La fogata iluminaba su rostro con inusual suavidad, y entrecerrando los ojos para ver mejor, podía conscientemente confundir la luz de los suyos con el estrellado del cielo del desierto tras de ella. Y su sonrisa con la de la Vía Láctea. Y en ese momento, en ese pequeño instante, entendí, finalmente, el sentido que tanto había buscado en incontables horas a solas conmigo. Y sonreí desde el corazón, con la sonrisa más grande que mi cuerpo permitió, y sentí sus latidos hacer eco en los míos y en sus ojos vi cada estrella, y en sus labios cada una de las veces que pensé en ella se explicaron. Y sonreí, pues aunque la fogata moría, el sol siempre cumple su promesa.