Basta hacer la más mínima mención sobre el tema de la pederastía, para que cualquiera, no importa su estatus social o su nivel intelectual, se apresure a vociferar y a pedir que castren, desoyen, violen e incluso maten a todos aquellos que han hecho daño sexual a un infante. Cualquier opinión contraria, cualquier protesta en contra del odio y el linchamiento inmediato, es una garantía de que a uno lo tachen de violador, de apologista del crimen, de la peor escoria que pueda existir o de una serie de improperios que casi nadie está dispuesto a soportar. Y es que hasta la más callada y serena de las secretarias de provincia, el oficinista cuenta chistes del despacho, la señora rica de iglesia, el empresario corrupto, quien sea, responderá de este modo. Parece que en eso estamos de acuerdo: en hablar pestes sobre estos esperpentos de la sociedad.

Y así, una vez más, emitiendo una postura radical, se da por solucionado un asunto de gravísima importancia, creando odio en la opinión publica, respuestas automáticas, practicadas, de cliché, para que nadie haga nada el respecto. Asunto similar sucede con el secuestro. Y no es hasta que alguien sufre de cerca un delito de semejante índole, que decide hacer un lado las opiniones y actuar al respecto, buscando culpables en el sistema gubernamental.

Jua, jua, jua.

Y es que esa rutina de decir que algo nos importa, pero en realidad no nos importa hasta que nos sucede, es algo viejo. Los estudiantes de universidad (publicas o privadas) que acuden a sus escuelas con el fin de cambiar el mundo, o por lo menos sus vacías vidas, los profesionistas padres de familia, el político de campaña, todos tiene una opinión sobre lo jodido que están las cosas, ¿pero en realidad hacen lo posible para que estas jodidas cosas no sucedan? ¿Si tan preocupados de los niños estamos, qué hacemos comprando productos que afectan directamente la economía de países, donde los niños mueren de hambre, o productos que son resultado de guerras o abusos en contra de otras regiones? Algo así como la campaña que ahora organiza en México la clase alta en contra de la delincuencia. ¿Cuántas de esas personas se esperaron a que los secuestraran, a que les robaran su casa, para dejar de tomarse todo como un juego y actuar al respecto?

Emitir una opinión de odio, la típica frase de castren, desoyen, violen e incluso maten a todos aquellos que han hecho daño a un infante, sin hacer nada al respecto, sin exigir a las autoridades y tolerar su poca efectividad, sin participar activamente en la sociedad en planes de información y prevención, es una manera de decir sí al abuso sexual de infantes.

Di sí a la pederastía, al crimen, a la violencia, a la corrupción, dejando las cosas en el discurso de borracho o de la lavadero y no en la acción. Eso es decisión de cada quien, pero tal vez valga la pena considerar que luego será difícil quejarse.