mientras la mujer metía a las desafortunadas papas dentro de la olla humeante, la papa se despedía de todas ellas.

-¡Adiós, hermanas papas! ¡Ya nos veremos en el Paraíso!- gritaba en silencio, agitando sus manitos tristes.

Al rato, un niño, que era hijo de la mujer, ingresó al cuarto de la cocina para contarle a ella sobre unos juegos mecánicos que habían llegado al barrio. Y hablaba con tanta emoción que la papa se llenó de curiosidad.

-¡La Silla Voladora! ¡El Tren Fantasma! ¡Los Carros Chocones! ¡La Montaña Rusa!- exclamaba el muchacho apasionadamente, detallando con minuciosidad la bondades que ofrecían todos los juegos.

La papa, entonces, cerró los ojos y empezó a imaginarse con esos juegos desconocidos que seguro debían ser lindos y divertidísimos.

Así se la pasó toda la tarde, soñando con ellos, que poco a poco le fueron acrecentando la ilusión de conocerlos alguna vez.

Al llegar la noche, escuchó un ruido en el ambiente. Vio que un pericote huía de un gato, escondiéndose entre los cajones de un viejo repostero. El gato refunfuñaba al no saber dónde se había metido el pericote.

De inmediato, a la papa se le ocurrió una genial idea.

-Gato, te digo donde está escondido el pericote, con la condición de que me hagas un favor- le propuso al gato, segura que él aceptaría.

-Si el favor está a mi alcance, seguro que sí- dijo el gato.

-Llévame a los juegos mecánicos- dijo la papa, quien no tuvo más remedio que solicitar el auxilio del gatuno debido a la imposibilidad de trasladarse por sus propios medios a donde quisiera, por la ausencia de piernas y brazos en su cuerpo. La naturaleza solo le dotó de un par de ojitos inquietos y una boca serena.

El gato aceptó gustoso la oferta y no tardó mucho en devorar al pericote en el jardín exterior de la casa, luego que la papa le dijera dónde estaba escondido el roedor. Entonces, subió a la papa sobre su lomo y cumplió con llevarla a los juegos.

Y en ese pequeño mundo de fantasía, ¡cuán feliz fue la papa aquella noche!

¡Oh, la Silla Voladora!, volando risueña muy en alto sobre ella, dando vueltas y vueltas interminables.

¡Y el Tren Fantasma!, con sus divertidas calaveras y arañas gigantes que amenazaban atraparla.

¡Y los Carros Chocones!, gozando con su incontrolable y alocado carrito que se estrellaba contra los carritos de unos niños que se mataban de la risa.

¡Oh, la Montaña Rusa!, sí que fue estupenda, colosal. Qué valiente para haberse subido allí. Cómo corría esa fila de cochecitos por aquel laberinto de fierros y qué nervios que sintió cuando bajó velozmente desde muy arriba.

¡Ahhh, qué noche tan bella! ¡Qué no daría por estar siempre aquí- pensaba, con el brillo de la dicha en sus ojos, mientras la llevaban otra vez al "Tren Fantasma".

Tan enfebrecida estaba de haber trepado hasta la cima de la alegría, que olvidó su penosa condición de codiciable papa, que más temprano que tarde, la usarían para apagar el apetito humano.

A medianoche, volvió con el gato al cuarto de la cocina.

-Ser papa, qué mala suerte, no como el niño de la casa que irá a los juegos todas las veces que quiera- renegaba cabizbaja toda la madrugada.

Despertó a la cebolla para entretener sus penas.

- Cebolla, ¿no tienes miedo de que pronto te cocinen?- preguntó la papa.

La cebolla abrió un ojo y se echó a reir.

-Ja, ja, ja, ¿miedo yo?, ja, ja, ja, nooo. Al contario, contenta de alimentar a la gente- respondió y continuó durmiendo y roncando como si nada.

Al amanecer, cuando ya el sueño la vencía, la papa escuchó los pasos de la mujer que venía. La papa sintió miedo. La mujer, puso una olla grande sobre la cocina prendida. La papa empezó a temblar.

Al rato, ingresó el hijo de la mujer, saludándola con un beso en la mejilla.

-¿Puré?- preguntó la mujer a su hijo.

-Si, mamá, puré de papa. Es mi favorito- dijo el pequeño, sentándose sobre un banquito para esperar su comida.

Entonces, la mujer se acercó a la mesa de las verduras para escoger a las papas.

La papa cerró los ojos y rogó con toda el alma que no la escogiera. Pero no fue así. Con una aflicción terrible es su mirada, sintió la mano húmeda de la mujer que la cogía.

Mientras la pelaban, la papa se resistió a llorar. Intentó darse coraje en esos instantes tan difíciles.

Ya peladita, la dejaron otra vez sentada sobre la mesa. Serenamente, esperó resignada el momento del adiós de su corta vida.

Minutos después, justo cuando la iban a arrojar al agua hirviente, la papa alcanzó a imaginar, con una enorme sonrisa, la dulce y maravillosa emoción de sentirse volando por los cielos sobre una silla voladora.








Texto agregado el 08-08-2008, y leído por 347 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
08-08-2008 Qué bonito cuentito, me inspiró, así que voy a escribir otro parecido que se titule el pepino parado, ja,ja,ja. marxtuein
08-08-2008 para saborear este cuento me hizo a acordar a uno de Maria Elena Walsh que se llama La reina Batata divinaluna
 
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