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Alguien

No estoy aquí porque me lo haya propuesto. Tampoco sé cómo llegué. Quizá las circunstancias, esas que a veces se nos imponen, las que alguna mano desconocida arma para hacernos creer que la decisión ha sido nuestra.
El cuarto en donde estoy es pequeño, por una ventana entra luz e ilumina sólo la mitad del espacio, la otra, la que prefiero, permanece en la sombra, sin dar cuenta del día o de la noche. Casi no hay muebles, apenas un colchón sobre un elástico vencido que algún otro cuerpo ahuecó, quizá, en largos días de postración; después una mesa con varios papeles, hojas escritas en un idioma que no conozco, una lámpara, que casi nunca enciendo, y una silla.
Mi ropa, muy poca, permanece donde puedo alcanzarla sin mucho esfuerzo. Para llegar al baño atravieso un largo pasillo, demasiado angosto, que a veces recorro sin necesidad por el mero placer de caminar un poco.
Ayer, por primera vez desde mi llegada, creí oír que alguien me nombraba, pero antes de que hubiera decidido contestar ya la voz se había apagado y ahora quién sabe cuánto tiempo tendré que esperar para volver a escucharla. El afuera parece muy silencioso, aún para mi aguda percepción. No me quejo, más bien, lo considero un privilegio.
Antes, cuando me movía libre entre la gente, cuando todavía no me habían elegido, casi siempre imaginaba una puerta que se abría especialmente para que yo saliera. Entonces, como un autómata, acataba la orden y empezaba a caminar tras el objetivo que habían fijado para mí. Sin embargo, poco a poco, casi sin darme cuenta, ese objetivo era solo mío e iba a alcanzarlo, aún a costa de mi vida.
Pero hoy estoy aquí y no sé hasta cuándo. En realidad no es el tiempo el problema, él se deja transcurrir en mí sin premura, aunque con absoluta constancia, y ninguno de los dos molesta al otro. Tampoco me angustia la supervivencia, me alimentan bien. Es cierto que a veces noto una sensación opresiva, como si este mecanismo tan perfecto fuera a descomponerse; estado que no dura mucho y pronto retorna la tranquilidad.
De mi arribo a este sitio solo tengo un recuerdo borroso. Sé que alguien abrió la puerta, no podría precisar si hombre o mujer, aunque sí recuerdo su sonrisa que en ese momento me pareció falsa, de cortesía. Por ser la única imagen que conservo me he dedicado a evocarla de todas las maneras posibles y siento que el juicio fue apresurado.
Mis actividades son pocas pero suficientes para mantenerme ocupado todo el día. Me levanto muy temprano porque es cuando el cuerpo responde mejor. Como no quiero perder elasticidad hago dos horas diarias de gimnasia, después un buen baño se vuelve indispensable y lo disfruto mucho. El medio día me sorprende en plena tarea, sobre todo mental. Tengo muchas cosas en qué pensar, entre otras, prepararme para cuando esté en otro ámbito y tenga que empezar de nuevo. Antes de que me alcance la hora del ángelus debo descansar un poco para reacomodar mis huesos y acondicionarlos para la hora del crepúsculo, cuando el desplazamiento hacia el sector iluminado del cuarto hace que me sumerja en los diferentes aromas y reflejos que recibo desde afuera.
Ayer, o quizá haya sido hace más tiempo, de repente me envolvió un profundo desasosiego. Me quejaba en voz alta como si tuviera la esperanza de que me oyeran. Absurda actitud la mía; tengo la certeza de que el aislamiento es el suficiente para que nadie sospeche que existo. Ese sentimiento era una experiencia inédita. Traté por todos los medios de desentrañarlo y por fin comprendí que mi desesperación respondía al temor de que vinieran a buscarme antes de lo convenido, mucho antes del destino fijado esta vez.
La calma volvió cuando entendí que eso era imposible. Los tiempos han sido asignados con plena conciencia y nadie puede alterarlos. Eso me da cierta confianza, y serena mi espíritu. Aún en situaciones tan especiales como ésta, es necesario poder aferrarse a reglas estables.
Hoy, sin embargo, vuelvo a sentir zozobra. Puede ser que el mecanismo esté fallando o quizá yo haya dejado de serles útil. Es posible también que esa voz, que creí escuchar, sea de alguien que esté en camino y, entonces, cambiarían mucho las cosas, no sería fácil adaptarme a la convivencia. No me prepararon para compartir.
Pero, no debo preocuparme todavía. Sé que los más mínimos detalles han sido cuidados. No es a mí a quien corresponde interrogarse sobre lo que vaya a suceder. En realidad de nada serviría que lo hiciera. La iniciativa nunca me perteneció, mi rol es esperar los hechos y descifrar el camino que ellos me marquen.
Nuevamente siento el impulso de quejarme y hasta pienso que podría hacerlo en voz alta, como si alguien fuera a escucharme. Grito. Casi no reconozco mi voz, viene de lejos, está llegando y ni siquiera sé cómo recibirla. Es hora de volver a las sombras.

Texto agregado el 25-09-2008, y leído por 68 visitantes. (0 votos)


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