Desnuda cae la ternura; el cielo la envuelve en su manto de honor.
Se alimentó solitaria en las montañas del desconsuelo, la lluvia le lavó la cara cuando su soledad era tan sucia, que la ternura escapaba por círculos viciosos que llenos de espejismos la envolvían, en hogueras ardientes y artificiales.
Y la ternura, siempre desnuda se abrazaba a sus sueños, poblando las alamedas, llenando cuencos de agua para sobrevivir al olvido.
Desamparada, se dejaba morder los tobillos y ciega de tristeza se acurrucaba contra un puñado de vidrios.
Desnuda la ternura migraba de corazón en corazón tratando de encontrar el hueco justo para su medida, pero los cuerpos apretando el sexo entre sus dientes habían olvidado su silueta frágil, y la ternura se quedaba en un rincón espiando un acto absurdo.
Se repetía una y otra vez “vas a quedarte a oscuras ternura insaciable”, de caricias perdidas y besos que se cuelgan de las ramas secas de un árbol artificial.
Y así caía la ternura, desnuda, sangrando por los costados, inquieta, fuera del marco de este mundo de metal, encerrada en su caparazón de blanca espuma, con su romanticismo aniñado que remontaba barriletes que nunca volvían a su destino, el viento salvaje los engañaba con promesas de glorias tempranas y los barriletes se dejaban engañar. Es que la ternura a veces, se tornaba insaciable, se sentaba en los brazos de la tristeza y acunaba su cansancio en las manos de algún fantasma solitario que deambulaba por las habitaciones de su deshabitado tormento.
Desnuda cae la ternura, y descubre en su rotunda caída que, alguien teje telarañas azules para atenuar su caída, y así en su descenso comprende que los umbrales de la realidad son infinitos, y que hay llaves que, abren cualquier infierno…