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Y el semaforo seguía en rojo, así no más, en rojo. No arranque, no ande, no piense, no llegue… nunca. Solo espere. Vea al muchacho hacer malabares con 5 bolas (en 3 meses serán 6, el negocio es muy competitivo), y si quiere compre frunas. Mire a todos los otros carros ajenos a su situación, moverse con o sin rumbo, por deber o por simple “patinar”. Y usted no se mueva, no haga nada, dedíquese a envejecer, a ver el tiempo pasar mientras se pudre en su silla de conductor, y si no tiene aire acondicionado, a cocinarse al baño maría en su propio sudor. El semáforo sigue en rojo… mire la calle y vuelva a mirar hacia arriba… en rojo. Trate de encontrar algo medio decente en la radio (sí lo encuentra dígame que emisora es, ¡por favor!) y mire hacia arriba… adivine… ¡ganó! En Rojo. Usted quiere moverse, pero esto implicaría una muerte segura, y aunque es una oferta tentadora, salir de este estado de quietud y irse de frente contra lo que venga (lo que sea), lo que queda de instinto de conservación lo detiene. Maldito instinto de conservación, maldita conciencia, maldita esperanza, pero más que todas las cosas de todos los universos, maldito semáforo.
Y aquí es cuando usted deja de ser, deja de ser para volverse nada, luego para volver a ser otra vez, pero no a ser usted, sino simplemente ser hastío y sufrimiento, todo envuelto en una pesada y a su vez cansada atmósfera de sinsentido. Finalmente usted muere. Pasa una eternidad, luego otras cuantas, y el tiempo vuelve a empezar, entonces llega el Big Bang. Y aunque usted siempre pensó que como el Big Bang era una explosión debería sonar tal vez un estallido, un estruendo, una bomba como las que se acostumbraba a oír en esta ciudad hace unos años (y todavía de vez en cuando lastimosamente), no es así. Es un sonido horrible, salido del infierno mismo, y casi enloquecedor, no sería capaz de describirlo pero que suena como un pito de Renault 12, o tal vez un poco menos horrible. Y usted mira hacia arriba y ve verde. ¡Verde! Casi no lo puede creer, parece un sueño, pero no es un sueño, es más real que usted mismo. Verde, que bonito color… ¡Quiuvo! ¡En esta ciudad no hay tiempo para la belleza, y menos mientras se maneja! ¡Arranque!
Y aquí usted está de nuevo en la marcha, de nuevo perdido en las calles y las carreras, las transversales y las circulares, y lo peor de todo… entre los semáforos. Y usted se pregunta ¿Vale la pena todo esto? Pues hermano, si tiene a donde (quien) ir, tal vez. Claro siempre puede ir a pie, o en bus, pero más bien de los buses no hablo.

Texto agregado el 29-04-2004, y leído por 119 visitantes. (1 voto)


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