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Reemplazar la cerveza por un plato de leche y cereales, a eso de las nueve de la noche, nunca ha sido bien visto. Frente a mi ventana, al otro lado de la calle, en la ventana del frente, vive una pareja. El tipo suele sentarse a rayar un cuaderno mientras ella se pasea de un lado a otro regando las plantas o barriendo el piso. Ambos, sin embargo, cada cinco o diez minutos, interrumpen lo que los ocupa para apuntarme con la mirada y detenerse a verme comiendo cereales con leche.

- No es eso lo que miran, salame – me dice el payaso desde el balcón.
- ¿Qué miran entonces?
- Los botones de tu camisa – dice muy convencido.

Cuando al payaso le da por hablar estupideces es mejor darle espacio para que lo haga con toda tranquilidad. No se trata de animarlo pero tampoco es bueno callarlo bruscamente porque a veces es muy divertido.

- ¿Sólo a veces?
- No, no sólo a veces. Siempre eres gracioso, Cepillín. Es sólo que en ocasiones me desconciertas.
- Lo dices por lo de tus botones ¿no?
- Claro. No entiendo por qué mis vecinos podrían interesarse en los botones de mi camisa. Entiendo que la gente espíe al resto de la gente con la ilusión de sorprenderlos en los mismos vicios que tiene uno, pero de ahí a interesarse en mis botones, no sé.
- No es que se interesen. En realidad sólo chequean que estén en el lugar correcto – me dice mientras acomoda su nariz plástica.
- ¿Existe un lugar equivocado para los botones?
- Claro, los chicos los usan del lado izquierdo y las chicas del derecho.
- Como con lo relojes – le sugiero – pero al revés.
- Precisamente. Las chicas en la muñeca derecha y los chicos en la izquierda.
- Realmente te esfuerzas, ¿no?
- Yo no inventé las reglas- me dice y se encoje de hombros.
- Esas estúpidas reglas ya no se usan, tarado. ¡Estamos en el siglo veintiuno! Ahora hasta podemos usar camisa rosada y no pasa nada.
- Como sea, esa gente ya sabe que tienes un gato, que comes cereal con leche y que usas el reloj en la muñeca derecha. O sea; que pareces maricón.
- Es gata, payaso. Y no soy maricón. Más maricón eres tu con esa peluca fucsia y la camisa naranja. Encima te maquillas en el día y por las noches te quitas toda esa mierda con cremas y lociones.

Claro, la diferencia es que el payaso se pinta porque sin maquillaje no sería un payaso. Su atuendo y el maquillaje lo sostienen como el bufón que es. Yo, en cambio, no sostengo lo que soy en la posición de mis botones.

- ¿De verdad crees que la gente espía al resto de la gente sólo para ver si tienen los mismos vicios? – me pregunta.
- Claro
- Eso es estúpido - me dice y se gira hacia la ventana-. No necesito espiar a ese sujeto para saber que se masturba lo mismo que tú y que yo. ¿Esperas sorprenderte si un día descubres que la mina no se cambia de ropa interior para dormir?
- Al menos soy más sensato que tu ridícula teoría de los botones.
- Lo de los botones no es una teoría, gil. Yo no digo que toda la gente espíe los botones del resto. Sólo digo que los que viven en la ventana del frente están pendiente de tus botones y no de tu cereal. Es lo único que necesitan para confirmar tu mariconismo.
- ¿Mi qué?
- Que eres maraco, no te hagas – me dice sin voltearse para mirarme aún.
- Cepillín, ¿tu crees que soy gay?
- No
- ¿Entonces?
- Estamos hablando de ellos, no de mí.

Y aunque era cierto que hablábamos de ellos y no del payaso, algo de todo eso logró irritarme. No era tanto que mis vecinos dudaran de mi sexualidad, lo que me dio directo en las guindas fueron los argumentos blandengues y completamente al cuete que tenían.

- Cepillín, dime una cosa, ¿te parece que un sujeto que tiene cara de tarado, necesariamente debe ser tarado?
- Dame algún nombre.
- Einstein, por ejemplo - le digo.
- Ese sí que tenía cara de tarado ¿no?
- Bueno, Cristo también tenía cara de sopenco.
- ¡Hey, hey! – exclamó mientras tiraba el cigarrillo por el balcón y me miraba con los ojos casi colgándole.
- Oquei, oquei, Cristo no – le digo reculando para no armar el despelote con lo del cristianismo-. Einstein, entonces, ¿te parece que Einstein tenía cara de tarado?
- Claro que si.
- ¡Y, sin embargo - le digo con toda elocuencia- resulta que ese sujeto fue más inteligente que tu y que toda tu ascendencia y descendencia junta!
- ¿Ese es tu argumento? – me pregunta con cara de decepción.
- Claro; que las apariencias engañan.
- Pero Einstein no podía evitar tener la cara de mongólico. Tú, en cambio, podrías cambiar el cereal por cerveza en cualquier momento.
- Payaso, no tienes que hacer todo esto – le digo mientras apago el televisor
- ¿Hacer qué? – me pregunta
- Esto de acomodar las cosas de tal modo que, al final, me convenzas de cambiar el cereal por cerveza, el reloj de muñeca y, especialmente, que me deshaga de la gata Kimberly.
- Pero yo no estoy diciendo eso – me responde sin levantar la mirada-. Son los vecinos los que te lo gritan cada vez que se detienen a mirar desde su ventana. Y no se refieren a la gata.
- Los vecinos sólo espían, Cepillín.
- Claro que no, pedazo de tarado. ¿De verdad no te das cuenta? Cada vez que te miran se preguntan lo mismo, se miran entre ellos, se hacen los mismos gestos y luego vuelven a mirarte. Y tú, desde esa postura desabrida, desteñida y absurda no les dices nada, no les ayudas. Tal vez si les dieras una pista, una puta pista. Tal vez con un pequeño movimiento, una jugada de lujo, inteligente y muy sutil, lograrías quitártelos de encima.
- ¿Una pista?
- Claro – me dice atropellando sus propias palabras- una pista, una señal. Tus vecinos no quieren a tu gata. Tampoco quieren tu cereal. Ellos sólo miran tus botones.
- ¿Estás seguro de lo que hablas, Cepillín?
- Claro – me dice y me invita con un gesto a acercarme a él, en el balcón-. Míralos – me dice.

Y yo los miro y ellos ya no están mirándome disimuladamente. Ahora tienen la mirada fija en mi pecho. Ahora ya no me quitan la vista de encima y cuando se miran entre ellos no disimulan el desconcierto y, a ratos, las risitas burlescas. Y de pronto yo siento que no debería estar mirándolos, que tal vez sean ellos los que se sienten espiados así que me volteo hacia el payaso y le pido que los mire y que me diga si siguen en lo mismo.

- Sus ojos continúan pegados exactamente sobre tu pecho – me asegura fumando muy tranquilo.

Y yo intento controlarme pero la curiosidad que siento es mucho mayor así que me vuelvo hacia ellos una vez más -porque la situación era tan rara y esa gente tan siniestra- que no aguanté y -seguramente por miedo-, les hice un gesto grosero y les grité que qué mierda buscaban entre mis botones y luego de la descarga correspondiente de puteadas, les di la espalda buscando la mirada cómplice del payaso pero el payaso había desaparecido.

Ahí, sólo, gesticulando contra los vecinos y maldiciendo a Cepillín, me quité la nariz de plástico y la tiré desde el balcón, a la calle, y decidí irme al baño a buscar las cremas y las lociones para quitarme este estúpido maquillaje una vez más.

Mañana veré dónde comprar otra nariz.




-.-

Texto agregado el 10-10-2008, y leído por 584 visitantes. (20 votos)


Lectores Opinan
20-10-2008 La consigna era un cuento, aqui dice narracion... y lo es...vale? mcrist
17-10-2008 No wey, nuntucket era la avestruz mente_ranchera
15-10-2008 pienso que para escribir cuentos largos se tiene que tomar lecciones, no es que yo sea experto YO-SOY-ASI
15-10-2008 Tal vez tiene muchos simbolismos que malinterpreto, pero los botones eran la tuerta, la gata era la guitarra eléctrica, y los vecinos la avestruz, no? Sino en algún lado me perdí. ElnegroHinojo
15-10-2008 ¿Es un cuento? makiu
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