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Inicio / Cuenteros Locales / JoseMarianoMontesco / El llamado del derrumbe

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Finalmente todo el frío se disipó. Los ojos de Javier se habían acostumbrado a la oscuridad. Podía ver claramente el calor emanar de su cuerpo. Era una especie de luz color rosa que lo rodeaba por completo, temblorosa e inestable. ¿Su aura? No lo pensaría así sino hasta el día siguiente. De momento, como decíamos, lo interpretó como calor. De cualquier forma era energía. Su respiración era profunda y larga. Cada bocanada de humo de su cigarro, sin filtro pero mentolado, le pareció increíblemente placentera. Escuchaba a la india mazateca que condujo la ceremonia y se escuchaba a sí mismo conversar fuera de sí. No podría decir que fuese como una conversación lejana, era más bien una conversación que tenía lugar en otro plano, quizás un tiempo distinto al suyo. Tal vez en una tangente dimensional creada al haber elegido ante una disyuntiva previa, un universo paralelo para el cual el derrumbe representaba una ventana por la que espiar otra realidad. Diferente pero posible. Javier estaba pleno de lo que contestaba pero sus respuestas, aunque coherentes, le parecían enunciadas por un ente externo a él y a su voluntad.

En el autobús, hablando de todo y de nada Enrique y Javier contemplaban por la ventana la completa oscuridad de la carretera mientras se internaban en el cálido clima de la selva. En un momento de silencio, una parte del firmamento se iluminó por completo por la potencia de un poderoso relámpago. La luz fue tal que los viajeros pudieron contemplar lo cerca que parecían estar de las nubes. Un segundo y más violento rayo volvió a delinear las colinas a lo lejos en el horizonte. Afuera no llovía, pero era claro que una tormenta eléctrica los acompañaría por el resto de la noche. Se sucedieron dos, tres, diez relámpagos más. Todos tan sorprendentes como los dos primeros. Todos aparecieron en el mismo sector del horizonte. Al frente y a la izquierda del autobús. Para ser geográficamente precisos al sureste.

-Lo peor es que parece que están cayendo justamente hacia donde vamos– comento Enrique algo desganado por las horas de viaje.

-¿Lo peor? -respondió Javier– no, viejo, no. Eso es energía. Energía pura. Es el derrumbe. El derrumbe nos llama.

Javier se levantó del petate un poco aturdido. Encendió un fósforo para guiarse hacia la salida. Unos segundos antes, estaba frente al altar hablando con Dios, confrontando al derrumbe, enfrentándose a sí mismo. Mientras caminaba hacia la puerta escuchó a Andrés pedirle un cigarro. Caminaron juntos para salir de la choza y fumar. Entre rezos y cantos pasaron junto a Fernando a quien miraron como encerrado en una esfera de cristal rosa, transparente. Parecía suspendido, flotando en un capullo y giraba lentamente. Afuera una lluvia torrencial, propia de la sierra de Oaxaca continuaba cayendo sin piedad sobre las montañas, cubriendo el mundo entero de agua, renovando a cada gota todo lo que tocaba. En el umbral de la puerta, Javier se detuvo asustado. Tomó del brazo a Andrés y le previno:

-Mira, estamos frente al océano. Carajo ¿cómo llegamos hasta aquí? El mar está como… como muy agitado. No quiero seguir, tengo miedo.

-¿De por sí te da miedo el mar?- Dijo Andrés.

-Pues la verdad, nunca había estado en medio del atlántico norte a la mitad la noche polar.

-Yo tampoco, el viento está helado. ¿Viste las sombras hace un rato?

-Sí, si las vi. O las sentí, la neta no sé. Pero mejor… mejor vamos pa’ dentro compa.

Tras caminar un rato por las escarpadas cumbres de la sierra mazateca los cuatro llegaron a lo alto del cerro de la adoración. El impresionante entorno les quitó el poco aliento que aún les quedaba. La inmensidad de un pueblo antiquísimo se dejaba admirar. La neblina envolvía lentamente las colinas y se hacía cada vez más densa. Pronto se dieron cuenta que no podía haber neblina tan espesa. Eran nubes. Estaban en medio de las nubes. El derrumbe los preparaba para el viaje; el viaje los preparaba para el derrumbe.

A la hora de Dios, comenzó el ritual. La india bendijo uno por uno los envoltorios de hoja de palma ante el altar. Lo hizo en mazateco así que lo único que Javier, Enrique, Andrés y Fernando entendieron fue sus propios nombres. Cada quien asumió la posición más seria de que fue capaz, con el mayor respeto al derrumbe y a la ceremonia que en su honor tomaba lugar. Treinta y dos minutos después deshágase la luz y la oscuridad llegó acompañada del espíritu del derrumbe. Llegaron los sonidos luminosos y coloridos. Los cantos envolventes y la completa serenidad. La lluvia por momentos los perdía y otras veces los regresaba a la realidad. En medio de la oscuridad a Javier le pareció mirar un destello al que solo pudo comparar con el sol.

-Extraño al sol- le susurro un poco atemorizado a Andrés.

-Yo extraño a mi cuerpo- fue la respuesta de Andrés.

Y la risa de ambos ante tal repuesta los devolvió a la paz. La paz que sobreviene al entendimiento. El entendimiento que antecede a la iluminación.

Texto agregado el 13-08-2008, y leído por 115 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
22-08-2008 5 *****!! vagabunda2
 
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