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Si intentara organizar las ideas para comenzar a contarles la historia del Topo, lo más seguro es que me estaría fusilando el inicio de algún otro relato. Podría en todo caso empezar a narrar cómo es que el ñoñazo del grupo vino a terminar así, con una oreja destrozada y el cerebro hecho mierda. Pero, siendo honestos, el viaje del Topo al Servicio Médico Forense es sólo una anécdota circunstancial en el gran esquema de las cosas. La historia que vale es la del Dos Piedras.

Ricardo Duarte, el hijo de Norma y Evaristo que nació en un congestionado viernes de agosto, jamás había tenido un apodo significativo. Podría haber sido el hazmerreír del salón por su cobarde tendencia a evitar toda clase de conflictos, pero nunca lo consideraron material suficiente para sobrenombres burlones, mucho menos para apelativos de respeto.

Hasta que llegó la viuda de Don Nacho.

El chisme había llegado a su clímax un par de días después del “heroico” incidente y sólo faltaba publicarlo en el mural de la Preparatoria Oficial 53 para que también la facultad conociera la hazaña.

¿Heroico? ¿Hazaña? Así se referían a lo que pasó entre Sofía Flores y Ricardo, el suceso que dio fin al luto de la joven viuda y al mismo tiempo puso remedio a la virginidad del muchacho. Desde entonces, a él le empezaron a llamar “Dos Piedras”, por matar ambos “obstáculos” con un solo “pájaro”. Claro que el apodo luego ameritó la suspensión de casi la mitad de los chavos en su clase cuando un par de maestras escucharon parte de la explicación.

Ah, pero si supieran la verdad...

Si supieran que a Ricardo no le llenaba de orgullo su suerte de principiante ni la creciente fama. Si hubieran visto las marcas debajo de su playera o la náusea que le provocaba el nuevo circo comunitario...

No, el Dos Piedras prefería la náusea antes que la verdad. Así que, como cada vez que recibía una palmadita de felicitación, ocultaba su asco tras una buena dosis de fanfarronería. Los del taller de teatro lo habrían reclutado inmediatamente si hubieran conocido su talento.

- Pinche Dos Piedras... ya, suelta la sopa, güey. ¿Cómo fue?- conocidos y hasta los ocasionales Fulano o Mengano le preguntaban casi a diario, con algunas variantes en el acomodo de las palabras “güey”, “pinche” y su apodo.

En algún punto del día acababan de una u otra forma los ojos fijos en él, el público escuchando atento hasta el más mínimo detalle de cómo eran las curvas de Sofía o la sensación casi celestial de su piel.

La versión conocida por todos casi siempre comenzaba igual, con el mismo microbús atrasado, el mismo coche deteniéndose frente a Ricardo para ofrecerle un aventón y hasta los mismos comentarios vagamente insinuantes de la viuda.

Continuaría luego con un sinfín de datos descritos a perfección sobre cómo el viaje en auto no terminó en casa de él, sino de ella; sobre la casa lúgubre que antes pertenecía a Don Ignacio Nieto, “el vejestorio más inquieto”, según el difunto; y sobre cómo una visita común y corriente para arreglar una tubería se tornó en un fogoso encuentro.

Claro que, según la misma versión tergiversada, él había sido todo un caballero que la convenció poco a poco de dejarse conquistar al menos por unos instantes. El resto del relato sería pura paja poética que nadie reconoció como el producto reciclado que era. El meollo del asunto fue que Ricardo, el azotado, había anotado en grande con una de las mujeres más controversiales de la colonia.

Todos vitorearon al hombre, no al adolescente. Lo veían con algo de respeto y admiración, en un sentido distorsionado de los términos. A final de cuentas, sus compañeros lo habían convertido en el héroe del momento sólo porque no tenían novedades propias por contar; algunos hasta por miedo a revelar su propia inexperiencia.

Todos los que lo escucharan llegaban a soltar bromas a expensas de Dos Piedras. Eso no le molestaba a Ricardo, pero una carcajada idiota en particular le caía en la punta del hígado. La del Topo.

Pinche Topo, pensaba el protagonista a pesar de que apenas unos días atrás lo consideraba el único de fiar, su cuate, su compa. Ahora sólo pensaba en cómo pagarle el favor de haberlo convertido en estrella de la semana. Claro, porque fue gracias a Miguel “el Topo” Sánchez que se supo del incidente y Dos Piedras lo sabía.

Por alguna razón que el Topo no pudo comprender en su momento, vio al calladito de Ricardo entrar a la casota de Don Nacho. Le intrigó saber qué hacía alguien como él con una mujer tan repudiada, oportunista y, por encima de todo, tan guapa como la Sra. Flores. Lo último fue el verdadero detonante para que el Topo fuera a correr con todos los de la bola, logrando reunir nueve pares de ojos y oídos curiosos.

En lo que tardó en pasar el rumor y reunirlos a todos en la banqueta de enfrente, ninguno alcanzó a escuchar las protestas de Ricardo ni las amenazas de Sofía, mucho menos vieron la manera en que el muchacho fue presa del abuso gracias a algo extraño en su vaso de agua.

Ni se diga de las uñas que dejarían por años sus cicatrices en el hombro izquierdo del supuesto semental, un recordatorio de la importancia de su silencio.

Para cuando todos llegaron a la escena del chisme, ya era tarde. Armaron unánimemente sus conjeturas cuando vieron a su compañero salir corriendo tambaleante y a medio vestir de la afamada casa.

Ricardo pensó que el incidente había sido una pesadilla y que no era posible que algo así le hubiera pasado, motivo suficiente para suponer que nadie más le creería. Si le creyeran, no sólo sería el hazmerreír del salón, sino de la colonia entera, eso sin mencionar la vergüenza que le daría a su padre.

En medio de su diarrea mental, se detuvo por un momento y encontró el escenario más plausible en caso de intentar hablarlo con alguien: lo tacharían de violador, un hombre calenturiento y psicótico que se aprovecha de las mujeres solitarias. Ya Sofía había amenazado con apegarse a esa historia, así que no le quedó de otra más que mentir alardear cuando los demás preguntaron.

¿Y qué si tenía que soportar la náusea? ¿Y qué si la chava que le gustaba no le quería volver a hablar? ¿Y qué si Sofía, la arpía, se había salido con la suya?

Su único consuelo llegó una mañana meses más tarde, cuando el “Topo” llegó nervioso a pedirle consejo de carácter sexual. ¿Su respuesta?

- Consúltalo con Sofía. De seguro te enseña cosas que ni siquiera imaginabas.

Los resultados no fueron iguales que con Dos Piedras. El Topo no consiguió una creciente reputación de semental ni tampoco pudo más con el silencio después de su visita con la viuda negra.

La pistola de su tío se vio bastante tentadora un mes más tarde.

Texto agregado el 22-09-2008, y leído por 500 visitantes. (11 votos)


Lectores Opinan
26-09-2008 Sigo creyendo que este es mejor que'lotro Nuntucket_
25-09-2008 Está muy bien, me gusta. Voto por este. DEScafeinaDO
24-09-2008 La historia se arma a medida en que el narrador nos sumerge más y más en esta amena crónica, sabe a historia de bar, a realismo mágico. Tiene una segunda lectura devastadora, lo que le suma bastantes puntos. Me parece bastante interesante. Obrero-Del-Arte
23-09-2008 voto por este cuento. jamm
23-09-2008 Muy bueno. hija
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