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Nilvia es una chica preciosa que vive –sobrevive, habría que decir- en La Habana. Su vida entera gira - nunca mejor dicho - en torno al baile, su gran pasión. Una pasión más intensa y más constante que ninguna otra; una pasión cuyo origen, de puro remoto, ella misma ignora. Os contaré como la conocí.

Era mi último día de estancia en La Habana y me dirigía a la plaza del Palacio de Artesanías a tomar el autobús de regreso al hotel. Mientras callejeaba por la ciudad vieja, observé, en un portal cuyas puertas estaban abiertas de par en par, un grupo de bailarinas ensayando bajo la dirección de un señor al que le sobraba algún que otro kilo. Éste compartía un pequeño banco de madera, ya en plena calle, con un turista. Mi curiosidad era máxima y me situé detrás de ellos, procurando no llamar mucho la atención. No obstante mi discreción inicial, en cuanto el mencionado turista se marchó, no dudé en ocupar su lugar sin decirle a nadie esta boca es mía. Una vez ubicado en mi nueva y privilegiada posición, pude contemplar el espectáculo con todo lujo de detalles. Era cosa de ver la gracia y el encanto con que las muchachas bailaban. En una ocasión, en la que había algo que no habían hecho bien, el profesor se levantó para mostrarles cuales eran los movimientos adecuados. No tengo razón alguna para dudar de la bondad de los conocimientos teóricos de danza de aquel buen hombre, pero aquello era como un hipopótamo dando clases de ballet a unos cisnes.

Por otra parte, era patética la absoluta insuficiencia de medios con que contaban. Por no tener, no tenían ni luz eléctrica. ¿Y qué decir de la indumentaria de las jóvenes? Era ésta tan variopinta como humilde. Algunas chicas calzaban chanclas.

Si bien todas las bailarinas eran atractivas – o casi todas, para ser precisos-, había una que lo era especialmente. Sus movimientos eran naturales y armoniosos. Se diría que formaban un todo indisociable con la musica que sonaba. De repente, estando yo ya en pleno éxtasis contemplativo, y para gran pasmo mío, veo que tanto ella como el resto de las chicas se abalanzan hacía donde yo estaba. Lamentablemente, aquel arrebato no tenía nada que ver conmigo: en ese mismo momento pasaba por la calle un rockero de moda, con el que se prodigaron en besos y abrazos. Aproveché la coyuntura de su proximidad, para preguntarle a la niña de mis ojos si podía tomarle una foto. Me dijo que no, pero que al resto del grupo sí que podía. Aquella respuesta me dejó tan intrigado como alicaído, como el lector comprenderá. Nada más terminar el ensayo, sin embargo, mi estado de ánimo remontó el vuelo. Nilvia, que así se llamaba mi princesa de ébano, me pidió que la esperara a la salida.

Una vez se hubo cambiado, nos fuimos a un bar próximo. Ella comió una pizza cuatro estaciones y yo una ensalada de frutas. Los dos bebimos zumo de piña. Me habló de un novio con el que había roto debido a que él siempre se estaba quejando de su excesiva dedicación al baile. Fue entonces cuando le dije que era muy guapa y que el color blanco con el que vestía le favorecía mucho. Como lo más normal del mundo, como el que habla del tiempo, me dijo que vestía de ese color porque era lo que prescribía la santería, religión que ella profesaba. Ésa era también la razón de que yo no hubiera podido fotografiarla. Me habló de Ochun y de Yemayá….y de la Virgen del Cobre. Su interés por aquella extraña religión no afectó a mi interés por ella. A fin de cuentas, ¿qué religión no es intrínseca y radicalmente extraña? Al cabo de un rato, le propuse dar una vuelta por el malecón. Me respondió que no era posible porque a los cubanos les estaba prohibido relacionarse con los turistas, pero que podíamos vernos allí mismo, discretamente, al día siguiente. Le conté que aquel era mi último día en La Habana. Nos dimos dos besos de despedida y nos deseamos suerte.

A pesar de que era un largo trayecto, decidí regresar al hotel andando. Había un precioso cielo estrellado, pero las dos únicas estrellas que yo veía eran los dos ojos negros que me habían hechizado.


Texto agregado el 18-08-2008, y leído por 271 visitantes. (4 votos)


Lectores Opinan
26-12-2008 Una gran historia. Pregunta tigrilla ¿quién sabe qué pudo pasar? Pero mejor que no pasó, porque así dio pauta para una gran historia de amor, de otra manera pudo haber quedado en sólo una anecdota de de cómo se encontraron. Excelente narrativa. De cinco estrellas. borarje
22-08-2008 Excelente relato, entretenido, bien narrado, agradable, lastima que era el último día ahí si no ¿quién sabe que pudo pasar?, aunque hay historias que es mejor que queden así, cuya magia persiste en la memoria y esbozan una sonrisa enigmática en nuestro rostro, pensamientos de algo que pudo ser y no fue o sera?? un besote me encantó!! tigrilla
20-08-2008 Ochun, negra en Africa y mulata en cuba. Me gustan así las historias, sin un final como Dios manda. Para que?...Saludos, nomecreona
 
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