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Inicio / Cuenteros Locales / perplejo / La pequeña tetera y el picahielos

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Ya se habían ido todos a la cama. La condesa viuda duerme en el piso de arriba y sus criados en el de abajo. Todo está a oscuras. En la alacena del salón, la tetera despertaba al picahielos para que le contase alguna historia de las suyas.
-Varias historias podría contarte, pequeña tetera –susurra el picahielos-, sin embargo, ahora estoy muy cansado, déjame dormir.
-No, cuéntamelas ahora, repone la tetera. Y no soy tan pequeña, mira que panza tengo, dice mientras sonríe beatíficamente.
-Anda, pillastre, vete a dormir que mañana tendrás que servir el té a esas opulentas marquesas. Espero que sigan contando algún cotilleo referente a Lord Wilson. O mejor de Mary Dunston. Me aburro tanto aquí desde que murió el señor...
-¿Es que no te han vuelto a utilizar?
-Nadie en esta casa bebe ron, ni ginebra, ni siquiera un poco de vino español, se lamenta el picahielos. Antes el señor me sacaba a todas horas y yo era feliz, pica que te pica el hielo. Al anochecer, cuando todos dormían, el señor me llevaba a la cocina y raspaba las paredes del congelador hasta que la señora se despertaba con el ruido y rápidamente regresaba a mi lugar. Era muy emocionante, -evoca el picahielos afilando su punta de acero-.
-Oh... -la tetera repiquetea la tapa de porcelana de pura excitación-. ¿Y cómo es el congelador?, Debe ser fabuloso, ¿verdad? Se oyen tantas voces hay dentro... Dime, ¿Qué viste?.
-Nada. Nada que te interese.
-Por favor, te lo ruego, dime, qué viste.
-Sólo te diré que no es una visión muy agradable. Una vez el señor me dejó encerrado toda la noche en el congelador y creéme, no tengo ganas de volver. El pocahielos desvió la mirada, apesadumbrado.
-Oh, vaya, la pequeña tetera reprimió las ganas de preguntar.
-Ya es suficiente por hoy, venga, a dormir, dijo con forzada alegría el picahielos.
-Ay no, no, no. Dime, dime. ¿Qué pasaba cuando la señora pillaba al señor rascando hielo en el congelador?
-Ah bueno, en realidad a la señora no le molestaba eso, le molestaba que su marido bebiese más de la cuenta.
-Ja, ja, ja... ¿De verdad?
-Sí, sí, el señor era un consumado borrachín. Una noche, su mujer, harta de él, me utilizó para hundirme en sus costillas. Por eso está muerto.
-Ja, ja, ja. ¿Y que viste dentro de sus costillas?
-Pues poca cosa porque estaba muy oscuro, pero lo sentí blando y caliente.
-¡Hala!
El picahielos, sintiéndose un héroe ante su pequeña amiga, no pudo menos que exagerar un poco.
-¿Sabes? Cuando estaba dentro de su cuerpo intenté llegar hasta el corazón, podía oirlo latir un poco más arriba. Pero las costillas son muy duras, me fue imposible atravesarlas.
-¡Oh!
-Y recuerdo lo fuerte que me apretaba el mango la señora. Estaba furiosa, pero dudaba al principio. Si no fuera por mí, hubiera sido incapaz de hacerlo. Yo tiré de su brazo en el momento preciso.
-¡Uau! La pequeña tetera dilataba su pequeño orificio representando en su imaginación todo aquello.
-Bueno, que veo que te estás emocionando, se acabaron las historias por hoy.
-Venga picahielos, dime qué hizo la señora cuando le mató, ¿Te limpió la sangre?, ¿Se echó a llorar?
-No te pongas pesada, a dormir.
-Jooo...
-A dormir.

Pero la pequeña tetera estaba demasiado excitada para dormir. Como temía que picahielos se enfadase si le volvía a despertar, se puso a resquebrajar un poco su base, para entretenerse. Cric-crac-cric-crac... En el silencio de la noche, si uno aguzaba el oído, se podía oir el ruido de la porcelana erosionándose muy poquito a poco. Cric-crac-cric-crac...

El reloj de pared dio las campanadas de las 3. La tetera llevaba ya demasiado tiempo sin poder dormir a pesar de estar agotada. Las ventanas del salón estaban entreabiertas y la corriente movía las cortinas. Las sombras que proyectaban asustaban a la pequeña tetera que erosionaba su base con frenesí. Cric-crac-cric-crac... Un perro ladraba, se oía el agua fluir por las tuberías, el motor del frigorífico era tan lúgubre... Y la pobre tetera, muy asustada, pensaba que todo cuanto podía oír iba a romperla en el momento menos pensado. Roía la porcelana, sin cesar, cada vez más rápido. Cri-cra-cri-cra-cri-cra-cri-cra-cri-cra...

El reloj dio las 6 de la madrugada. La pequeña tetera, a pesar de los terrores, se ha dormido. En cambio, el picahielos ha estado toda la noche despierto. Sabe que la pequeña tetera ha estado muerta de miedo hasta ahora. Ya sabía que no tenía que haberle contado nada. Además, lo que hizo con el difunto señor no estuvo bien y ahora se arrepiente. La tetera acabaría pensando lo mismo y le odiaría. Le hubiera gustado consolar a su pequeña amiga, pero se sentía tan avergonzado que prefirió fingir estar dormido. A la mañana siguiente, la dejó descansar todo lo que quiso. Todos, las tacitas, los cubiertos, las copas, el azucarero, procuraron ser lo más cuidadosos posible para no molestarla. A pesar de ser tan grande, todos querían protegerla. Los tenedores decían que era un poco ñoña, pero todos estaban encariñados con la dulce teterita.

La tetera tuvo un horrible sueño. La señora rebanaba las tripas de su esposo, completamente fuera de sí, riendo como una loca mientras se frotaba la entrepierna. Cricracracricracricrac... El difunto señor, vomitando hielo y alcohol rojo por la boca, le miraba a los ojos pidiendo ayuda. Criccraccricrac... Pero la pequeña tetera estaba en la vitrina y no podía hacer nada excepto suplicar al picahielos que no lo hiciese, que parase. Pero su amigo el picahielos también le miraba, y con los ojos del acero, le prometía la misma muerte si se interponía, por lo que se limitaba a mirar silenciosa. Cricracricracricrac... El picahielos parece complacido y reforzado con su obediencia. Con una sonrisa, se dispone a escalar por dentro de la caja torácica hasta el corazón. Chorros de sangre y vísceras salpican la vitrina.

La tetera, con un espantoso chirrido, estalla. Un pedazo se mete en el ojo de la condesa, la cual deja caer lo que queda de ella encima de la mesa de cristal. Mucho ruido, cucharillas de plata volando. El agua escalda a toda la reunión de señoras importantes que gritan como si les doliese de verdad. Una se echa la mano a los muslos y patalea. Otra, al agitarse le ha arreado un manotazo a la de al lado, rajándole el labio con el anillo de oro blanco. La señora gorda se ha puesto muy roja y refrota un pañuelo por su porcino cuello para mitigar el escozor de la quemadura. Alguien grita me cago en el coño. La señora condesa se tapa el ojo con la mano, acaba de darse cuenta de que está sangrando. Histérica, chilla. Chilla.

La criada, muy nerviosa, se ha acercado a recoger los restos de la pequeña tetera y la mesilla de cristal. También se corta y se quema, pero no se queja. La alfombra se ha puesto perdida de azúcar y lo lamenta. Nadie se explica lo sucedido. Picahielos llora desde su vitrina. Asesino. Asesino. Asesino.

Texto agregado el 04-05-2004, y leído por 560 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
28-06-2005 Sí, me gustó el comentario de tejedor. Está buena la historia. Selkis
12-06-2004 El oscuro reverso de algún otro cuento... en otra realidad... Deleita por sospechoso. Saludos, Tejedor
11-06-2004 Pues no pareces ser tan joven. Un poco largo para mí, pero me ha gustado. el-parricida-huerfano
 
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