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Huayta era una jovencita encantadora, de rasgos angulosos, pómulos salientes, ojos achinados del color del almíbar y fina estampa. Vivía en un castillo de piedra ubicado en medio de un inmenso y hermoso campo de flores, digno de una princesa como ella. Todas las mañanas cuando el sol empezaba a asomarse entre las montañas, ella salía del castillo para dar una caminata por el inmenso jardín de flores, cuando se paraba en medio ella resaltaba como la flor principal de un gigantesco arreglo floral. Se paraba en medio para oler con más intensidad el delicioso perfume que se elevaba hasta sus fosas nasales brindándole una tierna y suave sensación. Uno de esos días, cuando se encontraba sumida en este mágico rito, sintió de pronto que alguien la tocaba en el hombro con mucha delicadeza.

- Discúlpeme princesa por tener el descaro de tocarla, es que la llame muchas veces y no me escuchaba, parecía concentrada en sus pensamientos.

La muchacha se dirigía a Huayta con genuino respeto y humildad; sin embargo, algo de Cori Paca perturbaba a la princesa, algo que no podía comprender, era muy hermosa, tal vez, más que ella misma, la belleza, en general, siempre fue objeto de su admiración y cariño.

- Su padre le anuncia que hoy vendrá a visitarla.

Así que mi padre se dignará a visitar a su más ilustre prisionera- respondió irónica la princesa; mientras que con el movimiento de una de sus manos ordenaba a Cori Paca que se retirara.

Huayta había permanecido desde que nació en el castillo de piedra, nunca se le permitió ir más allá del inmenso jardín que lo rodeaba, su mundo físico se reducía al castillo y al gigantesco jardín. En toda su niñez este hecho no la perturbó en lo más mínimo, acompañada de sirvientas que cumplían todos sus caprichos y de niñas que la seguían en los más absurdos y hasta crueles juegos (una de esas niñas era Cori Paca), nunca tuvo la sensación de carencia que ahora la atormentaba. Esta sensación surgió cuando ya adolescente intento traspasar los límites del jardín y fue detenida por los guerreros que la custodiaban. El acontecimiento estuvo colmado de situaciones confusas que terminaron con muchos de los guardianes muertos. Fue en ese momento que se enteró que la vigilaban y que no le permitirían traspasar ciertos límites.

Los únicos hombres que había visto en toda su vida Huayta, eran su padre y los guardianes que la detuvieron, todos los residentes del castillo eran mujeres y niñas. Todo el conocimiento que tenía sobre los hombres, ciudades, guerras, hambre, era proporcionado por ellas, sus amigas, compañeras y en algún sentido su única familia, su padre era una figura a la que respetaba, pero a la que no amaba. Así de azarosa y misteriosa era la vida de la princesa Huayta.

Texto agregado el 10-09-2008, y leído por 116 visitantes. (0 votos)


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