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RECUERDOS

I can't see your face in my mind… La tonada de Morrison despierta a Clara. Ella se levanta de la cama. Su amante sigue recostado, después de un buen rato de placer. Clara siempre toma la iniciativa, cuando está en las discotecas o en cualquier fiesta a la que sus amigas la invitan. Siempre sale acompañada de alguien. Le molesta regresar sola a su departamento.
Al mirar el cuerpo desnudo de Luis, como él dijo llamarse cuando Clara le habló, deja salir un suspiro al observar el torso desnudo de su fiel acompañante pasajero; el simple hecho de verlo le hace recordar a alguien más. La canción termina.
Clara observa la avenida que se ve desde su cuarto piso, está llena de autos. Esto la hace pensar por un instante en el trabajo. En su puesto de subdirectora. Lo consiguió haciendo uso de sus “habilidades femeninas”, como dice Isabel, su compañera de apartamento. Clara piensa que ella también debería estar atrapada en la gran urbe de autos. Aunque el trabajo en la oficina ya está cubierto por Fanny, su asistente; a la que le ganó el puesto de manera soberbia.
Clara toma del clóset una camisa de alguno de sus antiguos acompañantes. Las guarda como trofeo. A ella le gusta ser el depredador y no la presa; como siempre dice. Se asoma por el balcón. Un vago recuerdo se aloja en su mente. La virilidad de Luis la saca de aquello que piensa, se le ha acercado por detrás, con un empujón lo manda a volar. Luis, enojado, da la media vuelta y se mete a la regadera. El agua recorre su cuerpo, Clara regresa a la realidad metiéndose al baño con Luis. Ella le toca la espalda y deja salir un leve suspiro. Luis al notarlo toma uno de los senos de Clara, al mismo tiempo, con la otra mano le frota las nalgas. Aquello la lleva de nueva cuenta a aquel vago pensamiento de hace un momento, al terminar el regaderazo.
Luis sale del departamento. Ella se prepara un café, su desayuno diario. Clara se comienza a vestir mirándose al espejo. Observa su cuerpo, aquel que le ha redituado demasiado. Mira sus senos; tan prominentes como los de Demi Moore, su ombligo perfecto la hace pensar en aquellos cuerpos de revistas de moda que compra a diario para estar bien vestida, y así poder llenar cada hueco interior que la aqueja cuando no está con alguien. La manera en que se mira hace pensar que se desea a sí misma, más cuando se acomoda de perfil y sesgadamente se mira las nalgas; tan firmes como las de Jennifer López, dice para sí.
Aunque de su mente no puede sacar a Carlos, su gran amor. La razón por la cual no le gusta llegar sola a casa. La razón por la que decidió convertirse en una puta cara. El espejo vuela en mil pedazos, ante la mirada atónita de un muñeco de peluche que se convierte en cómplice mudo de la tristeza y estupidez de su dueña. Clara, al ver el reloj, se apura a vestirse para ir a ver a su madre. Cada fin de semana la visita para regalarle algo de dinero. Su padre las abandonó. Su madre logró que terminara la escuela, yendo a trabajar a las casas en Polanco.
Clara toca la puerta. Una señora de cabello cano le abre. La anciana le da un abrazo muy fuerte, como si no hubiera visto a su hija en muchos años. La mujer le invita un café ella acepta con gusto. La anciana, con una sonrisa, recibe el sobre con dinero que su hija le da. La señora, inconforme, le reclama el por qué no la había visitado antes. Clara no la escucha, al ver una foto su mente divaga por unos minutos. Es la imagen de Carlos, el hombre que en verdad llenaba a Clara. Aquel que la hacía gritar en sus noches apasionadas. Aquel que la hizo mujer por primera vez. Quien le hizo descubrir a Clara, que había algo más allá de las cuatro paredes del cuarto de su madre, y que con su hermosa figura podría obtener lo que quisiera. Clara se despide de su madre. Le dice que pronto la volverá a visitar; no sin antes llevarse la foto de Carlos.
Clara aborda el microbús que la lleva a casa, de repente siente una mirada sobre su cuerpo. No le incomoda mucho, ya está acostumbrada a aquellas miradas llenas de lascivia. Decide retocarse el maquillaje. Aunque eso sólo es un pretexto para poder ver quién es aquel que le roba su belleza con cada mirada. El hombre, nervioso al verse descubierto, voltea su mirada hacia otro lado. Sólo voltea a verla, cuando se da cuenta que ya está próximo el metro adonde llega el microbús.
Ambos descienden del colectivo y se dirigen al metro. Clara busca en su bolsa su boleto, en un descuido tira la fotografía de Carlos al suelo. El amable joven la recoge y se la da en las manos a su dueña. Éste, de igual manera, le obsequia un boleto. Al subir al gusano naranja entablan una plática. Clara ha decido cazar, aquel hombre es su presa. Edgar, como dijo llamarse, le dice a la mujer que ya está próximo a bajar. Ella le dice que espere, que falta una más para que bajen juntos. Él se niega. Clara pone una tarjeta con su número telefónico en la bolsa del saco de Edgar.
Clara llega a casa, avienta su bolso al sillón. Isabel se encuentra en la cocina preparándose un sándwich. “¿Vas a querer uno?”, pregunta la compañera de habitación. Clara responde sacando un vaso y sirviéndose un trago del vodka. Reflexiona acerca del encuentro que tuvo con el tipo que conoció en el metro. Nunca, nadie, se había negado a pasar un rato con ella.
Entra a su habitación con el trago en la mano. Se detiene frente a lo que quedó del espejo. Mira su cuerpo. Se pregunta qué es lo que sucedió. El vaso medio vacío termina de destrozar las sobras del espejo. Isabel corre como loca a ver qué pasa, le reclama a Clara el susto. “Ya es el tercer espejo de esta semana”, replica su amiga.
Isabel intenta consolar a su amiga abrazándola, termina por darle un beso en la boca. Clara responde con un empujón, a la que intenta consolarla. En ocasiones, Clara ha buscado encontrar lo que le falta en Isabel. Ella pensó que ahora sería un buen momento. La ofendida sale del cuarto azotando la puerta. Clara se desnuda, busca un pedazo de espejo mientras se recuesta en su cama. Se queda profundamente dormida.
Edgar llega a su casa y una nota lo deja perplejo. Me voy con mis amigas, a una excursión en Mazatlán, si quieres comer, hay comida en el refri y un poco de verdura. Bye, besos. Camila. Edgar toma la nota, enseguida la rompe en mil pedazos. De todas las veces que su mujer se la ha hecho, esto fue el colmo.
De un pequeño frigobar, saca una botella de Compadre. Se le olvida la educación al tomar de la botella directamente. Se sienta en el sillón. De un pequeño buró toma uno de sus libros de Cortázar. Comienza a llorar, dejando caer las lágrimas sobre las páginas del libro. Avienta el artefacto literario hacia la pared, éste mata a una araña que se descuelga por la fotografía de la boda de ambos. Se para de su asiento y comienza a gritar por toda la habitación su maldita suerte.
Conoció a Camila en un rave, en la colonia Del Valle, lo único que los unía fue su amor por los ácidos. Un pequeño error de cálculo, dio como resultado a Mario, su pequeño de siete años. Vive con sus abuelos en los Ángeles. Las constantes peleas entre la joven pareja terminó con la felicidad del niño. Le soporta a Camila sus desplantes, porque ella se niega a darle el divorcio, argumentando que él le arruino la vida cuando ella aún tenía mucho que descubrir en el mundo.

Edgar despierta con un fuerte dolor de cabeza. Mete su mano en el bolsillo del saco, en busca de una pastilla para el dolor. Para su sorpresa saca la tarjeta con el número de Clara, la chica que conoció en el metro. Tras el ir y venir de la tarjeta entre sus dedos, termina con el celular en la mano de Edgar quien llama a la chica. Ambos quedaron de verse en un Samborn’s cercano a la casa de ella.
Clara llega con cinco minutos de anticipación. A ella le gusta poner las reglas del juego. Edgar llega con un ramo de tulipanes a su encuentro. Gesto que Clara aplaude, en un intento por agradarle al galán. “La comida está deliciosa”, dice Clara. Al terminar, ella le dice a Edgar que vayan a un mejor lugar. Edgar asiente con la cabeza, al mismo tiempo enciende un cigarro, le ofrece uno a Clara quien gustosa lo toma, so pretexto de tocarle la mano a Edgar
Ella trae puesto un vestido muy escotado de color blanco, acompañado por un collar de ámbar. Regalo de su madre en una de sus inhóspitas visitas. Edgar no deja de mirar aquel collar, su mirada también se desvía a verle los senos. Clara no se molesta, ya está acostumbrada a las miradas obscenas.
La noche rompe su encanto de novios furtivos. Han platicado de una y mil cosas libros, lugares visitados, tragos, café, fracasos, etc. Por un momento, el silencio se vuelve cómplice de ambos. Clara rompe con eso, le pregunta que a cuántas mujeres ha llevado a la cama. Él como todo un caballero, responde no tener memoria, la mujer con una risita malévola lo hace sentir mal. Edgar al ponerse serio, descubre que Clara ya está borracha, han seguido bebiendo al salir del restaurante. Edgar decide llevar a Clara a su casa.
Al llegar a su apartamento, Clara jala a Edgar de la camisa, le da un beso que lo hace estremecer. Él la quita de sus labios con un pequeño empujón. Clara en un susurro desesperado le dice que no quiere pasar la noche sola. Edgar la acompaña adentro. Isabel está sentada en el sillón mirando una película de Woody Allen. Ella entiende que cuando Clara llega acompañada, debe salir por un par de horas. Isabel, con el pretexto de ir por cigarros, deja a la pareja en el cuarto.
Clara se desprende de su vestido, dejando a la vista sus hermosos senos. Edgar, negándose a lo inevitable, trata de mantenerse en pie. Clara está demasiado ebria como para estar parada, así que se deja caer levemente en el sillón. Edgar, al darse cuenta de esto, se quita su saco tapando la desnudez de Clara. Él la sigue mirando como un enamorado de secundaria. Isabel regresa después de un rato. Ve a Edgar acostado en el sillón y a Clara tapada con el saco de éste. No puede disimular una sonrisa. Decide irse a su cuarto sin hacer el más mínimo ruido.

Edgar es el primero en despertar, pone una nota en la mesa de centro dirigida a Clara. Le deja el saco en señal de que volverán a verse. Isabel lo mira, acaba de salir de bañarse, se alista para ir atrabajar. Clara despierta tiempo después, con un fuerte dolor de cabeza, lo que la hace pensar en no volver a beber tanto y entre semana. Una llamada a su celular le dice que ya la esperan en la oficina, porque tiene una reunión de negocios. Con molestia avienta el celular al piso. Toma la nota de Edgar. La lee. La lleva en la mano, al llegar a su recámara la guarda en su cajón.
Clara sale de su casa. Va hacía la tienda, entra por una botella de agua. Le coquetea al encargado del lugar, un simple guiño con el ojo izquierdo y el agua ya está pagada. Llega a la oficina, Fanny la recibe con un café bien cargado, como a ella le gusta. Entra a la junta y la ponen al tanto. Lleva diez minutos de atraso.
Voces salen de la boca de unos extraños. Ella los ignora. De su mente no puede sacar la imagen de Edgar, ni la de Carlos, algo los identifica. Clara se confunde al indagárselo a su mente. El celular de Clara suena en medio de la reunión, es a lo único que ella le pone atención, es Edgar quien la invita a cenar, da un grito tan fuerte, que hace que Fanny se espante. Clara es quien le dice a Edgar en lugar donde se verán.
Al llegar a la cita, Edgar la espera, de igual modo, con tulipanes. Clara toma el pequeño ramo en sus manos. Al mismo tiempo, le planta un beso a Edgar que lo deja sin aliento, ambos se sientan a la mesa y comienzan a platicar. La plática termina con una botella de vodka en la mesa del restaurante. Ambos deciden ir a un lugar más cómodo.
Edgar la lleva a su casa, ha decidido vengarse de Camila. Ya no tolera más sus desplantes, al llegar a la casa, Clara entra un poco desconfiada, puesto que todos sus amantes habían ido siempre a su departamento. Edgar era diferente, algo había en él que a Clara la dejaba hipnotizada. Un cuadro de Magritte sorprende a Clara, entre más se adentra a la casa de Edgar su corazón palpita más rápido, copias de cuadros de Van Gogh y un estante lleno de libros llenan de admiración a Clara. Lo único que desentona con el departamento, es la mancha café que adorna la pared y la ausencia de un cuadro, se queda intrigada.
Edgar toma a Clara de la cintura y la comienza a besar con pasión, el vestido de Clara tarda muy poco en caer al piso. Su esbelta figura resalta de entre todas las figurillas femeninas que hay en algunos muebles. Clara se deja llevar por la pasión desbordante de Edgar, quien con cada caricia electrifica el cuerpo de Clara. Inundada por la pasión deja a Edgar adueñarse de su cuerpo. Clara, al tener dentro a su amante, siente lo mismo que con Carlos. Esta vez no es igual que con otros hombres, no se siente vacía, se siente plena. En esta ocasión su mente no divaga. Esto la mantiene sorprendida y a la vez complacida.
La pareja, al terminar su acto de pasión y lujuria, toma un descanso. Edgar enciende un cigarro. Decide mirar hacia el techo. El simple hecho de pensar en el cuerpo de Clara, le hace recordar que ya había pasado mucho tiempo, antes de volver a tener una mujer entre sus brazos. Clara por su parte, se levanta de la cama dejando ver su figura. Está exhausta y decide ir por un trago. Al llegar a la sala una fotografía la hace sentirse mal, es la imagen de Carlos colgada en un cuadro de la sala, está abrazado con su amante furtivo.
Al mismo tiempo que suelta el vaso con la bebida, da un grito tan fuerte que Edgar se levanta de la cama corriendo, le pregunta qué sucede. Ella le dice que conoce al hombre que está con él en la fotografía. Edgar con toda tranquilidad le dice que es su primo, que falleció hace ya dos años. Clara deja caer una lágrima por su mejilla. Edgar regresa a la recámara. Le da una de las batas de Camila para cubrir su desnudez, él solamente se pone unos pants. La sienta en la sala para hablar de la tremenda casualidad.
Edgar tranquiliza a Clara, le dice que Carlos es su primo. Que murió de una extraña enfermedad, solamente se despidió de él. Le dijo que se iba a Río de Janeiro, que no se preocupara. Edgar era su único pariente cercano. Sus padres habían muerto en el accidente de las Torres Gemelas. Clara se sorprende tanto, que le dice a Edgar que ella fue novia de su primo, que él solamente la dejó así nada más. “No se despidió ni nada, sólo se fue”, le dice a Edgar. Clara le pide su ropa. Ella se viste lentamente, dejando que Edgar disfrute su cuerpo, tal vez, por última ocasión. Clara sale de ahí. Edgar la acompaña a la entrada. Para un taxi.
Clara llega al departamento, comienza a llorar como niña. Se siente traicionada por su cuerpo. Se sirve un trago y se sienta en la sala. Isabel, al escuchar el escándalo en la cocina, baja y se para frente a Clara, ella le empieza a decir lo que sucedió, al oír esto Isabel la trata de consolar, es inútil. Clara la aleja de ella. Isabel persiste buscando los labios de Clara con insistencia. La dolida se deja llevar, con pasión desbordante se entrega a Isabel como queriendo arrancar el recuerdo de Carlos, revivido en Edgar.
El teléfono suena con insistencia. Clara contesta, puesto que, Isabel ya se fue a trabajar. Clara responde aún somnolienta, al escuchar la voz de Edgar, deja salir una pequeña lágrima de sus ojos, le dice a Clara que quiere verla, que tiene algo para ella. La cita en un café.
Clara, al llegar, ve a Edgar con un sobre en la mano. Edgar le entrega aquel sobre a Clara, Edgar le explica a Clara que su primo se lo había dejado antes de irse. Nunca se la había dado, porque no sabía quién era esa mujer a la su primo se la había escrito. En una riña que tuvo con Camila. Notó que su mujer había quemado toda su ropa cuando llegó, incluyendo la dirección y el numero, de a quién se le debía entregar la carta. Clara toma el sobre. Se va de aquel lugar. Ante la mirada atónita de Edgar.
Clara abre el sobre, comienza a leer la carta de Carlos. En el papel, él le explica el motivo de su partida. Que su enfermedad estaba siendo investigada en Río de Janeiro, aunque la medicina aún se encontraba en proceso experimental, él quería saber si podría curarse. Clara rompió el papel en mil pedazos, comenzó a quemarlos, al mismo tiempo sus lágrimas caían en un vaso lleno con vodka.
Clara continúo así durante varios días, los mensajes en la contestadora llegaron a tope, las llamadas al celular y los mensajes terminaron de llegar cuando el celular se quedó sin batería. Ella sigue llorando, el maquillaje corrido y el alborotamiento del cabello se hacen sus fieles compañeros. Las botellas de licor vacías, hacen que la pequeña cava termine con anemia, el alcohol ya no la alimentaba. Clara se había encargado de matarla de hambre. Isabel también se fue de la casa, las constantes riñas con Clara acabaron por desesperarla.
Clara se mira al espejo. El cual se ha convertido en su cómplice, al igual que el pequeño muñeco de peluche, que ahora está de cabeza en un rincón del departamento. La mira constantemente, al parecer el pequeño mono relleno, sigue filosofando acerca de la estupidez de su dueña. Clara toma el revólver que Isabel siempre escondía entre la ropa del closet. Siempre argumentaba que era para la seguridad de ambas, puesto que dos mujeres solas serían el blanco ideal para los ladrones. Aunque miles de veces fantasearon acerca de cómo las poseían aquellos rateros.
A Clara siempre le ha gustado jugar a la ruleta rusa. Una y otra vez le han advertido acerca de lo peligroso del juego. Ella y Carlos jugaban siempre que estaban borrachos. Clara se desnuda frente a las ruinas del espejo, se mira una y otra vez, puesto que ya lo ha roto de nueva cuenta. Isabel es quien siempre los compraba, cuando Clara los rompía.
Clara comienza a jugar sola. Pone el revólver en su sien. El clic del gatillo irrumpe con el silencio que alberga el cuarto. El segundo gatillazo rompe con la tranquilidad de la madrugada. Las estrellas se dejan seducir por el crepúsculo del amanecer. El tercer golpe con la pistola se deja sentir en la sien de Clara. Siente cómo el frío metal irrumpe con sus cabellos. Un disparo más sale del arma, al igual que el sol. Éste, cual intruso, se mete en el departamento seduciendo a las sábanas, que intentan seguir cubriendo la desnudez de la cama. Clara puede sentir cómo el plomo se incrusta en su sien. Se mira caer en el espejo. La imagen de Carlos y Edgar abrazados la acompañan al momento de llegar al suelo con el revólver aún en la mano.
El humo que se desprende de la boquilla del arma se pierde en conjunto con la tonada de Mecano que suena en el radio-despertador. Clara se queda con los ojos abiertos mirando hacía a la esquina, en donde el peluche-filósofo sigue de cabeza, mirándola con sus ojos metálicos pintados de azul con un pequeño punto negro, simulando estar atento al suicido.
Edgar, al notar que nadie contesta las llamadas en el departamento de Clara, decide ir a ver qué sucede. Al llegar al edificio el encargado le abre la puerta, mira el buzón, hay algunos periódicos atrasados. Edgar sube al departamento. La puerta está entreabierta.
Es horrible. Las sábanas se han caído al piso. La ventana está abierta y las cortinas sucumben ante el viento. Edgar deja el paquete que trae en las manos encima de la cama. Mira a Clara. Su frágil ser imita levemente la posición fetal. Está indefensa. Su espalda deja ver un tatuaje con el contorno de unas alas. Éstas parecen cobrar vida al momento en que Edgar la mueve. El revolver roza el pie de Edgar. Asustado cae sentado en el suelo.
Edgar la acaricia por unos instantes. Se para. Toma el paquete y lo desenvuelve tan rápido como sus manos lo permiten. Lágrimas salen de sus ojos, cual pequeña llovizna, mojando la imagen que saca del misterioso paquete. Es la foto de Carlos; la deja a un lado de ella. Saca un cigarrillo, por accidente también el número de Clara. Lo deja tirado. Sale del departamento cerrando la puerta.


Texto agregado el 22-09-2008, y leído por 118 visitantes. (1 voto)


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